En estos
tiempos en que la desolación recorre el mundo, pareciera un contrasentido
entonar un canto a la alegría. Sin embargo, como leí en la instantánea de un
graffiti: “No hay acto más revolucionario que la alegría”. En efecto, tal
parece que todos los poderes (fácticos, financieros, políticos y de
comunicación, etc…) están empeñados en mantener al mundo entero en la desesperanza
y también en la angustia: angustia de perder su trabajo, desesperanza por ver
cómo su país se va inevitablemente al hoyo porque unos inversionistas hiper nerviosos
así lo han decidido. Angustia por parte de los ciudadanos por que les quiten el
Estado de Bienestar y desesperanza de ver cómo no pueden impedir que sus
naciones sean rescatados; término eufemístico que implica el abandono de
cualquier soberanía y la imposición de medidas esclavistas. Angustia, en
definitiva, de ver cómo esos poderes oscuros les arrebatan todo lo que han ido
consiguiendo en las últimas décadas de paz y unión. Por supuesto, no es casual,
por ejemplo, que el nuevo Ministro de Economía de España salga al día siguiente
de la celebración de Navidad para echar un balde de agua fría a sus
compatriotas anunciando la recesión y, por ende, más desempleo. Ni siquiera se
respeta el gozo de estas fiestas. Lo que subyace en todas estas noticias
milenarista-financieras es el deseo de paralizar a la sociedad por el terror
para que, finalmente, agache su perdiz al yugo neoliberal, como lo ha venido
haciendo paulatinamente en las últimas décadas. Con un fin distinto, los
revolucionarios franceses pretendían aplacar cualquier sedición mediante el
terror de la guillotina. Sin embargo, si miramos atrás en la historia nos
encontraremos con que siempre ha habido sátrapas que han deseado sujetar a todo
el mundo a través de las armas y el miedo y siempre, invariablemente, la gente
común ha acabado reaccionando y echándolos del poder –a veces después de más de
una generación-, y en términos generales se ha conseguido mejorar un poco las
condiciones de vida.
El ser humano las ha pasado putas desde el principio de
los tiempos. Cuando no han sido las plagas incontroladas, han aparecido los bárbaros
sanguinarios, las hambrunas o los
emperadores genocidas, sin olvidar las guerras de fanatismos. Sin embargo,
nunca nada ha logrado acabarnos. Las épocas de retrocesos históricos siempre
han sido suplidas por mayor bienestar y si bien queda muchísimo por hacer, no
cabe duda que la segunda mitad del siglo XX ha sido la época de mayor riqueza
para los habitantes de algunas partes específicas del mundo. Recordemos, por
ejemplo, que en la Europa del siglo XIX los mineros eran materia desechable y
los obreros trabajaban hasta 16 horas diarias. En menos de un siglo se
obtuvieron la Seguridad Social, el seguro de desempleo, las vacaciones pagadas,
el permiso de maternidad, etc… Ahora los que mandan en el mundo han impuesto
que los valores que deben prevalecer en nuestras sociedades son la productividad
y la competitividad. En ese marco, es imposible ser competitivo si un
empresario tiene que pagar, amén de un salario, los beneficios sociales antes
mencionado. Por ello quieren que volvamos al siglo XIX y se empeñan en mantenernos
en esta crisis y con el miedo que conlleva a fin de que nos paralice y
aceptemos en aras de un bien común –que en realidad sólo va a beneficiar a unos
pocos-, estas medidas. Es decir, quieren que la angustia nos haga aceptar un
trabajo esclavista mal remunerado y sin ningún derecho. Por ello, la alegría
les resulta molesta porque una persona alegre no tiene miedo y es más difícil de
engañar. Los movimientos de la primavera árabe, indignados y occupy wall street
han sido, hasta el momento en que las autoridades han usado la violencia, verdaderas
fiestas populares, ya que los manifestantes se dan cuenta cuando la chispa
arranca que ellos son más y que sí se puede. La alegría de ver que no tienen
por que ser esclavos de un sistema injusto se refleja en su forma de propagar
su mensaje que, pese a los intentos de los políticos y los medios por
desvirtuarlos, no han podido evitar que se propague. Nuestros actuales
dictadores quieren que estemos tristes porque, como decía al principio, saben
del carácter esperanzador y revolucionario de la alegría. No han logrado
completamente su propósito cuando ya todo el planeta se está levantando en
contra de este sistema que es, no lo olvidemos, el responsable de la actual
crisis. Si bien los dictadores actuales están mejor organizados y coordinados,
por muy malos que sean, no son ni la sombra de los criminales del pasado ni en
maldad, ni en inteligencia. Pongamos un ejemplo práctico por muy odioso que nos
resulte, George Bush hijo no deja de ser un tontaina con malas intenciones frente
a un Hitler. En un primer momento conseguirán avasallarnos, pero no podrán
engañarnos toda la vida. Tarde que temprano este sistema cambiará y volverán la
estabilidad, los trabajos remunerados dignamente y los derechos sociales, así
como las oportunidades de comprar una morada sin dejarse la vida en ello. Esto
es, a fin de cuentas, lo que a grosso modo queremos el 99% de los ciudadanos
del mundo y no dejaremos de luchar por
ello.
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