Ayer
asistí con mucha ilusión a ver esta película protagonizada por Leonardo di
Caprio, encarnando a este mítico y siniestro director del FBI, que cuenta entre
sus logros haber acabado con Dillinger y haber introducido métodos científicos para
investigar los crímenes. La película nos expone a un Hoover en sus últimos años, recordando su vida para un proyecto de biografía que nunca llegará a ver la luz. Para ello emplea a diversos agentes del FBI como amanuenses y les va dictando sus
memorias. Sin embargo, pese a las excelentes actuaciones y una buena recreación
de los años 20’s y 30’s, así como una buena dirección, la película me resultó
completamente decepcionante.
Resulta interesante, la forma abierta en que se aborda
la vida privada del director del FBI; ésta incluye una tortuosa relación con una madre castrante y su vida sentimental al lado de su leal director adjunto Clive Tolson. Sin
embargo, el fallo de la película viene cuando se aborda la propia obra de
Hoover al frente del FBI. 50 años de trabajo se resumen, en esta obra de
Eastwood, a una lucha fóbica contra los comunistas y todo aquello que se le
pareciera (incluído Martin Luther King), una lucha contra el hampa, el denuedo
por resolver el caso del secuestro del bebé de los Lindbergh y sus constantes
chantajes a los distintos ocupantes del salón oval de la Casa Blanca para
perpetuar su poder. Nada se menciona de la persecución que él encabezó contra
los homosexuales (el podía tener relaciones, los demás no), nada se dice del
acoso a Chaplin hasta que logró que lo expulsaran de los Estados Unidos y menos
aún habla Eastwood del afán del Director del FBI por echar a John Lennon, en lo
que constituyó una de sus pocas derrotas. Tampoco dice nada acerca de la posible
participación de Hoover, para aquellos que les gusta la teoría del complot, en
el asesinato de John F. Kennedy o del propio Luther King. Por otra parte, mucho se ha rumoreado acerca de que
Hoover tenía información comprometedora de suspuestas relaciones extramatrimoniales
de Martin Luther King. Es ese punto, que
sí aborda la película de Clint Eastwood,
uno de los peores fallos del film. No se acaba de explicar concretamente
el lado oscuro que habría descubierto Hoover en el pastor, pero sí queda claro que
le somete a un chantaje en el sentido de que si el activista social no renuncia al premio
Nobel, sus pecados saldrán a la luz. A la hora de la verdad cuando el
protagonista espera que el líder afroamericano rechace el galardón, se
encuentra, para su disgusto, con que sí lo acepta. En este caso, el fallo consiste en que nada dice Eastwood de cómo Martin Luther
King logró evitar la filtración de esas noticias comprometedoras y salvaguardar
su reputación. De hecho, no se ha encontrado a día de hoy ningún dato que
corrobore esos pecados del premio Nobel, en parte quizá porque Hoover le ordenó
a su secretaría que destruyera sus archivos secretos a su muerte. Es decir, Hoover habría contribuido involuntariamente a preservar el buen nombre de su enemigo. Lo que resulta más paradójico aún es que Martin Luther King es conocido y admirado hoy en día en todo el mundo, mientras que el
siniestro director del FBI apenas es conocido fuera de Estados Unidos y
requiere de la figura de Di Caprio y la dirección de Eastwood para que se le
conozca un poco más allende fronteras.
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