Continúa el tortuoso camino hacia
la mal llamada normalidad. A partir del lunes podremos entrar en los
restaurantes (con aforo limitado), tener reuniones más multitudinarias y, sobre
todo, se acaban las franjas horarias salvo para los mayores. Además, se abrirán
mercadillos al aire libre con un tercio de los puestos, se podrá ir a piscinas
y playas siempre con aforo limitado, así como conciertos al aire libre e
incluso a cines y teatros. Dicho sea de paso, pese a la buena voluntad, creo
que la división de las salidas según las edades no fue exitosa en parte por el
incumplimiento cívico, en parte porque algunas de las actividades sólo se
podían realizar en horarios prohibidos.
Pongo
dos ejemplos. Cuando salgo a correr en las mañanas siempre me topo con personas
mayores. Mi amigo Pedro, que es más constante que yo en su práctica del
ejercicio, me contaba que un día pidió a un par de ancianos que se apartaran ya
que la senda por donde corría a las 7 de la mañana era estrecha. Estos, que
estaban incumpliendo la normativa, lejos de hacerle caso por su propia
seguridad empezaron a echarle la bronca por no llevar mascarilla, siendo que hasta
el mismísimo Fernando Simón ha reconocido la inconveniencia de correr con una
mascarilla puesta. Es más, mi amigo, que amén de corredor es científico me
decía que la práctica del deporte con mascarilla podría ser contraproducente
para la salud. Pero nada importó. Igual se llevó la bronca sin merecerla y
desde la fase 1 no he vuelto a ver autoridad que verifique el cumplimiento de
la ley.
Por
otra parte, los horarios asignados a los adultos de 6 a 10 y de 20 a 23 horas
eran incompatibles con los horarios de apertura de muchos comercios. Ergo si
uno tenía que ir a ese establecimiento en concreto que abría de 10 a 2 y de 5 a
8 forzosamente debía incumplir el horario asignado. Técnicamente, durante el confinamiento
total también se podía salir de casa todos los días a comprar el periódico o
cualquier tontería en el supermercado. Sin embargo, existían dos factores que
limitaban esas excursiones: el miedo a la multa y el miedo al propio
coronavirus. Si bien el decreto del
estado de alarma no establecía que solo se pudiera salir si se consumía x
monto, existía el riesgo de toparse con la policía y ser multado. De hecho se
dio un caso de una persona que fue multada con 2000 euros por ir a comprar
nocilla. Le salió cara su necesidad de azúcar en la sangre. Independientemente
de que esa persona quizá pueda recurrir la multa y evitar el pago, el susto en el cuerpo no se lo
quita nadie. Con el buen tiempo y el descenso de contagios y muertes se ha
difuminado el miedo al virus. Al mismo tiempo, las autoridades ya no están tan
presentes para controlar los desplazamientos de los ciudadanos. Finalmente,
según he mencionado en anteriores artículos el virus está perdiendo carga viral
y resulta menos letal. Por todo lo anterior resulta más que lógico que pasemos a la
siguiente fase.
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