Un trago
antes...
Aqui
estás de nuevo, la botella en la mano, el guato de marihuana en el cajón,
esperando a que venga y sabiendo que no llegará. Aqui estás de nuevo, en este
pinche estudio, obligado a compartir el baño con los demás vecinos; bueno, no
te puedes quejar, estos franceses son tan puercos que casi siempre lo
encuentras desocupado. Pero, como decía Nathalie, este piso regado de libros
carcomidos y ropa sucia acaba por volverse deprimente; “además, tu cuarto de
dos por dos parece una celda”. Mejor te hubieras quedado en México. Allá
siempre tenías una cama donde caer, una muda de ropa diferente todos los días
y, cuando te deprimías en las pedas, siempre estaban ahí tus amigos para
consolarte o cuidarte de tus pendejadas. Pero no, los tenías que abandonar,
querías ser bohemio, el gran escritor y no eres más que la gran mierda. Tienes
35 años y te has pasado quince años cuidando a niños impertinentes, haciendo
corrección de galeras o notas necrológicas para Le Figaro, ese pinche
periódico reaccionario. Y todo el tiempo has vivido a salto de mata, durmiendo
a veces en la calle como un “clochard”. La única novela que escribiste fue
rechazada por todas las editoriales: “votre texte, M.Pérez, est intéressant,
mais le style insuportable”; a lo mejor falló la traducción. Para conseguir un
trabajo bien remunerado tienes que apellidarte Bernard, porque si no te dicen
que luego te llamarán y se olvidan de tí. Creías que con tus piropos y tu
carita ibas a conquistar a todas las mujeres; a estas putas francesas sólo les
interesa echar un palito y, al día siguiente, te botan del departamento como si
fueras un apestado; como si no hubiera ocurrido nada entre tú y ella. Y eso
cuando tienes suerte, pues nunca falta la cabrona que te despide a las cuatro
de la mañana y entonces tienes que andar de bar en bar por el “quartier latin”,
hasta la hora en que abren el metro. Sí,
es cierto, en México ligarse a una chava costaba trabajo, dinero y
esfuerzo, y llevarsela a la cama en poco tiempo requería de un fina estrategia;
pero, ¡carajo!, ya que se tiene una “tortita”, las caricias, sonrisas y besos
nunca faltan. Eso sí, se horrorizan si les hablas de “ménage à trois” y de ser
“open mind”. “Open mind”... eso les dijiste a tus amigos, que tú ya te habías
liberado, que Dios no existía y que estabas abierto a cualquier tipo de
conocimiento; además te enorgullecías de vivir con Guadalupe, aquella relación
que causara tanto escándalo por la diferencia de edades y otras cosas, por lo menos aquí sí respetan
la privacidad... Sí también por eso te fuiste de México, porque todos los que
te rodeaban eran unos moralinos de mierda. Ellos seguían viendo en forma
inquisitoria el vudú, los suicidios y las drogas. Te sentías la Gran Verga...
¡pendejo!. La vida es una porquería... ¡Ja!,esa frase ya parece un lugar común
en ti. Quisieras echarte un toque, pero ¡nel!, luego te cruzas y acabas
ensuciando todo el cuarto. Las primeras veces creías que eso formaba parte de
tu aprendizaje de escritor, ¿recuerdas?; eso y entrar al metro sin pagar y
recorrer los trayectos de los cuentos de Cortázar, echarte tus toques en la
tumba de Morrison, leer l’Humanité y pertenecer a las juventudes
comunistas, ir a Montparnasse o, por último, empedarte en el Chez Georges,
al que solía ir Sartre. Te sentías muy vanguardista yéndote de tu casa y
dándole la espalda a todo lo que dejabas atrás. En fin, la botella ya se acabó
y él ya no vendrá. Como va a venir si le dijiste que fuera a chingar a su
madre, porque no quiso prestarte cien francos y porque le prometió a su esposa
portarse como un buen padre y marido. Lo mejor será sacar la pistola, besarla
pensando que se trata de Ernesto y abandonar este antro.
No comments:
Post a Comment