Monday, March 30, 2020

El vudú del coronavirus



Uno de los elementos más llamativos del coronavirus es la rápidez con la que ha sustituido a la muerte en el deseo de muchas personas. Me explico, es un hecho que con el surgimiento de las redes se ha polarizado el debate político no sólo entre los líderes sino también en la sociedad. Solo hace falta asomarse en cualquier foro de un periódico para ver la larga lista de lindezas que sueltan unos y otros respecto a los que consideran, no sus adversarios, sino sus enemigos. Da igual el tema del que se trate, política, feminismo, fútbol historia o la propia enfermedad que ha detenido el planeta. Pues bien, en este contexto, el año pasado no era difícil oír en una conversación privada el deseo de que alguien se muriese pese a toda la corrección política imperante. Es cierto que muchos de los odiados, independientemente de que está mal desearle la muerte a alguien, hacen meritos sobrados para recibir las malas vibraciones del planeta. Por supuesto, el más afanoso en esta labor es Donald Trump que pareciera cobrar comisión por cada tweet agraviante que suelta, pero son legión los que desean ser odiados y abarcan todas las latitudes.
Pues bien, debido a que la pandemia es igual de democrática que la muerte y a cualquiera le puede tocar (ahí están los casos de Boris Johnson  y el príncipe Carlos) el deseo necrológico se ha mudado en el deseo de que el odiado enferme de coronavirus. Y hay para todos los gustos: “Ojalá AMLO enferme de coronavirus” dicen aquellos que lo ven cómo el destructor de México. Muchos brasileños piensan lo mismo de Bolsonaro y aquí en España Sánchez y compañía son objeto de oscuros deseos de millones de ciudadanos. Incluso, el epidemiólogo Fernando Simón ha sido víctima de esta malas artes mentales por no haber prohibido la manifestación del 8M, como si él no fuera, en ese sentido, más que un mandado que no puede tomar esa decisión. Seguro que más de uno se atribuye el mérito de que este haya enfermado. Lo que no sé es que esperan con esta sustitución en sus anhelos. Quizá los odiadores hayan asumido lo irreparable de la muerte y busquen sustituirla por un mal pasajero. Quizá de esta forma, piensen que no es tan perverso su pensamiento ya que no están deseando directamente la muerte del odiado, independientemente de que sí este fallece no sentirán ningún remordimiento. No lo sé.
En cualquier caso, tal cantidad de odio  de la cual yo no estoy libre de pecado a fuer de sincero, me hacen pensar que quizá necesitáramos otro virus, de tipo informático, que limitase nuestro acceso a las llamadas redes sociales que concentran la mayor parte de deseos malignos e insultos. Por supuesto, sería una simpleza echarle toda la culpa de esta polarización a Facebook, Twitter e Instagram. También algunos medios y locutores encuentran su caldo de cultivo en el fomento de ese odio. Pero más allá de los otros, también deberíamos buscar en nosotros mismo los motivos por los cuales somos tan propensos a llegar a pensar que una persona no merece vivir. O mejor merece enfermar, según la hipócrita terminología moderna. Más aun si tenemos en cuenta de que  en la mayor parte de los casos  esta persona no nos ha hecho el más mínimo daño. Si alguien tiene la respuesta, se aceptan sugerencias.
    

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