Nunca olvidaría aquella mañana en
el pesero que recorría el trayecto Indios Verdes – Ciudad Universitaria. Iba
llegando tarde a la clase de Historia de México. En su trabajo de las mañanas
su jefe, un contable histérico empeñado en demostrar su liderazgo a base de humillar
a sus empleados, lo había retenido una hora para clasificar unos pagos que,
según él eran urgentes, pero que no se finiquitarían hasta finales de mes. Gilberto
detestaba ese trabajo, pero le permitía darse alegrías amen de contribuir a la
estabilidad económica de su familia. Al llegar por Chilpancingo se subió Sofía.
La veía todos los días en clase, pero no se atrevía a hablarle dada su tremenda
timidez. Es más, creía que una chica tan guapa no se había ni fijado en su
existencia. Suspiró al verla subir por atrás, pese a que ese día no había mucha gente en el transporte. No
obstante Gilberto ya no había alcanzado asiento y era uno de los pocos que iba
de pie. Normalmente se formaban hasta 3 filas de usuarios de pie que a duras
penasse podían mover. Pensó que era mala suerte no haber alcanzado a sentarse, ya
que de haberlo hecho podría haberle cedido el lugar A Sofía y darse a conocer.
-Hola Gilberto, te importaría
pasar mi pasaje.
Él se volteó con cara de sorpresa
al ver que ella conocía su nombre, pero siguiendo la costumbre pasó el dinero a
su vecino de al lado quien hizo lo mismo y así hasta llegar al conductor. Las
vueltas también regresaron a través de esta peculiar fila india sin que faltase
ni un solo centavo. Gilberto estaba dándole la espalda a Sofía esperando el
dinero para hacérselo llegar cuando un coche suicida se le atravesó
salvajemente al pesero. Él vio la jugada a tiempo y se asió fuertemente del
tubo. Sin embargo, como Sofía tenía menos estatura que él tan solo reaccionó al
sentir la frenada brusca. Su cuerpo se proyectó hacia el de Gilberto al que
abrazó como un naufrago a una tabla, sin darse cuenta de donde ponía las manos.
Sin esperarlo, Gilberto sintió una agradable y prolongada fricción debajo de su
cinturón y para completar el momento, dos poderosas y acojinadas protuberancias
se hundieron en su espalda. Por último,
el cabello semi empapado de ella impregnó unas gotas en su camisa. El contacto
se prolongó más allá de la frenada. Era el momento del todo o nada. Gilberto se
volteó sobre su eje, abrazó a Sofía y le planto el primero de una larga lista
de besos, mientras que sus manos empezaban a conocer el camino de las delicias.
No comments:
Post a Comment