La
elevación llega por el hundimiento. Las gotas de un zumbido ascendente vencen
al cuerpo. Caes sin buscar redención o ayuda. Deseas el sueño y lo provocas. Un
golpe certero, una sesión espirituosa excesiva o el afán de desaparecer bastan.
Las piernas flaquean y el cuerpo le
siguen. Flotas entonces en un mar verde recién cortado. Su fragancia agudiza el
espíritu. Sólo entonces el cuerpo se libera y se puede alcanzar la
clarividencia desde la oscuridad. No hay túnel ni luz cegadora. Una
sobrecogedora sensación de bienestar, de regocijo y armonía con el todo. La
tentación de quedarse ahí te atrae e incluso algunos nunca vuelven a
despertar, pero conocedor del secreto, sabes que las aspiraciones humanas son
tan falsas como la luz de una estrella muerta y que la paz no se alcanza ni en
la inconsciencia. Por eso, atiendes a los cantos de vida y te despiertas rodeado de un coro de hienas ávidas
de morbo, desilusionadas ante el fin del espectáculo.
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