Hoy más que nunca el hombre está en peligro de
extinción. Y cuando digo el hombre, me refiero al varón. No vaya a ser que este
texto caiga en manos de una supremacista feminista y me denuncie ante la prensa
mundial, también llamada facebook, de machista. Ya no podemos siquiera educar
correctamente a nuestros hijos. Si yo le hubiera soltado la respuesta que me
dijo la insolente de mi nieta hace un rato mi padre, Tiago Cábalas, me habría
cruzado la cara. Hoy iría a la cárcel por mucho menos que eso. Nuestro lenguaje,
nuestra respiración hasta nuestras más ancestrales aficiones como el box y el
toreo son repudiadas como fenómenos de la llamada “sociedad patriarcal”.
Vivimos en un mundo en el que tener un pene lo convierte a uno en un potencial
violador y capaz de las peores atrocidades. Nada que ver con los años de mi
juventud en que aún éramos los amos del universo y ellas estaban para
satisfacer nuestros deseos y necesidades. Desde tiempos inmemoriales, el sexo
ha sido la perdición del hombre. Insisto me refiero al varón cuando digo
hombre. Dichosos nuestros antepasados neandertales o cromañones que no
asociaban el sexo con su fruto, por lo que el niño era problema, única y
exclusivamente de la mujer. Hoy en día las tornas han dado la vuelta. Un hijo
es una espada de Damocles que pende sobre la cabeza de todo padre de familia.
Mecachis, quise decir sobre todo cónyuge macho. Joder, hoy no doy una con la
tecla. La simple palabra macho ya estaría borrada de los diccionarios si no
fuera por qué sirve de receptáculo de todo tipo de insultos. Al final, la loca
aquella que intentó matar al pintor maricón de las latas Campbell consiguió que
la palabra hombre fuese considerada una ofensa. En cualquier caso, al casarse
un hombre ingresa en prisión. Lo hace porque cree en esas mamarrachadas del
romanticismo y demás tonterías que nos inculcan a través de la tele, las
películas y el netflix. Sé que también existen libros de amor, pero como
entenderán si no pierdo el tiempo con las películas que duran dos horas, menos
voy a hacerlo durante varios días con un objeto rectangular, aburrido, que ni
siquiera tiene fotos como el marca y cuya única función práctica, dependiendo
de su grosor, es usarlo como arma arrojadiza. El hombre se casa porque está con
la verga caliente y confunde su deseo sexual con el amor. Cuando su cónyuge le
niega los placeres carnales, entonces los busca fuera del matrimonio por las
buenas o por las malas. Cuando el hombre tiene un hijo (¿hace falta que aclare
nuevamente el sentido de la palabra hombre?) prolonga su condena al menos 25
años si bien le va, porque estos niñatos vagos de ahora pretenden vivir hasta
los 50 en casa de sus padres de la sopa boba. Pero es tal la ilusión que le
genera su juguetito nuevo que él solo se autoimpone la responsabilidad de sacar
adelante a la criatura e incluso llega a pensar, en su estupidización, que es
capaz de cambiar y asentar la cabeza. Él no lo sabe, pero en ese momento se
encuentra en el corredor de la muerte a la espera de la confirmación de la
sentencia. Algo así como el japonés loco que lleva décadas esperando su
ejecución y ahora habla de hacer castillos y no sé cuantas tonterías. Supongo
que el tema de la ejecución ya no le importa. Dicho aparte, aunque los
orientales me producen asco, hay que reconocer que los nipones sí son una
sociedad como Dios manda. Al que mata o se pasa de la raya, Katanazo y a tomar
por culo. Los jóvenes hacen caso a sus mayores y las tradiciones mantienen su
vigencia. No como aquí que estamos con la mariconada del buenismo y nos
indignamos con la cadena perpetua revisable y acogemos con los brazos abiertos
a los negros ladrones y violadores que vienen en patera. Si el tío Paco hubiera
resucitado en el proceso de traslado de su tumba habría organizado una nueva
cruzada y fusilado a todos estos sociatas y rogelios de mierda, empezando por
el de la coleta. Pero bueno, no nos desviemos del tema. Creo que he encontrado
la solución al problema del hombre actual que, al divorciarse, firma
definitivamente su sentencia de muerte. Pierde casa, dinero y, dependiendo de
la empresa para la que trabaje, su fuente de ingresos. Claro que esto último es
muy ocasional, ya que el sistema está hecho para que siga pagando la
manutención de sus hijos, cosa que no podría hacer en el paro. En el mejor de
los casos, puede ver a su hijo los fines de semana y 15 días durante las
vacaciones y ya está. E incluso teniendo derecho a ver a sus hijos, si la zorra
de la ex lo desea, puede alegar que el niño está enfermo y anular el encuentro.
En pocas palabras, el hombre queda a merced de su ex esposa que fiscalizará
todos sus ingresos y le chupará la sangre hasta la última gota. En algunos
casos, los hombres consiguen la custodia compartida y en casos muy raros
incluso la patria potestad. Eso ocurre así para que no se diga que la justicia
está a favor de las mujeres, pero son casos testimoniales.
Pues bien, para evitar todos estos males, la
solución es la masturbación. Sé que la santa iglesia a la que acudo todos los domingos
lo prohíbe y sé también que toda clase de maldiciones han recaído sobre el acto
onanista por el cual el hombre iba a perder la vista, la audición y todos los
sentidos habidos y por haber y lo cierto es que no se le cae a nadie la verga
por jalársela alguna vez. Además, también se prohíbe matar en los mandamientos
y, sin embargo, no hay cura que proteste en caso de guerra. Se entiende que se
trata de la única solución para salvar al país y se aplica. El rechazo que
siempre ha producido se debe a que se necesitaba poblar la tierra y no se podía
desperdiciar idiotamente la semilla. Pero todos sabemos que hoy en día somos
demasiados por lo que, más bien haría falta disminuir el número. Sé que mi
método, en lo que concierne a la demografía, es lento y difícilmente conseguirá
una disminución espectacular de la población mundial. Para ello necesitaríamos
una guerra nuclear que barriera a los orientales y africanos de un solo golpe.
A los panchitos, por aquellos que les dimos la religión y la lengua podríamos
dejarlos vivir, pero siempre para que nos sirvieran.
Desde hace algún tiempo estamos en guerra contra
las mujeres y nuestra única opción de victoria radica en el onanismo. Un hombre
que se masturba regularmente es un hombre autosuficiente en materia sexual que
no necesita pareja alguna. Hace ya muchos años que tuve la visión y comprendí
que ese era el único camino que le quedaba a un hombre para ser libre del yugo
femenino. Ir a un prostíbulo es contribuir al esfuerzo de guerra del enemigo. Si
no hay pareja, no hay sexo dependencia y todos los males que acarrea y que ya
hemos mencionado desaparecen. Un macho autosuficiente (¡a la mierda con las
putas feminazis!) no mendiga la compañía de una mujer, no visita putas ni
viola. Un macho autosuficiente no necesita a nadie a su alrededor y puede vivir
ignorando a las mujeres. Ellas en cambio, sí necesitan tener hijos para
sentirse satisfechas y sí ya sé que hay bancos de semen que pueden sustituir al
varón, pero en ese caso se encontrarán en la misma posición que su antepasada
neandental o cromañona o váyase usted a saber qué. El caso es que ellas tendrán
a su hijo y deberán ocuparse íntegramente de él. Es entonces cuando volverán
sobre sus pasos evolucionistas y nos pedirán que volvamos a formar familia con
ellas. Volveremos a tener el poder e impondremos nuestras reglas; como lo
hacíamos en los años 50. Y mejor escondo ahora estos papeles, no vaya a ser que
mi esposa venga y me eche la bronca.
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