Uno de los
elementos más llamativos del coronavirus es la rápidez con la que ha sustituido
a la muerte en el deseo de muchas personas. Me explico, es un hecho que con el
surgimiento de las redes se ha polarizado el debate político no sólo entre los
líderes sino también en la sociedad. Solo hace falta asomarse en cualquier foro
de un periódico para ver la larga lista de lindezas que sueltan unos y otros
respecto a los que consideran, no sus adversarios, sino sus enemigos. Da igual
el tema del que se trate, política, feminismo, fútbol historia o la propia
enfermedad que ha detenido el planeta. Pues bien, en este contexto, el año
pasado no era difícil oír en una conversación privada el deseo de que alguien
se muriese pese a toda la corrección política imperante. Es cierto que muchos
de los odiados, independientemente de que está mal desearle la muerte a alguien,
hacen meritos sobrados para recibir las malas vibraciones del planeta. Por
supuesto, el más afanoso en esta labor es Donald Trump que pareciera cobrar
comisión por cada tweet agraviante que suelta, pero son legión los que desean ser
odiados y abarcan todas las latitudes.
Pues bien,
debido a que la pandemia es igual de democrática que la muerte y a cualquiera
le puede tocar (ahí están los casos de Boris Johnson y el príncipe Carlos) el deseo necrológico se
ha mudado en el deseo de que el odiado enferme de coronavirus. Y hay para todos
los gustos: “Ojalá AMLO enferme de coronavirus” dicen aquellos que lo ven cómo
el destructor de México. Muchos brasileños piensan lo mismo de Bolsonaro y aquí
en España Sánchez y compañía son objeto de oscuros deseos de millones de
ciudadanos. Incluso, el epidemiólogo Fernando Simón ha sido víctima de esta
malas artes mentales por no haber prohibido la manifestación del 8M, como si él
no fuera, en ese sentido, más que un mandado que no puede tomar esa decisión. Seguro
que más de uno se atribuye el mérito de que este haya enfermado. Lo que no sé
es que esperan con esta sustitución en sus anhelos. Quizá los odiadores hayan asumido
lo irreparable de la muerte y busquen sustituirla por un mal pasajero. Quizá de
esta forma, piensen que no es tan perverso su pensamiento ya que no están
deseando directamente la muerte del odiado, independientemente de que sí este
fallece no sentirán ningún remordimiento. No lo sé.
En cualquier
caso, tal cantidad de odio de la cual yo
no estoy libre de pecado a fuer de sincero, me hacen pensar que quizá necesitáramos
otro virus, de tipo informático, que limitase nuestro acceso a las llamadas
redes sociales que concentran la mayor parte de deseos malignos e insultos. Por
supuesto, sería una simpleza echarle toda la culpa de esta polarización a
Facebook, Twitter e Instagram. También algunos medios y locutores encuentran su
caldo de cultivo en el fomento de ese odio. Pero más allá de los otros, también
deberíamos buscar en nosotros mismo los motivos por los cuales somos tan
propensos a llegar a pensar que una persona no merece vivir. O mejor merece
enfermar, según la hipócrita terminología moderna. Más aun si tenemos en cuenta
de que en la mayor parte de los casos esta persona no nos ha hecho el más mínimo
daño. Si alguien tiene la respuesta, se aceptan sugerencias.
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