Una de las
peores tragedias que ocasiona esta pandemia consiste en no poder despedirnos
adecuadamente de nuestros seres queridos. Ya se trate de familiares o amigos, que
fallecen por causa natural, por el COVID o por cualquier otra enfermedad. Como
todos sabemos, el acto de velar y enterrar a un ser querido es una parte
esencial del proceso de duelo. En lo personal, recuerdo como uno de los peores
traumas de mi vida el no haber podido despedirme de viva voz de mi padre, pese
a que sí asistí a su entierro.
En la película
el hechizo de Aquila (en Latinoamérica) o Lady Halcón (en España), los
protagonistas están condenados a no poder verse en ningún momento, pese a estar
el uno al lado del otro. El capitán Navarre (Rutguer Hauer) se convierte en
Lobo durante las noches e Isabeau (Michelle Pfeiffer) se transforma en un bello
halcón al amanecer. Tan solo pueden vislumbrarse un segundo durante el proceso de mutación. Algo similar, aunque
no de índole fantástica, está ocurriendo estos días en miles de hogares
españoles. Una de las medidas que ha aconsejado el gobierno para evitar la
propagación de la enfermedad es el de la separación intrafamiliar. Consiste,
como su nombre lo indica, en mantener las distancias con los seres queridos y
es altamente recomendada en los casos de miembros de la familia en zona de
riesgo, ya sea por edad o por enfermedad. En principio, podría parecer una
tarea fácil de ejecutar, sobre todo si no se tiene hijos, pero es más difícil de lo que se
podría creer.
Una de mis funciones en casa consiste en
preparar el café y despertar a mi esposa ya que soy el más madrugador de los
dos. Desde hace algunos días, Vicky duerme
en otra habitación ya que ella es persona de riesgo. Lo primero no representa
ninguna dificultad; hacer el café. Ahora bien, en tiempos normales despertar a
Vicky ya es una tarea ardua. Cómo dice mi cuñado “para levantarla hay que usar
grua”. Pero siendo que ella además es sorda y se quita los audífonos cada noche
antes de dormir, me quieren decir cómo chingados la despierto sin tocarla si no
me oye. Subir las cortinas es un buen principio, aunque conlleva romper la
distancia de seguridad. También podría emplear técnicas extremas como el
consabido vaso de agua fría en la cara, con gran riesgo para mi vida e integridad
física. Al final, no queda otra más que poner la mano encima del edredón y
removerla para luego oír una voz suplicante que dice “5 minutos más”. Al
repetir el acto 10 minutos después se oirá el mismo ruego: “5 minutos más”.
Sin embargo
incluso eso resulta fácil. Lo peor viene durante el día. No poder besar ni
abrazar a la persona querida, pese a estar cerca de ella. No poder acercarse a
menos de un metro de distancia es lo verdaderamente duro de esta separación. Y
lo peor es que sabemos que seguirá siendo así hasta el fin del confinamiento,
ya que deberé seguir saliendo a hacer la compra. Por ende, por muchas
precauciones que tome, correré el riesgo de contagiarme y deberé estar separado
de Vicky. Afortunadamente, a diferencia
de los protagonistas de la película podemos conversar. En fin, lo único que
queda es adaptarse a la situación y seguir tirando. Algún día se acabará el
confinamiento.
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