Aquella noche bailaron pegados horas enteras. Al día
siguiente volvieron a quedar para ir al cine y el martes fueron juntos a
conocer la iglesia de Santo Domingo. Al cabo de dos semanas, Enrique y
Guadalupe ya eran novios, mientras que Cerillo y Alejandra, al cabo de un mes,
no pasaban de primera base. Un día Cerillo se sinceró con Enrique:
-¿Qué estamos haciendo aquí?
-Divirtiéndonos un rato antes de continuar el viaje.
-Dijimos que estaríamos una semana y proseguiríamos el
camino.
-Los planes están para cambiarlos
-No me jodas. Lo que te pasa es que Guadalupe te tiene
sorbido el seso y ay se te olvidó el resto.
-Es cierto, compadre. Pienso pedirle matrimonio.
-¿Qué? ¿Estás leyendo las pendejadas que estás diciendo?
-¿Cuál es el
problema? Es una muchacha recatada, hija de una importante familia de la región
con tierras…Ni siquiera mi padre se opondrá.
-Y ¿qué será de tus estudios? ¿De tu carrera? ¿De tus
deseos de viajar a Europa?¿Lo vas a dejar todo para convertirte en agricultor?
-Puedo ejercer tanto aquí como en el D.F. Es más,
seguro que aquí me cuesta menos levantar mí despacho si me recomienda mi futuro
suegro. Y en cuanto a lo de viajar, con la lana de mi familia política no
tendré impedimento alguno para hacerlo.
- ¿Estás seguro de que Guadalupe no te ha
entolbachado?
-No digas pendejadas.
-Bueno. Entonces ¿qué? ¿ya no quieres seguir el viaje?
-No es eso… es que…
-Déjalo. Está claro que no hay nada que discutir.
Cerillo, respiró hondo y cerró los ojos al tiempo que
acercaba sus dedos pulgar e índice al tabique nasal. Al cabo de un tiempo,
levantó su cabeza y dijo con resolución.
-Mira, Enrique, no voy a discutir contigo. Haz lo que
quieras. Pasado mañana cojo mis bártulos y prosigo el viaje. Si quieres venir
conmigo bien. Si te quieres quedar, te deseo la mejor de las suertes en tu
empresa y que seas feliz.
Pasaron los dos días acordados sin que Enrique y
Cerillo volvieran a hablar. Finalmente llegó la mañana de la despedida.
-Buenas doña Rosenda, ha visto a Enrique –preguntó Cerillo.
-Sí. Me dijo que se iba a fumar un cigarro afuera y
que ahora volvía.
Cerillo prefirió irlo a buscar para poder despedirse
de él a solas.
Salió a la calle toda empedrada que reflejaba los
rayos del sol matutino. Vio hacía ambas partes y no encontró a su amigo. No fue
sino hasta el segundo vistazo que vislumbro una forma aun delgada a lo lejos,
apoyada contra la pared y que resultó ser Enrique. Encaminó sus pasos hacía él
lentamente. Era su amigo y quería despedirse como Dios manda. Sin rencores.
Quizá nunca lo volvería a ver. Iba despacio, cómo pensando en las palabras
justas que debería emplear. Enrique aún no lo había distinguido. De pronto
sintió un fuerte empellón que casi lo saca de la acera. Apenas pudo ver con el
rabillo del ojo al señor que con tan malos modales lo había rebasado. Por un
momento pensó en buscarle bronca, pero sabía que debía respetar a sus mayores
aunque éstos tuviesen tan mala educación como en el caso presente. Pero además,
había otra cosa que le intrigaron desde que lo oteó ese breve instante.
Sabía que conocía a ese señor, pero ¿de
qué? Por su parte, el hombre adulto seguía su marcha a grandes zancadas cual
toro que se dirige al capote. No fue sino hasta que estuvo al lado de Enrique
que detuvo el paso. Cuando le propinó a Enrique sendos bofetones, recordó a don
Jacinto; el padre de su amigo.
-Se viene ahora mismo conmigo al D.F. Chamaco pendejo.
Y tú también Cerillo.
- Ud. no me puede obligar. Soy mayor de edad y puedo
ir a donde quiera.
-Tengo una orden del presidente de la república para
que, si no quieres venir conmigo en coche, te lleven a rastras en un tren
militar.
Cerillo demostró su inocencia y creyó íntegramente al
progenitor de su amigo. Recordó entonces las 40 horas pasadas a la ida y optó
por volver a México. Enrique, por su parte, ante el golpe de realismo
patriarcal olvidó sus deseos de aventura e incluso dejó de pensar en su amada
Guadalupe. Ahí se acabaron los sueños de recorrer el continente y realizar la
futura revolución de ambos amigos. No obstante, ese día se salvó su amistad.
No comments:
Post a Comment