Una de
las peores trampas del destino que se le pueden presentar a cualquier turista
fuera de su país es la de convertirse, sin saberlo, en un semilegal. Cuando
estuve en El Paso, Texas, casi me sucedió ese fenómeno. Había ido al XIV
Simposio Sobre El Teatro del Siglo de oro y, después de leer mi ponencia sobre
“Ilusión o engaño en el desenlace de El
perro del hortelano”, tomé un taxi para ir al aeropuerto, desde donde
pretendía volar a Phoenix. En el camino me puse a platicar con el taxista, quien
me hizo notar que me faltaba el permiso de las 25 millas para poder ir a
Arizona. Por más que le mostré mi visa norteamericana de diez años, él insistía
en la necesidad de aquel documento.
- No
bato, you need the papers pa’ ir a Phoenix - me dijo en el más puro y castizo
spanglish.
Sin
embargo, al ver mi preocupación porque ya no podía tramitar el permiso -mi
avión salía en una hora-, adoptó otra actitud y agregó:
- Your problem is very big, pero no se preocupe. Si sigue
mis consejos no tendrá any problem. Ahí donde lo voy a dejar, usted va a
caminar all straight hasta el airport y, una vez dentro, continúe hasta llegar
a las escaleras mecánicas. Ya estando arriba doble a la right hasta llegar al
check point de las maletas; deposite su equipaje en la banda rodante. Cruce el
detector de metales y recoja sus bultos para seguir caminando hasta llegar a la
oficina de la Southwest, donde entregará su boleto y esperará a que anuncien la
salida de su vuelo. Pero sobre todo, durante toda su estancia en el airport,
nunca hable, nunca se detenga: be cool and don’t talk!
Al llegar
al airport -aeropuerto, perdón-, seguí las instrucciones del taxista y me
convertí, en menos de dos horas, en un semilegal. En mi caso tuve la suerte de
enterarme a tiempo de mi nueva condición, porque si no habría mostrado
dócilmente (como suelen hacer los semilegales que creen ser legales) mis
papeles en el puesto de revisión y no
hubiera podido seguir mi ruta. Sin embargo, una vez que estuve dentro del
avión, empecé a sentir que mis orejas se hacían más perceptivas a cualquier
ruido y noté el nacimiento de una protuberancia en mi nuca que me permitía ver
todo lo que pasaba a mis espaldas sin que me voltease.
- That’s
normal. En unas cuantas horas se acostumbrará
-me dijo el chicano que estaba sentado a mi lado.
Finalmente
llegué a Phoenix y, al día siguiente, Enrique y yo emprendimos el tan ansiado
viaje al Gran Cañón. Desafortunadamente, el viaje fue un total fracaso, pues
una tormenta de nieve nos impidió pasar de Flagstaff. Al regresar a México, ya
curado de la mutación producida por la ambigüedad de tener mis papeles sin
tenerlos, me sentí como un cronopio.
Empero
existen otras clases de semilegales en este mundo, los conscientes. Estos seres
saben que no han tramitado toda la documentación necesaria para poder vivir en
otro país y, a pesar de los problemas que esto les pudiera contraer, ellos
buscan permanecer en este estado físico y espiritual, conocido como la
semilegalidad, para evitar tener que afrontar otros obstáculos llamados
impuestos, mili, etc...
Tal fue
el caso de Jaanitcioo Lumbrerap; él había ido a estudiar un doctorado en
literatura hispanoamericana a España -como buen semilegal que era, él tenía un
gusto más exquisito que el común de los inmigrantes y, en vez de poner sus ojos
en los Estados Unidos, pensó en hacer las Europas-. Poseía la doble nacionalidad, pero nunca
tramitó su D.N.I., ya que en caso de hacerlo, sería llamado a filas por el
ejército español. De tal suerte inició sus estudios y, al mismo tiempo, buscaba
un trabajo que le permitiese sobrevivir, pues el dinero de sus padres -un
semilegal siempre cuenta con el apoyo familiar-, no sería eterno.
Desafortunadamente no pudo conseguir trabajo por falta de la documentación
necesaria. Es decir, como no tenía D.N.I., le era imposible tramitar su N.I.F.,
y sin este papel todas las puertas del reducido mercado laboral se le cerraban.
El mes
pasado apareció la noticia de su muerte por inanición. El rotativo indicaba
que, en medio de su mugroso cuarto se había encontrado un texto suyo que
reflejaba la pérdida de su lucidez mental, ya que el texto pretendía ser una
obra científica sobre seres inexistentes, que me fue entregado ayer. Lo extraño
es que, si bien Jaanitcioo ya no recibía dinero de su familia, el podía comprar
con su tarjeta American Express -esa que los semilegales siempre tienen para
los casos de emergencia-, un boleto para regresar a México, pero no lo quiso
hacer. Algunos dicen que tenía cuentas pendientes en su país, otros aseguraban
que no había querido separarse de su novia, e incluso muchos afirmaban que ya
no quería volver a México. La verdad nunca se supo.
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