Numerosas veces me ha ocurrido
salir a la calle y encontrarme con que está lloviendo. Como suelo salir con el
tiempo muy justo, debo decidir entonces entre arriesgarme a llegar tarde a mi
compromiso o trabajo o seguir adelante a sabiendas que me empaparé. Normalmente
opto por lo segundo ya que me parece muy enojoso que me hagan esperar y más aun hacer esperar a otra persona. Se
trata de uno de los legados de mi estancia en Ginebra en los 70 que me ha
causado numerosos sinsabores, especialmente cuando vivía en México donde la
gente fija un periodo de tiempo vago (una media hora, por ejemplo entre las 5 y
las 5 y media) para quedar. De esta forma yo solía llegar a las 5 y mis amigos
a y media o menos cuarto. Mi amigo Gerardo sabe de lo que hablo.
Una
de las razones por las cuales salía a la intemperie sin la debida protección
radica en el hecho de que no suelo mirar a las ventanas, salvo que se oiga el
ruido de un frenazo seguido de un golpe o que haya una tormenta atronadora
afuera. Pues bien, desde que nos hemos quedado confinados en casa es inevitable
voltear la cara hacia el cristal. En sí no es mucho lo que puedo ver desde las
ventanas de mi casa; unos árboles con unas tímidas hojas que apenas están
brotando, una estrecha calle y los edificios de en frente. A mano izquierda se
divisa en lontananza una avenida más
estrecha. Por la parte de la cocina y la habitación tan solo hay un triste
patio interior, aunque en rico en chismes para quien le interese ya que se oye
perfectamente las conversaciones de los que están en el patio.
A
primera vista, no parece un panorama muy alentador. Sin embargo la ausencia de
movimiento nos permite descubrir que sigue habiendo pájaros en el barrio, que
la contemplación despreocupada de la lluvia, desde el resguardo propio, es uno
de los mejores tranquilizantes de la tierra. Incluso si nos esforzamos llegamos
a oler los perfumes de la primavera
entrante o, simple y llanamente, el olor de la tierra mojada que, por alguna
razón me retrotrae a mi infancia en Tequesquitengo. Si hubiera un apagón en
toda la ciudad y pudiésemos ver las estrellas la felicidad sería completa. Por
supuesto, nada sustituye la libertad, pero a falta de pan buenas son tortillas.
2 comments:
Muy bueno. Saludos Juan Pax... Me acordé de la canción de Silvio Rodríguez, En mi calle
No lo había pensado pero tiene razón Rubén. Muchas gracias por sus comentarios
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