Sergio volvía
a casa como todos los viernes; cansado por trabajar en las mañanas y, en esta
ocasión, abatido tras haber suspendido el examen de lógica en la Universidad.
Encima, su novia lo había dejado plantado en la estación de metro en la que
habían quedado. Sin embargo, no lo tomó a mal, pues sabía que las obligaciones
de ella la retenían varias horas más de lo que quisiera. Pese a las
adversidades, Sergio estaba contento porque ese día era Viernes y ante él se
habría todo un fin de semana para el desenfreno etílico o sexual que le
permitiría evadirse de su monótona rutina de vida.
Acababa de
pasar los puestos ambulantes de comida donde algunas veces cenaba, atraído por
el inigualable olor de los tacos callejeros. A pocos pasos se encontraba el
edificio donde vivía. Por fuera daba la impresión de ser de clase media venido
a menos, pero donde se podía vivir con comodidad. Al entrar, llamaban la atención
sus pasamanos de hierro completamente llenos de rayajos, las escaleras sucias
y, por último, las paredes llenas de desconchones como si se hubiese producido
una balacera que hubiese comprendido todas las plantas. Por si fuera poco, la
habitación de Sergio radicaba en el último piso. Se trataba de una minúscula
habitación de azotea de quince metros cuadrados en el que tenía, por toda
posesión, una cama, una mesita de noche, una estantería de libros y unas
cuantas cajas en las que ponía algo de fruta y comida que debía comer con gran
celeridad para que no se echase a perder. En realidad, Sergio odiaba esa
morada, los escasos ingresos de la beca que le otorgara su Estado natal, los
imprevisibles envíos de dinero de sus padres y lo que recibía por sus clases particulares
no le permitían pagar nada más. Pero estaba convencido de que sólo estaría unos
meses ahí. A través de sus nuevas amistades conseguiría un empleo en la
representación de su Estado en la capital con lo que aumentaría sustancialmente
sus ingresos.
Se trataba de
muchachos que venían a cursar sus carreras pero que, al estar lejos de su
ciudad natal buscaban distraer la nostalgia entrando en contacto con paisanos.
Por supuesto, el afán de conversar con alguien de la tierra hacía más
tolerantes a sus nuevos amigos que, a diferencia de lo que ocurría allá, no se
fijaban en la clase social del paisa sino en su casticidad.
Para animar la
diminuta habitación, Sergio había pegado unas cuantas fotos de su tierra, un
enorme póster de Frida Kahlo y otros de películas mexicanas, principalmente del
indio Fernández. Tras cenar, empezó a leer La microfísica del poder de
Foulcault. A las dos páginas sintió cierto sopor, por lo que instintivamente
reposó el libro en su pecho y cerró los ojos un momento. “Para descansar un
poquito”, se solía decir a sí mismo, aunque sabía que ése era el preludio de su
abandono total en brazos de Morfeo.
Empezaba a ver
a sus cuates y los paisajes conocidos cuando un fuerte ruido le sobresaltó.
“Genial, los que hayan sido ya me espantaron el sueño y pa´colmo me rompieron
la ventana”, pensó irritado.
Se acercó a la
puerta, a ver si podía distinguir al travieso de turno y, pese a caminar
descalzo sobre los cristales no se hizo corte alguno.
-¡Chamacos
pendejos! ¡Como los atrape no se la van a acabar! –dijo más por soltar su rabia
que por los efectos que pudieran producir sus amenazas, si es que alguno de los
niños seguía ahí.
Ya se disponía
a volver a su cama cuando vio la luz de la escalera encenderse y oyó unos
pasos. “No creo que sea Leti, aunque igual. En todo caso espero que no sea el
gorrón chilango de Baltasar. Si viene a beber se llevará una buena sorpresa si
viene por eso. No tengo ni una chela”.
Los pasos se
hicieron más cercanos hasta que llegaron al descansillo que comunicaba con la
puerta que, a diferencia de otras veces, se abrió sin dificultades y sin
chirriar. Deslumbrado por la luz del rellano, Sergio alcanzó a distinguir una
silueta femenina.
-¿Qué tal? Ya
no te esperaba mi reina.
-¿A quién
llamas así con esa confianza? -respondió con voz seca una voz de mujer.
Él salió a la
azotea y dio unos pasos en su dirección. Pronto se dio cuenta de que estaba
hablando con una desconocida. Era una mujer joven, muy pálida, que tendría
aproximadamente su edad. Sin embargo, su voz autoritaria y su mirada cansada,
como si hubiera visto muchas cosas malas, le daban un aire de mayor.
-Muy rápido
vienes a mí para no saber quién soy.
Sergio no
comprendía nada. Estaba en la azotea, en calzoncillos y ante una muchacha muy
guapa, que no pintaba nada ahí. Pensó que se podría tratar de alguna broma de
uno de sus amigos o incluso de una tentación que le mandaba Leti para probar su
fidelidad, pero tampoco tenía mucho sentido. Por lo pronto, decidió jugar de
forma ambigua para ganar tiempo y ver si en el transcurso de la chanza
descubría la verdad.
-Es que..., no
todos los días tengo a un cuerazo tan exquisito a la entrada de mi casa.
-Gracias.
-Las que me
faltan para servirte
-Anda, deja de
hacer el payaso y vámonos.
-¿Así, en
cueros y sin cambiarme? En mi casa me enseñaron a no hablar con extraños y
menos irme con ellos a lo oscurito. Y además, para que me voy a querer ir si
estoy muy a gustito aquí, mejor quedémonos platicando para conocernos mejor.
-Deja de
tomarme el pelo, que si no va a ser peor para ti. Además no necesitas ropa ahí
adónde vamos.
-¡Ah caray!,
esto se pone emocionante. Pero tampoco te vayas a creer que soy un chico fácil.
-Respóndeme
–dijo ella con un ligero hastío asomando-, ¿Qué hiciste cuando oíste el ruido
de tu ventana?
-Me levanté
para ver si descubría al graciosito y luego oí los pasos en la escalera, por lo
que me quedé espiando. ¿Pero, como sabes que me rompieron la Windows?
-Bueno,
supongo que llegué demasiado pronto y no te di chance de caer en la cuenta de
tu nuevo ser. En fin, hazme el favor de ir a tu habitación y ver tu lecho.
-¿Así, sin más
preámbulos? Tú sí que sabes lo que quieres, nena.
Iba a seguir
con sus comentarios de doble sentido, pero una mirada molesta de su
interlocutora lo hizo callar.
No le gustaba recibir órdenes y menos de una mujer, y
tampoco le agradaba el tono seco y de desprecio con el que formulaba sus
órdenes, pero había algo en su inesperada compañera, que le impedía rehuir el
mandato. Obedeció y nada más entrar en su habitación distinguió en la cama un
bulto. Encendió la luz y se contemplo a sí mismo, en la cama, bañado en sangre.
Se acercó a su cuerpo para cortar la hemorragia con la sábana, pero ni siquiera
pudo asirla. Su desesperación iba en aumento. Era como una pesadilla donde no podía
moverse pese a que su vida le iba en ello. De pronto sintió que la mano de la
muchacha se posaba en su hombro y, al acordarse de su presencia, entendió por
fin de quién se trataba. Aterrorizado, retrocedió sin dejar de verla a los ojos
hasta casi alcanzar la pared.
-¿A dónde vas,
ahora? –dijo ella entre risotadas
-…
-Es mejor que
vengas por las buenas, si no te va a doler más.
-¿Por qué? ¿Es
que acaso esperas la complacencia de tus víctimas o, peor aún les pegas si no
quieren acompañarte? –dijo Sergio, alzando su voz todavía ronca de miedo.
-No seas
tonto. En primer lugar, yo nada tuve que ver con tu muerte y tampoco torturo a
los fallecidos. Son ustedes mismos quienes se lesionan con tanto querer
aferrarse a esta vida.
-No habrás
tenido nada que ver, pero bien que te regocijas de tener chamba esta noche.
-Mira, está
claro que todavía no estás listo y en tu caso mi visita tan tempranera es toda
una putada. Por ello, y como regalo excepcional, te voy a dar un ratito para
que te calmes y te resignes. Mientras atenderé a unos ancianos.
-Yo no quiero
tu propina de mierda; lo que quiero es que todo vuelva a como era hace media
hora.
-Eso no es
posible. Aprovecha lo que te queda. A mi vuelta nos vamos.
-¿Y si no
quiero?
-Será más
doloroso, pero al final lo que tiene que ser será. No le des más vueltas.
-Para ti es
muy sencillo o se hace lo que quieres o se hace.
-Estás
perdiendo la perspectiva. A mí no me gusta nada. Solo soy un componente del
ciclo natural: se nace, se vive y se muere y cuando esto último ocurre yo
aparezco.
-Yo sólo
obedezco órdenes, te faltó decir. Pareces nazi.
-Todo lo
contrario, ellos sí mataban creyendo las estupideces de la raza superior y que
cumplían un mandato casi divino. A mí, en cambio, me da igual quien sea el
occiso. Yo sólo cumplo mi deber. Además, ni siquiera has sufrido, así que para
qué le haces tanto al pancho. No sabes la suerte que tienes, no como otros, que
se pasan años enteros esperándome entre retortijones.
-No, si encima
tendré que darte las gracias al final, como si fuera mejor morir que vivir con
dolor. ¿Qué hay de aquellos que no piensan como tú, y que, a pesar de sus
dolores, aprovechan cada instante para vivirlo intensamente, como esta mujer?
-dijo apuntando al poster de Frida.
-Me estás
retrasando. Aprovecha tus últimos instantes, relájate y todo saldrá bien. Abur.
-Una última
pregunta.
-¿Qué?
-¿No sientes
nada, verdad? Pues entonces no te importará que haga esto.
Acto seguido,
Sergio se acercó a ella y, sin darle oportunidad de reacción, la rodeó en sus
brazos para luego darle un beso de lengua aprovechando que ella tenía la boca
abierta de la sorpresa.
Lo que no
previó Sergio fue la reacción de la huesuda, quien, al poco tiempo, lo abrazó y
le empezó a infligir un gran sofoco a través de una descarga eléctrica. Antes
de desmayarse todavía alcanzó a oírla en tono colérico:
-¡Cómo te
atreves! Espero, gusano, que esto te haya servido de lección ¡y cuidadito con
volver a intentar algo igual cuando vuelva! Espero que madures.
Al recuperarse,
Sergio quiso engañarse con la idea de que había logrado burlar a la muerte,
pero con sólo echar un vistazo a su cadáver, cada vez más tieso, comprendió que
de nada valía hacerse falsas ilusiones. Lo triste de su situación era que de
nada le valía encarar y aceptar la realidad, ya que ésta, tal y cómo la
conocía, se acabaría a la vuelta de su tétrica amiga. No podía dejar de pensar
en todo aquello que dejaba, ni tampoco en el dolor que su muerte produciría
tanto a su familia como a su novia. Ni siquiera podía escribir una carta de
despedida ni sabía por qué le habían pegado aquellos balazos. Y qué decir de
sus planes futuros de viaje al extranjero para hacer un doctorado y recorrer el
mundo, o del gusto que sentía en las mañanas cuando Leticia se quedaba en su
cuarto de azotea y a la mañana siguiente, tras una noche agitada, sólo pensaban
ambos en iniciar la mañana con una buena cogida que les hiciese sudar todo el
alcohol bebido horas antes. Vale verga o, mejor dicho, ya valí verga, pensó,
mientras esbozaba para sí una sonrisa por su juego de palabras, el último
quizá. Finalmente, comenzó a resignarse, pero tampoco quería dar su brazo a
torcer. No sabía cómo, pero tenía la certeza de que, de alguna forma, debía
plantarle cara a la muerte. “En todo caso, no creo que muchos hayan tenido lo
huevos para hacer lo que yo y hay que ver la carita que se le quedó a la vieja
después de meterle mi lengua en la boca. Claro que así lo pagué, casi me mata la cabrona. Bueno , eso
sí que ya no lo puede hacer” Ante ese último pensamiento no pudo dejar de
carcajearse.
-Me da gusto
ver que mi presencia ya no te es tan sombría.
-¡Ah!, ¿ya
volviste? ¡Qué rápida eres! –dijo volviéndose a poner serio.
-Hombre,
cuando se juntan el hambre y las ganas de comer todo es muy fácil. Como te dije
antes, hoy tenía que ver a una pareja de ancianos. Vivían en un asilo y me
esperaban ansiosamente. Sin embargo, lo que sí no querían, de ninguna manera,
era que yo me llevara a uno antes que a otro y, aunque no correspondía, les di
capricho. Así me ahorro el tener que volver.
-Eso es porque
habrían compartido toda una vida juntos y ya no podían vivir el uno sin el
otro. En cualquier caso, de haber tenido que llevarte a uno primero no habrías
tardado en hacerle visita al que hubiese quedado vivo.
-¿Tan fuerte
crees que son los sentimientos que unen a los seres humanos? ¿No será que se
acostumbran el uno al otro y lo que les falta, al final, es la rutina?
-Costumbre o
amor, qué más da, el caso es que son seres simbióticos.
-¿Sim… qué?
¡No mames!, ¿qué palabreja es esa?
-Dícese, por
ejemplo, de dos plantas que, aunque son diferentes, no pueden vivir la una sin
la otra.
-Tampoco te
pongas pedante, universitario. Además vámonos que se está haciendo tarde.
-No quiero,
vete sin mí.
-No jodas,
creí que ya habían quedado claras las reglas de juego.
-Eso será para
ti. Es muy cómodo, es tu partida y tus reglas, que se resumen en que se tiene
que hacer lo que tú quieres sí o sí.
-Lo que
sentiste hace un rato, cuando me atascaste desprevenida, no será nada en
comparación de lo que te espera si te resistes. Piénsalo, ¿es eso lo que
quieres?
-No se trata
de que quiera o no. Soy un ser vivo o al menos me siento como tal y por lo
mismo todo mi instinto y razonamiento está destinado a buscar la supervivencia. No
se trata de que pueda sino que DEBO, como todo preso de larga duración que está
obligado a intentar fugarse de su cerezo. Dices que yo te ataqué, pero el único
que salió lastimado fui yo, precisamente porque todavía siento el fluir de la
sangre en mis venas y porque…-se calló temeroso de lo que iba a decir.
-No te pares,
ya que dijiste lo menos di lo más.
Sergio respiró
hondo, mientras calculaba las palabras exactas. Finalmente, al no soportar la
mirada fija de su contertulia, optó por la versión chabacana.
-Pensé que era
la última oportunidad de besar a un cuerazo como tú y como tampoco creía que me
ibas a dar un receso pensé que si me concentraba en el beso tú podrías realizar
tu trabajo y yo no sufriría.
-O sea, que en
cierto modo ya te habías resignado.
-Tuve miedo,
como cualquier animal acorralado y, sí, ataqué, pero de una manera poco
convencional, porque intuía que a trancazos no podría contigo. No quería
sufrir, pero también deseaba sentirte. En cualquier caso, ahora estoy más
tranquilo y puedo decirte que nunca conseguirás por las buenas un sí de mi
parte.
-Pues muy
bien, ya que así te las gastas, tendré que emplear estrategias poco
convencionales.
Se acercó
hacia él, mientras Sergio adoptaba una grotesca forma defensiva. Había alzado
sus puños cerrados a la altura de sus pómulos, al tiempo que flexionaba su
pierna derecha, imitando el golpe de la grulla.
Cuando más
cerca se encontraba ella, más temblaba él que, instintivamente, cerró los ojos.
De pronto oyó una sonora carcajada de su compañera de habitación.
-¿Esta es toda
la resistencia que me ofreces? ¿Qué mono?
Acto seguido,
ella lo enganchó por el cuello y empezó a simular que le daba golpes con el
puño cerrado. Incluso Sergio, dentro de su pánico, se dio cuenta de que sólo se
trataba de un juego. Finalmente, lo liberó y le dijo:
-Ahora sí,
prepárate para recibir mi mejor golpe, el que acallará toda tu rebeldía.
Esta vez,
Sergio no tembló. Se quedó inmóvil, mirándola fijamente. Cuando esperaba
desaparecer, sintió que una mano le empezaba a desabrochar la camisa y también
gozó al primer contacto de los labios. Su cuerpo parecía recuperar el calor
perdido y volver a la vida.
Esto le devolvió su seguridad en sí mismo y, cuando ya se
encontraba desnudo y a punto de caramelo, empezó a quitarle el vestido a ella
que empezaba a juguetear con su sexo. Tras una serie de preludios que
incluyeron una exquisita felación, se encaminaron hacia la cama y empezaron a
hacer el amor. Primero ella arriba, luego él para pasar a un corto descanso con
tabaco incluido y terminar con la socorrida posición de perrito muy útil en
estas circunstancias, pese a las reticencias de la muerte.
-¡Ay, mi rey!,
hacía tiempo que nadie me hacía sentir tan bien –dijo la muerte al tiempo que
encendía otro tabaco.
-Vaya, no
sabía que solías…
-¿No pensarías
que eras el primero?
-Por supuesto
que no, pero se te ve tan profesional que no pensé que mezclaras placer y
trabajo.
-No debiera,
pero, digo yo, también tengo derecho a mis ratos de esparcimiento después de
miles de años sin parar. ¡Qué mal me conoces! –dijo con un irónico tono de
reproche al final.
-Hombre, lo
malo de ti es que sólo se te ve una vez en la vida y no es precisamente en el
momento más oportuno.
-Tampoco, te
quejes que no te está yendo nada mal. Te he dado tiempo y te he apapachado. En
fin que me has pillado con las defensas bajas.
-Tú sí que
eres afortunada. Eres la única persona que tiene chamba para toda la vida,
viajas a los lugares más remotos sin necesidad de dinero o papeles e incluso te
puedes dar el lujo de acosar y violar a tu antojo a chavitos tiernos e
inocentes como tu servidor.
-¡Ay,
pobrecito!, no sabía lo que hacía y se lo llevaron a lo oscurito…Oye, mi rey…
-¿Sí?
-¿No crees que
ya va siendo hora de que nos vayamos?
-¿Por qué? Si
estamos tan a gustito aquí y ahora.
-Ya, pero se
está haciendo de día y todavía me queda un chingo de chamba.
-Pues nadie te
impide ir a ganarte el pan con el sudor de tu frente.
-No seas
pendejo. Tú eres mi trabajo.
En ese momento
se estableció entre ellos un silencio de muerte que duró varios minutos.
-No me quiero
ir –dijo finalmente Sergio-.
-Pero si no
tienes nada que temer. Te aseguro que no estarás sólo.
-No se trata
de eso, aunque sí, reconozco que me acobarda lo desconocido. El hecho es que
todavía no he vivido, me quedan muchas cosas por hacer y un destino por
cumplir.
-Aquello que
tú llamas destino tan sólo son unas líneas establecidas por ti mismo que, en su
mayoría, no se cumplirán, lo que provocará que al final de tus días seas un
amargado.
-Da igual, ésa
es mi elección. Además, quiero saber quién me ha matado y partirle la cara.
-¡Ah!, el
noble propósito de la venganza, ésa sí que es una buena razón para quedarse ¡y
muy humana!, por cierto.
-Pues sí, no
esperarás que me quede de brazos cruzados y perdone a quien me hizo esto.
Además, ¿quién va a buscar esclarecer este asesinato? No le van a hacer ni puto
caso los policías. Así que, a falta de justicia, tengo derecho a tomarme la
venganza por mi mano.
-Sí, eso dicen
por ahí. En cualquier caso, resulta muy aleccionador oír las motivaciones
éticas de todo un futuro abogado que, no me extrañaría, se acabará
corrompiendo.
-Da igual. Sé
que no he sido un chico bueno contigo y sé que no tengo ninguna virtud que me
haga merecedor de lo que te voy a pedir, pero quiero vivir y saber quién fue.
La muerte lo
miró con un doble sentimiento de pena y de hastío. Finalmente, cansada de estar
en esa atmósfera nauseabunda, dijo:
-Tienes suerte
de que llevara mucho tiempo sin coger y, pa’ qué negarlo, me has dejado
satisfecha. Sólo por eso vivirás. Respecto a lo de tu ahora “intento de
asesinato” y ya no ejecución, no hay mucho misterio. Anduviste de gallito
metiendo tu verga en todas partes hasta que Leti se enteró, se enfureció y
mandó matarte.
-Pero no tenía
derecho. Yo entiendo que me armara un escándalo, que viniese a destruir mis
escasas posesiones, pero esa venganza es desmedida.
-Mira quién
fue a hablar, el que hace rato le quería partir la madre. No chilles, fueron
tus propias pendejadas las que te condujeron a esto y ahora, si me permites, yo
me retiro.
-Gracias, me
has cambiado la vida.
-No me
agradezcas nada, la próxima vez que nos veamos te aseguro que no va a ser nada
agradable para ti.
-¿A poco tú
también te vas a poner celosa?
-¿Celosa yo?
No, pero sí molesta por haberme saltado las reglas esta noche. A ver si no
acabo desempleada por tu culpa.
-Te aseguro
que eso a mí me….
-Mejor
cállate, no eres más que un chavito idiota con suerte. Adiós.
A las 9 de la
mañana, Sergio se despertó con mucho sudor en todo el cuerpo, ante la
insistencia con la que llamaban a su puerta. Se acercó y, al abrirla, vio a su
novia Leti, al mismo tiempo que sentía como se le clavaban en los pies
descalzos restos del cristal roto el día anterior y la oía a ella pronunciar:
-Eso te pasa por pendejo.
[1] Publicado en 13 para el 21. Antología de nuevos
escritores, Ediciones Irreverentes, Madrid, 2007 pp. 276
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