- Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno.
Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro
se para (...) y veo que estamos en Saint Germain des Prés, que queda justo a un
minuto y medio de Odeón (...) Las estaciones son los minutos, comprendes, es
ese tiempo de ustedes, de ahora, pero yo sé que hay otro...” (Julio Cortázar, El
perseguidor)
El reloj del metro marcaba las 10 de la
noche y Gerardo todavía no había llegado a la cita por más que le había
garantizado a Patricio que llegaría a las 9 en punto a Allende, para ir a tomar
unas cuantas copas al ”Submarino”. No sería la primera ni la última vez que
Gerardo lo dejara plantado en una cita. Sabía que al día siguiente recibiría un
llamada de su amigo, pidiéndole disculpas e interponiendo sus típicos
pretextos: “Discúlpame coronel (así lo llamaba él), se me encimó el trabajo” o
“se me cruzó una vieja de última hora”. Al final, volverían a hacer una nueva
cita con Patricio a la que no asistiría.
Patricio se dispuso a tomar el siguiente
metro, el trigésimo segundo después de la hora de la reunión, y volver a su
casa, pero los efectos del toque de marihuana que había fumado antes de salir
de su casa no habían desparecido. El sabía que sus ojos tenían el color de un
semaforo en alto y no quería afrontar la
sensación, imaginaria o real, de ser observado por decenas de usuarios por lo
que decidió esperar un rato más hasta que los vagones del metro estuviesen casi
vacíos y entonces poder levantarse del suelo y abordar el medio de transporte
sin ninguna preocupación.
De repente aparecío una joven que, a
pesar de su vestimenta rudimentaria, pelo grasiento, cadenas con el símbolo
hippie y sus mejillas pintadas con todos los colores del arcoiris, irradiaba
una belleza diferente y misteriosa a través de su penetrante mirada.
Una nostálgica del concierto de Avándaro
-pensó Patricio al verla por primera vez.
- Chingada madre. Este pendejo ya se
largó -gritó ella.
De pronto, vio a Patricio sentado, se
acercó a él y le preguntó en un tono todavía molesto:
-¿Qué hora es?
Éste se molestó por la falta de
educación de la joven y tan sólo movió su cabeza hacia el lugar donde se
encontraba el reloj como respuesta.
-¿Estás pacheco, verdad?
Esta nueva pregunta de ella lo irritó
aún más. El consideraba que esas cosas no se debían hablar en lugares públicos.
Sin embargo, en lugar de responder con un típico “qué chingados te importa”
decidió ver que tan autentica era ella o si se trataba de una niña fresa que
aparentaba lo que no era.
- Sí, ¿quieres? -respondió él.
- ¿Traes?
Patricio acercó lentamente su mano al
bolsillo de su pantalón hasta introducirla.
- ¿Tú qué crees?
- Que no.
Finalmente, él sacó de su bolsillo una
bacha de marihuana, seguro de que ella la rechazaría en ese mismo instante.
- Mira -dijo ella- una nunca sabe por
donde va a saltar la trucha.
Tomó la marihuana con la mano izquierda,
mientras que con la derecha sacó de sus jeans agujereados un encendedor y se
dispuso a prender el toque cuando él se lo arrebató violentamente.
-¿Estás pendeja? ¿Quieres que nos boten
de aqui?
-¡Ay no seas puto!, ¿para que cargas con
la mota si no piensas tronártela?
- Sí pienso hacerlo, pero en mi casa. No
estoy aqui para hecerle al exhibicionista y además te recuerdo que en este país
esta prohibido fumarla.
- Sabía, desde que respondiste que sí
estabas pacheco, que nomás eras pura pose.
- No tengo porque demostrarte nada a ti
ni a nadie y por otra parte ya estoy cansado de estar esperando al güey de mi
amigo, así es que me retiro. Quédate con el toque.
- ¿A quién esperabas?
- A mi compadre, pero como de costumbre
me dejó plantado.
- Pues, vaya “amigo” -dijo ella en tono
despectivo.
- Sé lo que piensas, que no es mi amigo.
Pero también es cierto que cuando lo necesito verdaderamente, él siempre
aparece para ayudarme a sobrellevar la depresión o protegerme de los “judas” en
caso de que me empede más de la cuenta. Yo creo que es uno de los pocos amigos
que conservo de la carrera. Y tú, ¿qué haces aqui?
- A mí me paso al revés. El cabrón con
el que iba ir a una fiesta se sintió muy digno y se fue a la media hora de
estarme esperando. Ojalá hubieras sido tú el que...
- No te creas -dijo Patricio adivinando
el pensamiento de la muchacha. Yo hubiera hecho lo mismo que tu amigo, pues si
algo me molesta, excepto en el caso de Gerardo, es la impuntualidad de los
demás que te hace perder grandes y valiosas cantidades de tiempo. De hecho, por
eso mismo corté a mi última novia.
- Ay pus que payaso. Además para que
quieres tener tiempo si no lo puedes compartir en el amor o con los amigos.
Este último comentario de la jóven
sacudió completamente a Patricio quien ya no pudo continuar con la discusión
por lo que decidió marcharse del lugar. Sin embargo, ella ejercía en él una
atracción especial, pues le había hecho notar, en una sola respuesta que su
existencia carecía de valor. Su vida se había convertido en una rutina. Ir al
trabajo todos los días de 9 a 5; regresar a casa a comer solo y, en las tardes,
por diversos medios, buscar romper con el aburrimiento. De esta forma, Patricio
solía asistir a conciertos, obras de teatro, cine o al boxeo. En el peor de los
casos, cuando el trabajo lo extenuaba demasiado como para no volver a salir de
casa en la tarde, leía o veía la televisión. Existían otros medios, por
supuesto, tales como el emborracharse en un bar o echarse unos toques de
marihuana en la casa. Pero finalmente, ¿de qué le podían servir todas esas
experiencias si no podía compartirlas con nadie?
- Pa’ todo esto, ¿cómo te llamas?
-preguntó ella sacándolo de su profundo letargo.
- Patricio. ¿Y tú?
- Libertad.
- Me tengo que ir, pero me gustaría
volver a verte. ¿Cuál es tu teléfono?
- No te vayas. Quédate un rato más.
- No puedo. Tengo muchas cosas que
hacer.
- ¿Cómo qué?
- Esteee...
En realidad, esta nueva pregunta había
vuelto a desarmar a Patricio. Si bien era cierto que su histérico jefe le había
ordenado un reporte de cinco cuartillas para el lunes a primera hora; disponía
de todo el fin de semana para hacerlo. Además, dado que su jefe tenía reunión
con el secretario los lunes, él,
seguramente no entregaría el famoso reporte hasta el martes.
- Bueno, me quedo un poco más.
Continuaron platicando, pero esta vez
fue ella la que empezó a hablar de su vida. Había nacido en Puebla. Nunca
conoció a su padre, pues éste había muerto de un balazo en un prostíbulo. Por
supuesto, su madre y sus tías nunca le dijeron eso; siempre hablaron de él como
un devoto esposo y excelente padre, además de ser un buen creyente, pero
Libertad supo la verdad en la Hemeroteca del Estado de Puebla. Su educación, tanto
en la escuela como en la casa estaba marcada por una visión de la religión
católica que se limitaba a una serie de mocherías en las cuales casi todo era
pecado y la única salvación se encontraba en leer la Biblia y rezar. A los 15
años, Libertad, hastiada de la hipocresía y moralina de la sociedad poblana, se
había fugado. Un año después, efectivamente, había estado en el concierto de
Avándaro. De ahí en adelante, se había dedicado a recorrer el país, algunas
veces con sus amigos hippietecas y otras sola, trabajando de lo que fuera, con
tal de poder conseguir alimento y techo y, cuando se cansaba del lugar,
emigraba a otra ciudad. Estos viajes le habían permitido conocer lugares como
Guatemala y Belice, donde trabajó en la pizca del café. Por supuesto, su
vestimenta y su forma de ser le ocasionaban problemas, pero ella siempre se las
ingeniaba para salir adelante. Finalmente, después de vagar por diversas
partes, decidió visitar el D.F.5
- Como ves, según mi forma de pensar,
todo se trata de conseguir algo con que sobrellevar la situación material para
poder vivir al máximo.
Patricio ya no quiso argumentar esa
última frase de Libertad. Se sentía cansado, por lo que se dispuso a levantarse
para tomar el próximo metro, el último, quizá. Sin embargo, justo cuando iba a
hacer el primer movimiento hacia arriba, ella lo retuvo, poniéndole la mano en
el hombro.
- No te vayas. Quédate un rato más -dijo
Libertad en tono amistoso.
- La verdad es que tengo mucha flojera y
se está haciendo tarde. Además debo hacer un trabajo para el lunes.
- Híjole, no vaya a ser que no te
alcance el tiempo para tu trabajo -espetó ella irónicamente- Mejor quédate
conmigo y nos dormimos en el metro.
- ¿Aquí?
- Bueno, es cierto que en esta estación
no se podría, porque es muy chica y no hay lugar donde escondernos de los
vigilantes. Pero en Hidalgo sí se puede. Claro que hay que estar alertas,
porque cada media hora, después de las doce, hacen rondas.
- Hay una cosa que no entiendo -dijo
Patricio- ¿cuál es el interés de quedarte a dormir en el metro, si lo único
queno vas a hacer es dormir?
- Touché -respondió Libertad riendo y
explayando por primera vez en la noche su seductora sonrisa.
- Además, ¿por qué no te vas mejor a tu
casa?
- Lo que pasa es que todavía no he
conseguido trabajo aquí y como llevaba dos meses sin pagar la renta, la dueña
me corrió.
- Tengo una mejor idea, ¿por qué no...?
- ¿Sí?
- No, olvídalo.
- No, dime.
- Bueno, pero no vayas a pensar mal
-comentó, al mismo tiempo que se sonrojaba.
- ¿Qué?
- Pensaba que tal vez lo mejor sería que
vinieses a mi casa.
- ¿Y por eso te chiveas? No seas
reprimido. Es más, tu idea me parece excelente. Vamos.
Por fin se levantaron para tomar el
metro; dirigirse a Hidalgo y transbordar hacia Universidad. La casa de Patricio
se encontraba cerca de la estación de División del Norte; en Pestalozzi. Al
llegar, Patricio arregló el sofá de la sala y, tras dejar unas cuantas sábanas
y una almohada, se retiró a su cuarto a descansar.
- ¿No quieres cenar? -alcanzó Libertad a
preguntarle.
- No, gracias. Estoy muy cansado, pero
si tú quieres algo, sírvete con confianza.
No habrían pasado más de dos horas
cuando Patricio, que estaba profundamente dormido, sintió un suave y húmedo
contacto en su mejilla. Abrió a duras penas sus ojos y vió a su lado a Libertad
sentada en la cama.
- ¿Sí? -preguntó con su voz somnolienta.
- El sofá es muy incómodo -respondió
ella con un tonito chillón de niña.
- Mmh...¡Qué lata! Tendré que dormir ahí
-dijo Patricio.
Él quiso levantarse, cuando ella se lo
impidió, montándosele encima.
- No seas payaso -dijo antes de darle el
primer beso de la noche- Además... muack...¿no dijiste que si tenía hambre
podía servirme lo que quisiera?
Él sólo pudo reirse como respuesta.
Empezaron entonces los besos prolongados, las caricias y juegos eróticos, hasta
que terminaron haciendo el amor cinco veces durante esa noche.
El tiempo, a partir de ese día, pareció
cobrar una nueva dimensión de vitalidad e importancia. Ya no se trataba de
derrotar a cualquier precio el aburrimiento, sino de luchar por hacer más largo
el día y, de esta forma, más placentero. Todo lo que a él le parecía antes
rutinario, cobraba un nuevo valor con la presencia de Libertad. Incluso el
largo y penoso transbordo de Tacuba se convertía en una visita a una exposición
de arte “underground”, donde se podían ver las obras de los artistas marginados
por Bellas Artes. A través de ella pudo conocer nuevas experiencias y personas;
descubrió los bares clandestinos de gays y aprendió a no estar siempre a la
defensiva cuando se encontraba ante desconocidos o en un lugar ajeno; a no
buscar quedar bien en todas las reuniones, sino gozar al máximo el momento y,
sobre todo, gracias a ella, pudo comprender cuál era su verdadera vocación y
sus ambiciones más íntima. No la de sus padres, que lo habían forzado a
estudiar la carrrera de Derecho.
Ella representaba todo lo que él nunca
se había atrevido a hacer. Patricio también había tenido su oportunidad de
rebelarse en el 68; cuando todavía era un adolescente. Sin embargo, una campaña
de desinformación, promovida tanto por sus padres como por maestros, en la cual
se describía a los estudiantes huelguistas como unos fanáticos, diabólicos y
peligrosos enemigos de la sociedad, aunado a su deseo personal de no tener
problemas con su familia y a su falta de curiosidad por conocer verdaderamente
los objetivos y razones por las cuales los universitarios estaban disconformes,
lo habían llevado a una sumisión total frente a su familia, maestros y
convenciones sociales. Sin embargo, once años de penitencia eran demasiados.
Nunca podría olvidar aquella mañana del
domingo dos días después de haberla conocido, cuando se presentó en la mesa ya
sin ningún dibujo en la cara.
- Lástima, me gustabas más como apache.
- Lo que pasa es que ya me cansé de andar
toda pintarrajeada durante estos días, pero si quieres te puedo dibujar la
mejilla. Digo, si tanto te gusta.
- No manches, ¿cómo crees que yo voy a
andar como payasito por la calle? ¿Qué dirían de mí los compañeros de trabajo
si me vieran?
- Bueno, pero te gusta la idea, ¿no?
- Sí, pero... no. Si me vieran los
compañeros de Gobernación me podrían causar problemas en la chamba.
- Nada de peros. ¿Qué te importa lo que
digan los demás? Mándalos a la chingada. Además, ya parece que van a estar
espiándote el fin de semana para joderte. ¡NO TE REPRIMAS!
Finalmente, lo convenció y empezó a
pintarle un corazón cruzado por una flecha donde se podían leer las iniciales P
y L. Así anduvo ese día en el metro, el cine y el parque de la Alameda,
sintiendo las miradas reprobatorias, curiosas e incluso divertidas de las
personas que lo veían.
Asimismo, ella logró apartarlo de sus
obligaciones profesionales. El lunes, llamó a la casa de su jefe con el
pretexto de que un familiar suyo que vivía en Veracruz, había muerto y tenía
que partir de inmediato. A pesar de que la mentira era creíble (él nunca
faltaba al trabajo) y se mencionaba un hecho doloroso, ésto no impidió que su
jefe lo regañara por su falta de profesionalismo, al no haber pasado antes a la
oficina a dejar el informe sobre los artistas rojillos y agitadores. El martes,
con la ayuda de Libertad, quien fingió ser una operadora, él simuló una llamada
desde el puerto, donde explicaba que se habían presentado algunos
inconvenientes y que tendría que quedarse unos días más. Esta vez los regaños
pasaron a ser insultos. Desde ese momento desconectó el teléfono para evitar el
peligro de una desagradable llamada de su superior y con la intención de no
hablarle más durante la semana. El viernes, ¡por fin!, se presentó en la
Oficina de Asuntos Culturales de Gobernación para cobrar su quincena y, al
mismo tiempo, firmar su renuncia.
La relación con Libertad se prolongó
durante varias semanas. Patricio, tras haber dejado un trabajo que le prometía,
un gran futuro político, consiguió un humilde empleo en Bellas Artes que le
permitía sobrevivir y asistir a los cursos sobre Historia del Arte que se
impartían allí. Libertad, por su parte, también había encontrado un trabajo
como mesera en “La Puerta del Sol”, donde su apariencia exterior no importaba.
Trabajaba en las tardes, de tal forma que en las mañanas podía acompañar a
Patricio a sus cursos o hacer cualquiera de las cosas que les gustaba. Todo
parecía encajar perfectamente para ambos. Sin embargo, como debía suceder, Libertad
comenzó a sentir un gran hastío por los chilangos, que se volvían cada día más
neuróticos e inhumanos conforme iba creciendo la ciudad y su circulación se
hacía imposible.
Notó que estos problemas provocaban una
mayor intolerancia de la población, que le gritaba de todo por las calles: “mamacita”,
los jóvenes y obreros; “puta”, los persignados. No faltaron tampoco en el bar
algún grupo de payasos que la pellizcara y diese nalgadas, hasta que a uno de
ellos le vació toda una jarra de cerveza sobre la cabeza y la despidieron.
Finalmente, decidió retirarse del D.F. e irse a San Cristóbal de las Casas.
Todavía quiso convencer a Patricio.
- Ven conmigo.
- No puedo.
- Mejor quédate.
Ella tan sólo hizo una mueca acompañada
de las manos, que significaba “tampoco puedo”. Antes de salir de la estación de
San Lázaro, donde se despediría, siguiendo la lógica de que si se conocieron en
el metro también podían decirse adiós ahí, ella le prometió que iría al D.F. a
visitarlo. Él le dejó las llaves del apartamento. “Para que te presentes sin
avisar y me despiertes cuando yo esté dormido, como la primera noche.” Si bien
es cierto que ella cumplió en repetidas ocasiones su promesa y él viajaba
algunas veces a Chiapas para verla, el tiempo que pasaron juntos desde la separación
no llegaba a los dos meses al año. ¿Pero qué más podría pedirle?, pensaba
Patricio en la estación del metro donde se había citado con un amigo. No,
definitivamente no podría pedirle más, después de todo lo que ella había hecho
por él al llegar y cambiar su rutinaria y miserable vida por algo más
interesante. No, definitivamente no podría. Patricio se encontraba en estas
cavilaciones, pensando lo inaudito que era que su milagroso encuentro con
Libertad se diera en el metro, cuando a las diez y veinte oyó un ”coronel”
desde el otro extremo del andén y, al voltear la cabeza, vió a Gerardo
acercándose.
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