UN TIERNO ATARDECER
Llegó a Atenas una fría noche de inicios de
Diciembre. Por fin había podido juntar el dinero y el tiempo para realizar tan
anhelado viaje. Pese a su edad, Octavio seguía siendo raudo y veloz a la hora de coger su equipaje
de mano. Se dirigió a la salida donde tomó un taxi. Valía unos 40 euros, pero
no quería perder hora y media en el tren. Avanzaron por una carretera de 6
carriles que atravesaba polígonos industriales y concesionaros de coches.
Curiosamente para Octavio, había muchas empresas cuyos nombres aparecían en alfabeto
latino. Finalmente, llegaron al hotel y tras registrarse y dejar la maleta en
la habitación, Octavio cogió su guía y el mapa que le había dado el
recepcionista y se fue caminando hacia Monasteraki. Le habían comentado que
había buenos restaurantes por ahí. En realidad, casi no necesitaba el mapa. De
la plaza del hotel salía una calle que lo llevaría derecho hasta la plaza de
Omónoia y ahí seguiría su paseo por la calle Athinas que desembocaba en la
mismísima plaza de Monasteraki. Llegado a ese punto, decidió echar un primer
vistazo antes de cenar. Le llamó la atención en su camino ver lo poco que
estaban iluminadas algunas calles del centro, así como lo desiertas que se
encontraban. Se podía pasar de una
avenida abarrotada de turistas como Adrianou a un páramo desolador y oscuro en
cuestión de metros. En ese nuevo escenario y dada la inseguridad reinante en su
propio país, cualquier encuentro con un grupo de personas se convertía, para
él, en un potencial peligro. No obstante, eso no le impidió ver el ágora romana
de noche y disfrutar esa primera exploración culminada con la visión de la
magnífica iglesia bizantina de Kapnikaréa, aunque no pudiera entrar. Lo más
increíble de esa pequeña iglesia constituía su posición en medio de una calle
principal. Aparentemente, el ordenamiento urbanístico en el siglo XIX se había
hecho al “ahí se va”, lo cual también explicaba porque un tren atravesaba en su
mitad la mítica ágora.
Finalmente, emprendió sus pasos hacía un
restaurante céntrico donde, pese a lo avanzado de la noche, pudo comerse un
ensalada griega con sus típicas olivas, pepino y queso feta, y un pollo en
salsa de hierbas y arroz. Se informó en la guía acerca de las costumbres locales y, pese al dolor que esto le
producía, dejó una propina de 2 euros; el 10% de la factura. Salió del
restaurante y volvió a tomar la calle Athinas en dirección de Omónoia. De nuevo
surgió el temor debido a la soledad y poca luz de esta vía, pero pronto los
olvidó. Primero sintió una suerte de reflujo, pero lo que jamás pensaría es que
le picasen los ojos y la nariz tras una
ingesta. 5 minutos después las molestias habían desaparecido.
El siguiente día fue uno de los más felices de su
vida. Se despertó a las 6 de la mañana y tras un frugal desayuno fruto de la
pobreza de opciones del hotel, salió a las 7 y media para encaminar sus pasos
hacia la Acrópolis. Sus amigos, que habían visitado la ciudad durante un
crucero, le habían advertido acerca de las enormes masas que visitaban la
explanada durante el día. También le habían comentado que esperar un par de
horas en pleno sol veraniego para poder entrar, era toda una tortura. Sin embargo, contrariamente a todo lo
esperado, llegadas las 8 en punto, se encontró con una cuesta totalmente
despejada y cruzó, como uno de los primeros visitantes, los imponentes
propileos. Fue entonces que cayó en la cuenta de que quizás había elegido la
mejor fecha para visitar la ciudad helena. Para colmo de buena suerte, el
clima, aunque frío, era bastante llevadero y Atenas lucía un esplendoroso sol y
a penas soplaba el viento. Ante él se desplegaba a su derecha el Partenón con
sus columnas curvadas hacía el interior para generar un efecto de perfecta
simetría, mientras que a la izquierda lucían en toda su belleza las cariátides
del erecteón. Lamentó que ya no existiese la inmensa estatua de Atena Parthenos
de 12 metros de oro y marfil que se encontraba en el centro del Partenón en la
antigüedad. Así como sin querer la cosa, se acercó a un grupo guiado para oír
algunas de las explicaciones, entre las cuales se mencionaba la eterna
reivindicación de los griegos por recuperar los frisos del Partenón. Los
ingleses se habían negado a devolver en su día los frisos por falta de un lugar
digno donde exponerlos. Una vez que los griegos habían hecho su museo; una
reproducción del Partenón con elementos modernos como columnas de acero y
cristal, los ingleses mantenían su negativa basándose en pueriles argumentos.
Otro de los elementos robados, según decía la
guía, era la tercera Cariátide del erecteón de izquierda a derecha en cuyo
lugar se encontraba una reproducción. Octavio habría querido seguir oyendo a la
guía, pero esta ya había notado su presencia gorrona por lo que decidió darles
unos minutos a los turistas para tomar fotos y contemplar ambas maravillas antes
de pasar a hablar del templo de Niké. En ese momento, Octavio se sentía en la
cumbre de la auto realización. A sus pies descansaba la ciudad de Atenas, así
como los imponentes teatros de Herodes Attico y el no menos importante teatro
de Dionisio que vio la primera representación de las obras de Sófocles,
Aristófanes, Esquilo y Eurípides. Por la otra parte se divisaba el ágora;
centro del poder político de la antigua Grecia y lugar donde se condenó a
Sócrates por unos cuantos votos. No dejó de sacar fotos, no solo por la belleza
de los monumentos sino porque tenía intención de usarlas en las clases que les
daba a sus alumnos de bachillerato. Perdida en
lontananza se encontraba la isla de Salamina, escenarios de la batalla
marítima que ganaran los griegos a los persas al aprovechar el factor espacio.
Los barcos persas, a diferencia de los griegos que los habían atraído a esa
zona, no podían maniobrar con facilidad
en lugar tan reducido. De la isla surgieron en ese momento los arqueros que
incendiaron los barcos con sus saetas en llamas.
No obstante, el tiempo de la contemplación de la
belleza es efímera y, ansioso Octavio por visitar todos los monumentos y
templos que había fijado en su plan, bajó a las 10 de la explanada para
encaminar sus pasos al nuevo museo de la Acrópolis. Ahí contempló una
reproducción de los frisos robados, así como el bosque de las estatuas; una
inmensa sala llena de figuras humanas realizadas en la antigüeda. La copia de
una de ellas aparecía pintada para recordarle al visitante que estas obras no
eran albas, sino engalanadas de una vistosa policromía. El museo moderno era,
en si una reproducción del Partenón. El mismo número de columnas y la misma
capacidad de verlo desde abajo como desde arriba. Para ello el suelo de la parte
central del museo era de cristal.
El tiempo seguía corriendo y al mediodía Octavio
emprendió el camino al museo de Arqueología. Había decidido terminar sus
visitas ahí y luego comer algo. Llegó sobre las 13 horas y nada más entrar
enfiló hacia la máscara de Agamenón. Luego se enteraría de que las
probabilidades de que la máscara fuera del rey de la Iliada eran tantas como
las de que perteneciera a cualquiera de los reyes de la época micénica. Pero
para el caso Schliemann, el honrado arqueólogo que también descubriera las
ruinas de Troya haciendo caso de las indicaciones de Homero, quiso seguir la
estela de sus descubrimientos homéricos y no dudó en atribuirle al ambicioso rey la propiedad
de la máscara. Ante los ojos de Octavio desfilaron todo tipo de collares áureos
así como de jade. En sí el museo era un recorrido a través de la historia de la
Grecia clásica, terminando con las obras de la época de la dominación romana.
Lo más llamativo, eran las estatuas y
esculturas. En ellas se veía la maestría adquirida por los griegos en el
trabajo del mármol, a través de detalles sutiles como los pliegues de una
túnica o en las venas de una mano. Por supuesto también había ánforas y
jarrones de todos los tamaños y con las ilustraciones más bellas. ¿Cómo
conservarían el brillo milenario? Fue una de las preguntas que le vino a la
cabeza.
Faltando un cuarto de hora para las 4, el guardia
le avisó de que tenía que salir del lugar. El reverso de la moneda por ir en
fechas decembrinas consistía en que los griegos se tomaban muy en serio el
horario de invierno y cerraban los museos a las 4 de la tarde. 60 años había
tenido que esperar, pero había valido la pena. Tan solo echaba de menos no
haber podido realizar el viaje con su esposa. Lo Habían planeado durante años,
pero un día ella, al coger una copa de tequila que él le ofreció, sintió como
sus dedos no obedecían su orden de cerrarse en pinza y la copa cayó y se
destrozó en el suelo. A los pocos días le diagnosticaron ELA; la enfermedad de
Lou Gehrig. Les dijeron que ella podía vivir así durante 5 años, pero lo cierto
es que la contienda no duró más de un año. Cada día una parte de su cuerpo se
iba apagando. A diferencia del Alzheimer en el que el familiar sufre viendo
como el enfermo pierde la memoria día a día, en el caso del ELA, el afectado
conserva toda su lucidez hasta el final y ve como su mente se convierte en
prisionera de un cuerpo muerto. En los últimos días, cuando ya ni siquiera
podía defecar y apenas conseguía articular palabras casi inaudibles, le dijo a
Octavio “Ve Atenas por mí”. Tras la
muerte de Estela, “su estrella” como la llamaba, dudó algún tiempo en realizar
o no el viaje. A fin de cuentas, reduciría considerablemente sus ahorros que
tanto trabajo les había costado reunir. Lo habló con sus hijos y estos, lejos
de pensar en una remota herencia, le exhortaron a realizar el viaje.
-Debes cumplirle a mamá su último deseo –concluyó
firme el mayor de sus tres hijos.
Retornó al hotel por la calle Marni que le recordó
a la ciudad de México por la suciedad en la acera. Antes de llegar paró en un
restaurante donde el mesero solícito se aprestó a atenderle pese a lo avanzado
de la hora. Temeroso de que se repitiese la experiencia de la noche anterior,
optó por un menú más convencional como un filete a la plancha y unas patatas
fritas como único plato y de postre tomó un vaclava acompañado de un té, tras
lo cual cruzó la calle y se instaló en su habitación para descansar un rato
antes de irse a Plaka por la noche. Eso sí, aprovechó el wifi del hotel para mandar
sus fotos a México donde sus hijos ya se encargarían de subirlas a la red.
Sabía que no era demasiado viejo para aprender a insertar contenidos en la
página de facebook que sus hijos le habían creado, pero ya no le interesaba. Le
habían dicho que con ello podría contactar con sus viejos amigos del colegio o
con gente que compartiese sus inquietudes. De los viejos amigos a pocos quería
ver. Prefería recordarlos lozanos y fuertes que contemplar las mediocridades en
que se habían convertido. Lo mismo dirían de él, supuso. Y respecto a compartir
intereses, eso sería harto difícil ya que pocos le quedaban a él tras la muerte
de su esposa.
Puso el
móvil a cargar y se echó una siesta de un par de horas. Cuando se despertó ya
era de noche, lo cual le produjo algo de flojera. Pero claro, no había
recorrido medio planeta para quedarse en una habitación. Volvió a cargarse de
capas cual cebolla andante y salió a la calle, pero esta vez decidió coger el
metro en lugar de recorrer la distancia a pie. Lejos de lo que esperaba, se dio
cuenta de que el metro ateniense era bastante fácil pese a que las estaciones
no tenían dibujos representativos. Nada que ver con el tubo londinense, según
le había contado uno de sus pocos amigos de juventud. Ahí, por no haber, no había
ni numeración de las líneas y el turista tenía que guiarse por los colores y
saber, por citar un ejemplo obvio, que la picadilly line era también la de
leicester. En cambio, en Grecia todas las estaciones contaban con su cartel
indicativo, color y número de línea, así como el recorrido en caracteres
latinos. Algunos vagones no se libraban de la maldición moderna de los
grafitis, pero en cambio la gente era de lo más amable y a la menor pregunta se
esforzaban, en su pobre inglés, en darle todas las indicaciones al turista e
incluso le cedían el asiento. Armado únicamente de la guía que le habían dejado
en el hotel se puso a caminar sin rumbo fijo. En la calle Adrianou, charló con
una animosa vendedora de productos de madera de oliva. Ella le dijo que trabajaba
hasta las 9 y él le prometió volver antes del cierre, ya que no quería estar
cargado mientras caminaba por Atenas. En este segundo paseo, se enamoró más aun
de esta ciudad milenaria e incluso comprendió que la ausencia de luz en
determinadas calles y sus soledades formaban parte de su belleza. En cierta
forma, se sentía invulnerable. Cerca de la tienda de madera de Oliva, encontró
uno de los pocos bares de la ciudad. Era una sala rectangular de unos 8 x 5
metros. Se trataba de una taberna tradicional con mesas corridas de madera
maciza y bancos mientras que el fondo, detrás de la barra, estaba engalanado con una inmensa estantería
llena de botellas que llegaba hasta el techo. La pared de la derecha contenía
barriles tumbados de Ouzo, según se podía leer en las indicaciones escritas con
tiza en el barril. Octavio sabía que un
viejo de 60 años en ese bar tan juvenil desentonaba más que un oso polar en el
desierto. Nadie se acercaría a él y menos querrían platicar con ese vejestorio
que, a fin de cuentas, les enseñaba involuntariamente lo que serían dentro de
algunos años. No obstante entró y pidió
un vaso de vino de resina. Y ya envalentonado un ouzo de 40 grados. Un poco
mareado ya, decidió emprender camino al restaurante cuando oyó de refilón en la
puerta:
-There will always be people like
that. But why?
A lo que él raudo y veloz no dudó en contestar.
-Because we need them. The world
cannot be composed only of cool people. We need bastards.
La chica de rasgos asiáticos se río ante la intromisión e invitó a Octavio
a tomar algo. Sorprendido por la propuesta de la muchacha, decidió quedarse un
rato más. Como él, ambas muchachas habían aprovechado una promoción fuera de
temporada y se habían trasladado desde Frankfurt. Viajaban juntas para defenderse
la una de la otra de posibles acosadores en un país mediterráneo y calles
oscuras. “O sea –pensó Octavio-, no me ven como un peligro. En eso he
terminado”. Solo querían divertirse y conocer un nuevo país. Al tercer Ouzo,
Octavio decidió que ya era hora de partir y se levantó con intención de
retirarse del bar.
-Why don’t you stay a litle bit longer? -dijo
entonces la rubia alemana.
-I have to wake up very soon tomorrow. But I
think I will come back in the afternoon.
Se despidieron con 4 besos en las mejillas y
Octavio salió con paso titubeante a la calle. Tuvo que pensar un rato antes de
ubicarse hacía la tienda de madera de oliva. Encontró a la muchacha justo antes
de que cerrara. Ella decidió que no iba perder una venta por 5 minutos y reencendió la caja. Octavio no quería hacerla
perder el tiempo por lo que compró 3 juegos de removedores de ensalada que
tenían la peculiaridad de presentarse en forma de zarpas en lugar de las
tradicionales cucharas.
Finalmente entró en la
calle Adrianou, donde se dejó convencer por una dicharachera camarera que lo
convenció para que comiera en su restaurante. Después de tanto trago ya no
tenía casi antojo. No obstante pidió un calamar a la plancha con ensalada y una
botella de agua. Cruzando la calle estaba una parte del ágora que se encontraba
diseccionada en dos por las vías del tren. Definitivamente tendré que
preguntarles a los responsables porque el gobierno griego permite tal
salvajada, pensó.
Después de esperar un buen rato, le sirvieron su plato el cual liquidó en
10 minutos. La camarera simpática creyó que se había molestado por el tiempo de
espera, pero él la tranquilizó diciéndole que en su país estaban acostumbrados
a esperar para todo. Pagó, dejó la reglamentaria propina del 10% y se fue en
metro al hotel. Nada más llegar a la recepción avisó de que quería que lo
despertaran a las 6 de la mañana, ya que sabía que la agencia con la que había
contratado la visita a Epidauro y Micenas lo recogería a las 8 de la mañana y
habían sido muy claros: no esperarían más de 5 minutos.
Esa noche, soñó por
primera vez con Estela. Hacía ya un año y medio desde su muerte. En el sueño
ambos eran jovenes y fuertes. Ella llevaba un vestido de playa blanco y amplio
que recordabas lejanamente a los que portan las mujeres en los cuadros de
Sorolla. Él tan solo llevaba un bañador. Estaba convencido de que se
encontraban en pie de la cuesta, aunque más tarde, ya despierto, se dio cuenta
de que era otro lugar. Caminó hacia ella y oyó su risa clara y sin doblez:
-¿Te has vuelto tímido con los años? ¿Por qué no te quedaste con las
muchachas? Podrías estar en otra cama ahora.
-Veo que sigues tan loca como cuando me incitaste a cogerte en el mostrador
de Sears. ¿Cómo quieres que dos muchachas guapas y jóvenes se interesen por
este carcamal?
-¿Por qué no? ¿Podrían tener complejo de Electra, muy propio en este país?
Y, ¿quién mejor que tú para representar
una figura paterna?
-El problema es que no traje mis pastillas de viagra.
Estela volvió a reír juguetona.
-Mentiroso… ¡escúchame!, no quiero que estés de luto el resto de tu vida.
Diviértete y no pienses en mí. Ya nos reuniremos a su debido tiempo. Y ahora
despierta que si no perderás tu visita guiada.
Octavio abrió los ojos
y vio molesto que eran las 7 y nadie le había llamado. Se dio un baño vaquero y
tras vestirse de cualquier manera, bajó presto al comedor donde cogió un par de
croissants y una taza de café que, como suele ocurrir en la mayor parte de los
restaurantes de hotel, sabía asqueroso.
Subió nuevamente a su
habitación a lavarse los dientes y, tras comprobar que llevaba móvil, cartera y
cámara se dirigió al hall. Había unos sofás a la izquierda de la entrada. Ahí
decidió esperar mientras llegaban a recogerlo. Aprovechó sus últimos minutos de
wifi y se conectó con las noticias. Como siempre, todo era negativo y la única
sección que, de vez en cuando, le daba una alegría era la deportiva, pero en
esta ocasión ni siquiera eso le valía. Su equipo de toda la vida, los tigres, habían sido humillados por el odiado club
América.
Poco le duró el disgusto en todo caso.
-¿Octavio Calderón?
Se
levantó y dirigió hacía la guía.
-Buenos días. Súbase al autobús que está en la esquina; el de WETOURS. Yo
mientras esperaré a 2 clientes más de este hotel.
Los clientes no aparecieron por más que se les telefoneó a sus habitaciones
y, tal y como habían amenazado, a las 8 y 5 emprendieron la ruta hacia Corinto.
Como el hotel estaba cerca de la salida, Octavio había sido el último cliente
en ser recogido.
En términos generales, la excursión para Octavio fue decepcionante. Tras
una hora de camino, pararon en una estación de servicio cercana a Corinto. Ahí
los turistas tenían 15 minutos para ver el canal y tomarse un café o solo
realizar una de las 2 actividades según fuera su deseo. Lo que más impresionó a
Octavio del famoso canal, cuya primera concepción y primeros trabajos habían
sido ordenados por el mismísimo Nerón, eran sus dimensiones. Parecía un canal
de juguete. De lado a lado solo medía más de 23 metros y a lo largo tenía
apenas 6 kilómetros. A cada lado una majestuosa pared de piedra se erguía hasta
los 50 metros de altura, pero ya más allá de sus dimensiones era bello y
armonioso ver ese corte de la tierra cubierto de agua que se perdía en la
distancia. Muerto el emperador, el canal quedó inconcluso, pero fue sustituido
por una idea igualmente práctica que impedía dar toda la vuelta al Peloponeso
para avanzar 6 kilómetros. Aprovechando que la mano de obra era muy barata en
la época, por no decir gratis, llegados
a ese punto, los barcos eran descargados y acarreados a través del díolkos al otro lado donde era
depositado en el agua y nuevamente cargado. Finalmente, a finales del siglo XIX
y con motivo de las primeras olimpiadas de la era moderna organizadas por el
barón de Coubertain, se ejecutó la obra planeada en el primer siglo de nuestra
era. La realización de los proyectos corrió a cargo de Ferdinand Lesseps, el
mismo que creará el canal de Suez e iniciara el de Panamá. Este último no lo
concluyó, pues sus cálculos iniciales fueron excesivamente optimistas. Cuando
esto se supo, las acciones de la empresa encargada del canal cayeron a pique.
Fue entonces cuando los directivos usaron los fondos de la empresa para falsear
la realidad, corrompiendo a periodistas y políticos. A la postre, cuando el
escándalo estalló, firmó la condena de muerte de la empresa francesa. No
obstante, en el caso de Corinto, Lesseps retomó la idea de Nerón y el ingeniero
húngaro Turr consiguió llevar a buen puerto la construcción del canal.
La contemplación del
canal y la lectura de la guía que llevaba a mano, le impidieron tomarse un
café. Tenía muchas ganas después de haber tomado un desayuno tan magro, pero
cuando se acercó a la barra oyó la voz imponente de la guía.
-Vámonos que se nos está haciendo tarde.
El camino continúo
bordeando el mar Egeo. De cuando en cuando la guía daba alguna indicación.
-Sabemos por la biblia que en este punto San Pablo embarcó para ir a Roma.
Aquí pueden ver restos del muelle desde el cual San Pablo se hizo a la mar.
Si tú lo dices Chata, pensó Octavio. Era creyente, pero desconfiaba
intuitivamente se esas afirmaciones categóricas, aunque nunca externaba sus
dudas.
Finalmente llegaron a Epidauro con su maravilloso teatro para 17000
espectadores. En el centro de la orquesta circular, la única que queda de un
teatro de la antigüedad, los turistas aplaudían al son de su guía como monos
amaestrados para comprobar el eco y la perfecta acústica que se generaba en ese
punto, pese a no ser el escenario de los actores, Éste había desaparecido. Por
lo demás, tras oír unas cuantas explicaciones los turistas se dedicaron a sacar
fotos y a subir escalones como si la visita fuese una competición atlética.
Octavio sacó unas cuantas desde abajo y encaminó sus pasos hacia el museo que
dejaba mucho que desear por la pobreza
de medios con el que estaba dotado. Carecía de guardia por lo que, para horror
de Octavio, los turistas sacaban sus fotos con flash cuando no ponían sus zarpas
sobre las esculturas y las explicaciones en inglés apenas eran legibles dada la
antigüedad del papel. Tras un corto recorrido por las 2 salas del museo,
emprendió sus pasos hacía el parking donde había una cafetería que le permitió
finalmente saciar su hambre con un sándwich mixto y un café de mucho mejor
calidad que el del hotel.
Llegaron el resto de
los miembros de la expedición y se subieron al bus que, en vez de llevarlos
directamente a Micenas hizo una inesperada escala de 10 minutos que no venía en
el programa en Nauplio, que si bien presentaba dos hermosas vistas sobre las
fortalezas de Palamedes en la montaña rocosa y la de Bourtsi en pleno mar, no
valía la pena de visitar. Era la típica visita trampa para invitar al turista a
comprar. Por supuesto, como suele ocurrir en estas excursiones cuando se
combinan con el factor shopping, no faltaron los desaprensivos que no tuvieron
en consideración el tiempo que les había mencionado la guía e hicieron perder
un cuarto de hora al resto. El problema consistía en que la Acrópolis de
Micenas y la tumba de Agamenón cerraban sus puertas a las 3 de la tarde y ya
eran las 12:45, amén de que el viaje era de media hora.
La visita a la tumba
de Agamenón fue más rápida de lo acostumbrado. El nombre se lo había dado el
mismísimo Schliemann que encontró magníficos tesoros en el sitio y, a
diferencia de otros de sus colegas decimonónicos, los entregó al gobierno
griego. No obstante, según explicó la guía, el decir que esa era la tumba de
Agamenón fue un acto temerario habida
cuenta de que no existía ninguna prueba de que tan célebre monarca fuese el que reposase en ese sitio. Aunque
ciertamente se trataba de alguien muy importante.
“Su amor por la Iliada
le hicieron adaptar la realidad a sus deseos, como suele ocurrir con los
políticos”, dedujo Octavio.
Finalmente llegaron a la Acrópolis de Micenas, tras una breve visita al
museo donde se habló de la influencia de la cultura minoica y se estudió la
maqueta del centro, tras lo cual los turistas fueron soltados como ganado
salvaje para que recorrieran el conjunto. A Octavio, le llamó la atención la
entrada la famosa puerta de los leones llamada así por las esculturas sobre el
dintel en el que se ven a dos leones y un pilar. El hueco, encima del arco,
donde aparecía la escultura servía también para aligerar el peso del dintel. En
cambio, en la tumba de Agamenón solo se veía un hueco a la altura del dintel de
igual forma triangular como el de la entrada al conjunto. Probablemente también
ahí habría en otro tiempo dos leones enfrentados sobre un pilar central. De
hecho, la guía les había explicado que la tumba estaba intencionadamente
orientada hacia la Acrópolis lo que reforzaba la idea de que quien morara en
ella había sido un jerarca de Micenas.
La mayor parte de los
turistas llegaron a los restos del palacio real para sacar unas cuantas fotos
–la vista era muy bella desde ese punto- y volver. No obstante, Octavio quería
ver la escalera secreta por la cual los habitantes se abastecían de agua en
tiempos de acoso militar. Agotado por tanto caminar, llegó al sitio. Había un
cartel borroso que advertía a los
turistas de no pasar, pero Octavio decidió ignorarlo. La bajada era larga;
hasta 18 m, pero eso no arredró al turista que, armado de la linterna de su
móvil bajó los primeros escalones. Nada más dar vuelta a la izquierda en un
recodo donde desaparecía la luz, Octavio sintió como su pie se resbalaba y acto
seguido dio con todo su cuerpo en el suelo. Nunca soltó el móvil temeroso de
quedarse a oscuras por lo que el costalazo fue más doloroso aun al no poder
meterlas manos.
Eso me pasa por andar de aventurero, pensó. Mejor me regreso por donde vine
antes de que me dejen solo a merced de las fieras. Como aun estaba caliente el
golpe, no sintió demasiado dolor, pero
tras la comida en un restaurante en el que los segundos platos se convidaban
entre los comensales de la mesa, empezó a sentirlo. No obstante, pronto volverían
a la capital helena.
Para su mala suerte y como no podía ser de otra manera, el autobús todavía
hizo una última parada en una tienda de jarrones y objetos antiguos recién
hechos. Y no conformes con tentarlos para que compraran, los turistas se
tuvieron que tragar una explicación de cómo se elaboraban estas artesanías.
Cuando finalmente llegaron al hotel, en plena noche, Octavio apenas se podía
mover y un tremendo moratón se había formado en su costado izquierdo. Sin
embargo, como no sabía si se podría entender con los farmacéuticos helenos,
había traído consigo todo un botiquín médico.
Se untó de réflex la parte adolorida y media hora después decidió ir en
busca de las 2 chicas que había conocido el día anterior. No obstante, sabedor
de que su ausencia de dolor solo era producto de la medicina, decidió ir en
taxi al Bretto’s donde había quedado. Para su desilusión no las encontró. Se
sentó en un taburete y pidió su vino de resina. Tenía decidido volver al
terminar la copa, pero justo en ese momento aparecieron las dos muchachas que,
traviesamente, se acercaron a él y le plantaron al unísono un beso en la
mejilla. Esa noche giró en torno a las experiencias que habían tenido durante
sus respectivas visitas. No entendía porque ellas querían estar con un abuelo
como él hasta que se fue al baño. Al volver, vio a un par de chicos queriendo
ligar con ellas. Al volver la alemana dijo en voz alta para que él la oyera:
-
My
step father is coming back.
Octavio adoptó una actitud circunspecta e interrogó al joven
-
Can
I help you young men?
Uno de los jóvenes, cohibido, pidió un cigarro que le fue denegado ya que
ninguno de los tres fumaba. Lejos de molestarse, los jóvenes franceses dieron
las gracias y se retiraron del local.
Una vez lejos de su vista, los tres rompieron en carcajadas.
Así que me querían para alejar a los moscones. Bueno, estoy pasando un buen
rato y eso es lo que importa.
No obstante, al cabo de un rato volvió a sentir el dolor en la pierna y, al
salir del antro, apenas podía dar un paso. Fue entonces que las fuertes muchachas
fueron en su ayuda sirviéndole de muletas improvisadas hasta el taxi más cercano.
No conformes, lo acompañaron hasta el hotel y más concretamente a su propia
habitación por más que él hizo todo lo posible por que no entraran en ella dado
el desorden imperante.
-You are really my angels –les dijo desde la cama a modo de despedida-. I will try to see you tomorrow at
the same time.
-If you don’t have any pain, please come –le
dijeron como toda respuesta.
Nuevamente soñó con Estela.
-¿Qué pasó? ¿Tenías a tus dos víctimas al pie de tu lecho y las dejaste ir?
-Más bien la víctima era yo. En cualquier caso pareciera que deseas que te
olvide lo más rápido posible.
-No es eso. Te veo muy solo. Me dio mucha pena verte en aquel bar sin nadie
a quien hablarle. Ni siquiera al camarero. Tenías razón un viejo sólo levanta
sospechas en esos medios. Por eso me da gusto que hayas conocido a esas chicas,
por más que solo se trata de un acuerdo de mutua conveniencia. Ellas te hacen
compañía y tú impides que se les acerquen los jóvenes.
-En cualquier caso, esto se acaba. Mañana es mi última noche aquí antes de
irme a Italia. Seguramente ya nos las volveré a ver.
-Ya estamos con la mentalidad de abuelo. Para qué crees que se creó el
facebook?
-Pero, ¿qué interés podrían ellas tener en un abuelo como yo? Ninguno.
-Tampoco les importaba que no pudieras caminar y sin embargo te trajeron
hasta aquí. Y si te habrías dejado hasta te habrían arropado. Son buenas
chicas.
-Ojalá hubieses sido tan tolerante cuando estábamos casados. Podríamos
haber hecho un ménage a trois.
- En aquella época te habría cortado los huevos por la simple sugerencia.
-En eso sí te pareces a mi esposa y no a mi inconsciente que te da la voz
en este sueño.
- Tú que sabrás quién soy yo.
Eran las 5 de la
mañana. Estaba completamente sudado. En su afán por dormirse, acrecentado por
los múltiples ouzos de la noche, se había olvidado retirar el edredón y
quedarse tan sólo con la sábana como había hecho los días anteriores. Se
levantó con cuidado temeroso de que se hubiera roto algo, pero notó que todo
estaba bien pese a un ligero dolor. No obstante decidió que ese día se lo
tomaría con calma. No quería forzar la marcha. Por ello renunció al proyecto de
visitar el museo bizantino. Sí iría al templo de Zeus, el estadio Panathenaiko
y el Ágora, por supuesto. Luego volvería para echarse una siesta y hacer la
maleta. En la noche visitaría a sus amigas en el Bretto’s. Le encantaba la idea de irse caminando, pero
dadas las circunstancias tomó un taxi hasta el estadio Panathenaiko; lugar
emblemático donde se enciende la llama olímpica cada cuatro años. El estadio
tenía la peculiaridad de que todas sus gradas estaban construidas en mármol. De
ahí se acercó a pie al templo de Zeus, uno de los mejores conservados en medio
de una gran explanada. Finalmente terminó en el ágora. Había un edificio
imponente; la Estoa de Attalos, con dos
hileras de columnas dóricas y jónicas sobre una extensión de unos 30 metros,
mas al enterarse de que era una reproducción pagada por Rockefeller, su interés
decreció. Realmente, solo quedaban ruinas de lo que en algún tiempo fue el
centro político e intelectual de Atenas. No obstante, como recordatorio de un
tiempo glorioso, permanecía el templo de Hephesto del V siglo antes de Cristo.
Del teatro, el mercado y La Helia nada quedaba. Octavio estaba feliz de
contemplar esas ruinas y ver que las ruinas de sus piernas le seguían
respondiendo bien pese al costalazo del día anterior.
Finalmente, se
dirigió a su hotel para preparar su maleta
y dormir la siesta. Le ilusionaba la idea de volver a encontrarse con Estela en
sueños. Como hombre práctico y de ciencias que era, no daba ninguna
credibilidad a la teoría apariciones. Para él se trataba tan solo de una
proyección de su mente. Pero también era consciente de que había empezado a
olvidarla. No gran cosa, pequeños detalles de la personalidad de la que fuera
su esposa durante 35 años. De algún modo, esos sueños le permitían mantenerla
fresca en su memoria y aunque todo se tratase de una ilusión gozaba pensando
que estaba nuevamente al lado de la mujer de su vida. Bien es cierto que en las
mañanas al despertar y darse cuenta de que estaba solo en un hotel de Atenas,
dos pequeñas lágrimas acariciaban sus mejillas. Pero inmediatamente, se reprendía
a sí mismo por su sentimentalismo infantil.
Esa tarde, no
obstante, Estela no apareció o al menos no lo recordó al despertarse. En
cambio, soñó que estaba atrapado en un laberinto y solo para salir tenía que
seguir el rastro de una desproporcional melena. Al principio todo era confuso.
El laberinto tenía muchos recovecos por lo que Octavio apenas podía ver a un
metro de distancia. No obstante, conforme más avanzaba, la mata de pelo se iba
adelgazando. Finalmente, vio la cabeza de la Rapunzel-Ariadna de sus sueños,
que no resultó ser otra que la chica coreana. Iba a ponerle la mano en el
hombro cuando la oyó gritar
-Watch out. The minotaur.
Se despertó
sobresaltado y molesto por no haber visto venir a la bestia. No obstante, tras
ordenar someramente sus cosas y cerrar la maleta usando la técnica del
elefante; o sea sentándose encima, decidió ir a pie al encuentro de sus dos
jóvenes amigas. Esa noche las invitaría a cenar a modo de despedida.
Se sentía tan bien que
no dudó en irse a pie hasta el bar. Curiosamente la calle Stadiou tenía el paso
cortado por la policía. No lo dudó y se
fue a El Venizelou; la paralela. A la altura de la Universidad distinguió una
gran manifestación por la acera. Los de adelante portaban banderas rojas con la
foto de un muchacho joven. No obstante las consignas no eran canciones con
estribillos pegadizos, sino más bien gritos. No entendía nada, pero intuía que
se trataba de insultos. Los manifestantes seguían avanzando y ya se podía
distinguir el fin de la procesión. A unos 100 metros de los manifestantes se
encontraban los antidisturbios que avanzaban al mismo paso que los quejosos. De
pronto, Octavio vio como los antidisturbios alzaban sus escudos para evitar el
impacto de una piedra proveniente del lado de los manifestantes. Aquello se
convirtió en un inferno en un solo momento. A esa primera piedra le siguieron
muchas más e incluso cocteles molotov. Los antidisturbios cargaron. Octavio,
tenía miedo, pero como él no estaba mezclado con los manifestantes pensó que no
le pasaría nada. Craso error. Los manifestantes rompieron su orden para escapar
por las calles adyacentes. Uno de ellos, fue alcanzado por una bola de goma y
cayó al lado de Octavio. Acto seguido llegó un antidisturbios para arrestarlo y
temiendo que Octavio lo atacase soltó la porra sin fijarse de quien se trataba.
El golpe fue certero y de la cabeza de Octavio empezó a manar un chorro de
sangre. Iba a seguir el guardia en su labor cuando vio la guía de la ciudad en
las manos de Octavio y refrenó su impulso. Aprovechando que sus compañeros ya
habían dispersado a los más rijosos, el guardia mandó llamar una ambulancia.
Pese al golpe, Octavio
se mantenía lúcido e insistió en que sólo se le vendara la cabeza. Quería ir a
ver a sus amigas, pero nada más dar unos cuantos pasos sintió un mareo que le
hizp desistir de su proyecto inicial. Como pudo, llegó a la plaza Syntagma
donde tomó el metro. Una señora de mediana edad dio orden a su hijo de que le
cediera el asiento, tras verle el vendaje. Salió a trompicones del vagón y una
pareja joven se ofreció a ayudarlo a llegar al hotel. En otro momento, habría
rechazado la ayuda, pero no tenía opción. En recepción el personal del hotel se
dispuso a escoltarlo a la habitación. Agradeció a los jóvenes griegos su
amabilidad y se dejó llevar en volandas
al cuarto. Nada más llegar sintió su móvil pitar.
-Where are you?
Escribía la joven alemana.
Por respuesta tan solo mandó una foto con su cabeza vendada. Después les
aseguró que estaba bien y que por esa noche les daba permiso para que salieran
a ligar con jóvenes.
-Get better. Thank you
grandpa dieron por respuesta acompañado de unos emoticonos de risa.
Finalmente, Octavio se despidió de ellas diciendo que le habían alegrado la
visita y que lamentaba no poder volver a verlas.
Ahora sí me amolaron estas muchachas. Abuelo. Así me ven de fastidiado a
mis 60 años. En fin esperemos que en Roma no me lleve tantos golpes y espero no
soñar con Estela esta noche. No estoy de humor para aguantar burlas. Sin
embargo, no tuvo suerte.
-Tránquilo. Solo vengo
a inquirir por tu estado de salud. Ahora sí te sacaron el mole.
-Ya me ves postrado y
vencido.
-Eso te pasa por jugar
al rebelde. ¿Es que acaso no aprendiste nada del 68? A la mínima perturbación
de la fuerza hay que salir por patas.
-Estás hablando del
siglo pasado. Patas ya no tengo y menos aún con el costalazo de anteayer.
-Tienes razón.
Descansa abuelo.
-Tu sigue y cuando nos
veamos te vas a enterar.
- Ay qué malote mira
cómo tiemblo.
- Yo nomás aviso.
Luego no llores.
Al día siguiente salió
temprano al aeropuerto. Como el viaje era largo y encima había tráfico, decidió
conversar con el taxista que le explicó que la manifestación del día anterior
era en memoria de un chico joven ultimado por la policía en una manifestación.
Cada año se realizaba una marcha para exigir justicia. Desafortunadamente, cada
año grupos radicales se mezclaban a la manifestación pacífica y se enfrentaban
a la policía con actos vandálicos. El conductor también le explicó porque era
tan difícil encontrar un taxi los sábados en la noche en Atenas. No era
conveniente conducir de noche los fines de semana, ya que los jóvenes salían de
fiesta con sus coches sin importarles poner en peligro sus vidas y las de los
demás tras haber bebido unas cuantas copas. Sin embargo, salvo que hubiera un
muerto, un conductor borracho no iba a la cárcel. Éstas estaban saturadas y no
se podían permitir el ingreso de cuánto borrachuzo loco hubiere. Y en el pasado
la cosa era peor, ya que si uno chocaba con un conductor ebrio, el seguro no
pagaba los daños hasta que no hubiese terminado el juicio y se hubiera
demostrado la culpa del amante de las bebidas espirituosas. En una ocasión, el
taxista había tenido un accidente y habían tenido que llamar al padre del joven
juerguista para que lo supliera como conductor, ya que en caso de que se
tratase de un accidente normal, entonces el seguro pagaba inmediatamente. Eso
sí, el padre le cruzó la cara del joven nada más llegar.
Finalmente llegaron al aeropuerto. El taxista le
bajó las maletas y le consiguió un carrito mientras que Octavio sacaba un
billete de 50 euros de los cuales solo 5 le sobraron. Tras facturar se dirigió a una cafetería.
Recordó a su abuela que consideraba de muy mal gusto llevarse equipaje a bordo.
-Yo llego a mi sitio y me siento con mi bolsa
entre las piernas, no como esos contorsionistas que más de una vez te golpean
cuando acarrean sus maletas y luego se ponen colorados para subirlas al espacio reservado para el
equipaje de mano.
Era otra época. Tan sólo habían 25 millones de
turistas en el mundo y volar en avión era un signo riqueza. En broma, la abuela
solía decir que no había nada mejor que morir en un vuelo, ya que todos los
pasajeros eran gente decente e iban vestidos con sus mejores galas. Por supuesto,
no había vuelos low cost, facturar 2 maletas era gratis y se comía durante el
trayecto, amén de ver por lo menos una película. Eran otros tiempos y su
familia era próspera entonces. En parte tanto viaje de la abuela había mermado
la fortuna familiar. En esas cavilaciones estaba cuando sintió que un par de
manos le tapaban los ojos. No lo dudó.
-¡Kim!, ¡Frida!
- You are right. we are going to
Amsterdam.
-I was very sad of not saying
goodbye to you. I’m very glad to find you here.
Después de bromear un rato sobre lo bien que le
quedaba el vendaje y acerca del antro de perdición al que ellas se dirigían,
llegó la hora de la separación.
Se abrazaron los tres y ellas le dieron un beso en
ambas mejillas.
Octavio llegó a la sala cuando empezaban el
abordaje. Haciendo un poco de teatro, se acercó con paso dubitativo al
mostrador con su pasaporte y pase de abordaje. Le preguntaron si estaba bien y
él respondió que le costaba mantenerse en pie mucho tiempo. La azafata le echó
una mirada escéptica, pero finalmente le permitió pasar.
Nada más despegar se sentó al lado de la
ventanilla. Desde pequeño le gustaba ver el extenso mar o los paisajes
terrestres desde arriba. Conforme se acercaban a la pista empezó a sentir una
modorra cada vez más profunda. Antes de dormirse echó una mirada por la
ventana. Apenas llevaban unas centenas de metros de ascenso. Se veía
perfectamente la ciudad de Atenas. Cerró los ojos y se durmió. Al cabo de un
rato empezó a sentir un gran trasiego de gente.
-¡Ayuda! Un doctor -gritaba un turista
italiano
-Sabía que tenía que haber dejado a ese anciano en
tierra –decía la azafata en griego.
-Joder ahora vamos tener que volver a tierra –dijo
molesto un chico ucraniano.
Octavio sabía
que esas personas hablaban en distintos idiomas, pero lo escuchaba todo en
español. Volteó a ver a la ventanilla. Frente a él estaba el monte Olimpo y en
su parte superior distinguió a una mujer con una túnica y una corona de laurel.
Era Estela. Había llegado la hora de bajarse del avión y reunirse para siempre
con su amada.
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