I. 7 Hombres al amanecer
A lo largo de mi vida, he ido a ver toda clase de
películas. Desde las más comerciales de Hollywood, hasta películas
independientes infumables que uno ensalza en los círculos autoproclamados
intelectuales para no desentonar. De algunas de ellas conservo, sin embargo, escenas que revivo con frecuencia en mi
cabeza. En este y en los próximos artículos haré un recuento de las mismas y la
influencia que han tenido sobre mi vida. Si algún lector quiere compartir su
obsesión cinematográfica, encantado le cederé espacio en este blog respetando su autoría.
Con tan sólo 12 años
tuve la oportunidad de ver en video “7 hombres al amanecer” o, conforme a su
título original “Operation daybreak”, protagonizada por Timothy Bottoms (Jan Kubis)
y Anthony Andrews (Josef Gabcik) e inspirada en la célebre operación antropoide que
acabó con la vida de Heydrich; el carnicero de Praga y el hombre que ideó la
solución final. En venganza, los nazis acabaron con cientos de vidas de mujeres,
niños y hombres en el pueblo de Lidice. El
comando checo que ejecutó la operación también cayó tras ser traicionados por
Carel Curda. La muerte de estos héroes, en la película, se aparta ligeramente
de la realidad. Sabemos que Kubis murió en la Iglesia de San Cirilo y San
Metodio por una granada, mientras que
Gabcik se suicidó, mientras veía como la cripta donde se refugiaba se llenaba
de agua rápidamente. El final en la película de 1975, muestra a los dos amigos
-Kubis y Gabcik-, como los últimos supervivientes después de un encarnizado
combate en la nave que ha dejado decenas de alemanes muertos así como 5 checos
de la resistencia. Con el agua al cuello, Gabcik coge sus amadas cartas de
juego completamente mojadas y las tira a la corriente. El fin está cerca. Ambos
personajes se plantan cara a cara empuñando sus pistolas como si se tratara de
un duelo.
-¿Cuántas balas tienes? –pregunta Kubis.
-Suficientes –responde con una mueca risueña Gabcik.
Ambos se abrazan y colocan sus armas en la nuca del otro. En la película
solo se oye los dos disparos efectuados al mismo tiempo. Ambos amigos se han
matado para evitar caer en manos de los nazis.
Salvo Kubis, el resto de los checos muertos en la
iglesia se suicidaron. Aunque no he estudiado demasiado sobre la materia,
siempre he pensado que todos ellos tenían la orden de no dejarse capturar. En
cualquier caso, de haber caído prisioneros, les habría esperado un infierno de
torturas y finalmente la muerte. En pocas palabras, se ahorraron el trámite burocrático
como dice el personaje de Nikita Krushev en Con
el enemigo a las puertas, al tiempo que le ofrece una pistola al general
caído en desgracia para que se suicide. En esta ocasión, creo que la ficción superó la realidad. Ambos amigos –Kubis
y Gabcik-, habían huido juntos de
Checoslovaquia, se habían alistado en la legión extranjera para continuar la
lucha contra los nazis desde Francia y, una vez derrotada esta nación por
Alemania, huyeron a Inglaterra para unirse al gobierno checo en el exilio para
seguir adiestrándose y seguir luchando. Ahí dejaron a sus novias inglesas, lo
que no les impediría establecer nuevas relaciones en Praga, en parte porque la compañía
de mujeres les hacía menos sospechosos y, supongo también, porque eran jóvenes y
querían disfrutar al máximo de sus vidas. Ambos mataron a Heydrich y a su chofer. Ambos
merecían morir abrazados.
Esta película y este final tan desgarrador
acompañado de una música nostálgica siempre me han obsesionado. De hecho cuando
fuimos Vicky y yo a Praga con mis suegros, reservé un par de horas de nuestro
apretado itinerario para visitar la iglesia de San Cirilo y San Metodio. No
pude entrar en la nave donde se efectuaron la mayor parte de los enfrentamientos,
pero sí se nos dejo acceder a la cripta. Era pleno verano y aun permanecían en ella
bandas conmemorativas con los colores de la bandera checa que se habían depositado
seguramente el 18 de junio, fecha conmemorativa de la muerte de los checos tras
la traición de Karel Curda.
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