Subrepticiamente, como
sin querer la cosa, ha iniciado desde hace un par de años el proceso de
privatización de metro de Madrid. La idea no es en lo mínimo original y se
encuentra inscrita en la Hoja de Ruta de una Privatización del Thatcherismo. El
punto de arranque, más concretamente, fue cuando la presidenta Esperanza
Aguirre decidió cerrar sin previo aviso y con excusas vacuas decenas de las
entradas del metro. Una buena mañana, los ciudadanos nos encontramos con que
teníamos que caminar entre 100 y 200 metros más para poder entrar a los
andenes. Muy graves tuvieron que ser los problemas de esas entradas, ya que
nunca volvieron a abrir sus puertas. Luego se dijo en la calle que, vista la
crisis económica, era una forma de ahorrar dinero al no tener que pagar la
electricidad de los torniquetes y, desde luego, los guardias de seguridad y/o
vendedores de entradas. No sé cuanto se pueda ahorrar con estas medidas, pero
desde luego son la primera piedra en la construcción del desprestigio del
metro. Los ciudadanos ya tienen una primera queja en el subconsciente acerca de este magnífico medio de transporte.
El segundo paso consiste en adelgazar el presupuesto del sistema de transporte.
Eñ pretexto es la insostenibilidad del medio de transporte con las premisas
anteriores a la crisis. Lo que realmente se consigue con esta reducción de es
que el metro deje de funcionar con tanta excelencia. Al mismo tiempo, so
pretexto de conseguir dinero para no subir las tasas, se empieza a permitir la sponzorización de algunas estaciones
como ha ocurrido en el caso de la histórica Sol, cuyo actual nombre me niego a
escribir por considerarlo impío. De esta forma se consigue sembrar la idea de
que ese medio de transporte que es de TODOS tiene cierta vinculación con la
iniciativa privada.
Volviendo a los
desperfectos del metro, en el último año no pasa una semana sin que me
encuentre en las distintas rutas que recorro un desperfecto importante en su
uso. Sin ir más lejos, la semana pasada estuvo interrumpido dos días no consecutivos el trayecto entre
algunas estaciones de la línea 10. Asimismo es indiscutible la lentitud del
servicio. Si antes pasaban 3 vagones en 10 minutos ahora lo hacen dos y esto en
horas punta. A ciertas horas, más concretamente a partir de las 22 horas, los
10 minutos de espera no se los quita
nadie. A mi paso me encuentro con
escaleras mecánicas o pasillos mecánicos descompuestos periódicamente e incluso
he llegado a tener que salirme del metro para ingresar por otra entrada porque
los torniquetes no leían mi abono, pese a que en el otro acceso sí lo hacían. Estos problemas empiezan a crear una bola de
nieve de descontento que, cuando ya sea suficientemente grande y la mayoría acuse a los funcionarios del metro
del mal funcionamiento del medio de transporte, será precedida por la medida
salvadora del Gobierno de la Comunidad de Madrid y que no será otra más que
privatizar. De hecho, es la única medida que conocen, aparte del consabido ERE.
La solución final vendrá acompañada de una costosa campaña publicitaria en la
que se enfatizarán las bondades del futuro metro privado y el ahorro que le
representará a los usuarios. En Pocas palabras, se trata de la clásica hoja de
ruta de las privatizaciones del thatcherismo. Si el gobierno regional consigue
su cometido, al final, como suele ocurrir en estos casos, el metro será más
caro, seguirá funcionando igual de mal que en este último año y los ciudadanos
continuarán a disgusto con su medio de transporte, a menos de que protesten
como otros colectivos y consigan detener este inhumano plan que dificultaría
aún más el día a día de millones de ciudadanos.
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