La verbena, el jolgorio popular y una noria que traslada a Migra un policía
fronterizo al cielo para luego bajarlo a la cruda realidad de la tierra
parecieran ser el marco en el que se va a desarrollar esta obra de otra. Sin
embargo, este escenario y la alegría que simula tan sólo son una fachada que
nos sirve para la presentación de los personajes. Migra, un policía fronterizo
autoritario y gustoso de ver a los demás por encima, Hurón feriante en extremo
curioso como el animal cuyo nombre porta, Juan Patria figura notable de la
región y su sirvienta esclava María Selva. Todos los nombres están cargados de
intención.
Los diálogos de estas dos parejas
conformarán La ciénaga. Pero ¿podemos hablar
realmente de diálogo? A lo largo esta obra vemos como los comentarios de Hurón y María Selva acerca de las condiciones de trabajo y las
formas en que llegan los inmigrantes, llamados en todo momento los extranjeros,
tan sólo reciben una callada como respuesta de Migra y Juan Patria. No se trata
en este caso de un silencio que otorga sino más bien de una concesión temporal
por parte de sus interlocutores que rechazan cualquier atisbo de verdad en las
palabras del otro. En ningún momento aportan argumentos a sus puntos de vista,
tan solo niegan o buscan romper el discurso con gritos, carcajadas,
descalificaciones e incluso el uso de la violencia. La fidelidad a su
pensamiento pareciera ser condición para prosperar en la región como menciona
el propio Migra: “En la frontera uno no pasa hambre si sabe cual es su lugar./
Por supuesto debe pertenecer a él./ Uno no puede elegir el lugar al que quiere
pertenecer./ Faltaría más.” No obstante, los silencios no pertenecen únicamente
a Migra y Juan Patria. Hurón y María Selva también recurren a ellos como una
forma de resistencia ante las órdenes del agente y del amo de la maquila.
“ Hurón: La gente dice cosas./ Migra: ¿Qué cosas?/ Hurón: Tú las sabes tan
bien como yo./Migra: ¿Qué cosas?/ Hurón: ¡Tú las sabes mejor que yo!/ Migra:
¡Habla!/Hurón: ...”
En el caso de María selva el silencio va más allá y se convierte en un arma
que desquicia a Juan Patria.
“María Selva: Mmmh.../Juan Patria: ¡He dicho que hables o te arrancaré los
/dientes!”
No obstante este diálogo silencioso a ratos es el que permitirá desgranar
las miserias de los inmigrantes que buscan un mundo mejor. En ese sentido cabe
resaltar la economía de recursos de la que hace gala Antonio Miguel Morales
refleja todo el infierno que debe afrontar los inmigrantes en su viaje a la
tierra que ellos creen prometida. Tal es el caso de los ojos de los inmigrantes
que, de cuando en cuando, encuentran los pescadores y les hace enloquecer pues
en ellos se puede ver todo el horror por el que han tenido que atravesar los
extranjeros para llegar a este punto. Los hundimientos,
la denigración del ser humano al que llaman mosca, las vallas gigantescas
representadas en forma de redes, el desdén cuando no odio de todas las
autoridades, etc… Antonio Miguel Morales no recrea esos sufrimientos, más bien
consigue hacérnoslos vivir a través de las descripciones de Hurón.
Ahora bien, si el espacio abierto de la ciénaga representa un espacio lleno
de peligro, la tierra firme y más concretamente el cortijo de Juan Patria viene
a ser el infierno.
Como afirma en el prólogo Raúl
Cortés: "Retrato de nuestro tiempo, La ciénaga es estupor y es lamento,
dolor ante la incomprensible herida sangrante del otro, del desterrado, del
extranjero. Urge hoy un teatro valiente, como La ciénaga, y autores arrojados,
como Antonio Miguel Morales, capaces de abismarse en los vacíos que han dejado
la filosofía [...] La mayoría de las obras tendrán el gesto esforzado de la
espera, su temor y su angustia. Solo unas pocas, en cambio, desprenderán el
destello afortunado del Acontecimientos: La ciénaga forma parte de las
elegidas.
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