-Aquí está el expediente. Pedro
Fernández nacido en Tequesquitengo estudió
en y es hijo de… y de… Muy bien, supongo que tu asesor ya te habrá dicho porque
estás aquí De acuerdo, pero antes de leerlo y dictar un veredicto me gustaría
que me relatases tu propia vida. Él –refiriéndose al consejero- ya te habrá
dicho que tienes derecho a callarte y
dejarle a él toda tu defensa, pero él
estará de acuerdo conmigo en que esos tecnicismos no son necesarios en
este caso.
El defensor asintió.
-¿Toooda?-repuso Pedrito-. Pero
si no recuerdo nada de mis primeros 4 años de vida.
-Bueno, pues entonces cuéntame lo
que recuerdes, pero eso sí, ten presente que al final sabré la verdad y que de
tu sinceridad dependerá mi fallo. Te arriesgas a un castigo muy largo y duro.
Durante un momento, el niño
agachó la cabeza de modo que el juez, desde su altura, solo veía unos pelos negros acabados en
punta. Parecía que Pedro buscara las palabras justas para afrontar el trance en
el que se encontraba.
-Está bien, pues ahí le va señor.
Como ya le dije mi memoria no es muy buena respecto a mis primeros años de
vida, pero sí sé, porque me lo dijeron, que nací a orillas del lago de
Tequesquitengo. Vivíamos en la casa de un señor donde mi madre trabajaba. La verdad es que era muy padre, ya
que el señor vivía en el D.F. y sólo iba a la laguna los fines de semana y como
se la pasaba todo el día visitando amistades, pues apenas lo veíamos por lo que
se podía decir que la casa era nuestra y de hecho, pese a los regaños de mi
madre, más de una vez me eché en la piscina.
-O sea que abusabas de la
confianza del jefe de tu madre y tomabas como suyo algo de su propiedad.
-Objeción –dijo enérgico el
defensor-, el niño no podía comprender que estaba haciendo algo malo.
-Denegada. Su madre le había
advertido. Con eso debería de haberle bastado.
-Es cierto, dijo Pedro, pero le
juro que sólo lo hacía durante un momentito.
-No jures en falso –dijo en tono
cansino y admonitorio el juez.
-Verá lo que quiero decir es que
me gustaba echarme al agua fría de la alberca, salir corriendo y meterme en la
laguna. No sé porque, pero el caso es que de esta forma me parecía que el agua
de la laguna estaba más caliente de lo que en realidad estaba. Si tenemos en
cuenta que solo eran unos segundos los que me metía, pues entonces en el
cálculo total no habrá pasado de más de un par de horas. O sea un par de veces.
El magistrado soltó una risotada involuntaria.
-Curiosa forma de cálculo tienes
tú. En fin, decidiré al respecto en el momento procesal oportuno.
-Sigue contándome tu vida.
-Hay una cosa de la que no me
siento nada orgulloso.
-¿Sólo una?
-Bueno… hay una que está por
encima de todas. Ocurrió en el colegio. A mí nunca me gustó. Había un chico que siempre sacaba las mejores
calificaciones y por supuesto los demás alumnos lo despreciaban por esa misma
razón. Su idea del colegio era que esta era una condena que había que cumplir,
pero haciendo el menor esfuerzo posible y si se podía aprobar haciendo trampas,
mejor que mejor. Por supuesto cualquiera que sacase buenas calificaciones
pasaba a ser sospechoso de ser aliado del enemigo. Las calificaciones de
Alberto eran excelentes siempre. Para no hacerle al mitote, le diré que a mí me cayó bien Alberto y más
después de que en un examen me soplara una respuesta. De hecho las primeras
palabras que le dije fueron “pásame la 6”. Sin embargo, ese detalle pasó
desapercibido. El aguantaba las burlas
de mis compañeros de la mejor manera posible y creo que el hecho de que yo fuera su amigo, le ayudaba. Claro que nos
solíamos ver fuera de clase ya que para nada quería que alejaran los otros.
Quería estar bien con todos.
-Con Dios y con el diablo –sentenció de forma amonestativa
el juez.
-Así es –dijo Pedro bajando la
mirada. Por eso de que no quería que me vieran con Alberto, nuestros encuentros
y momentos de juego ocurrían fuera del colegio. Después de la comida él se
acercaba a casa del señor rico donde yo vivía y tras
hacer los deberes nos echábamos a la laguna a nadar ante la atenta mirada de mi
madre. Todo iba de lujo hasta que un día
se acercó a mi casa mi compañero Rodolfo para darle un recado a mi madre de
parte de la suya. El terreno donde vivíamos era inmenso y daba por una parte a
la laguna y por la otra, por la parte de arriba, a la carretera. Ahí se
encontraban los cuartos donde dormíamos y luego a continuación la casa del
patrón y luego un jardín enorme con todo y la dichosa alberca para finalmente
llegar a la parte del muelle y el lanchero. Rodolfo dio unos cuantos gritos
desde la calle, pero como estábamos muy lejos ni lo oímos. No se lo pensó mucho
y se salto la barda y empezó su camino hacia la laguna como tantas otras veces.
Nos encontró enfrascados en pleno forcejeo, ya que como a ambos nos gustaba la
lucha libre, emulábamos a nuestros héroes enmascarados, siempre intentando
evitar hacernos daño. Aunque algunas veces se nos iba la mano. Yo casi siempre
era el ganador. Estaba tan empeñado en ese momento aplicándole una Nelson que
ni percaté su presencia y menos aún Alberto que no sabía cómo zafarse. No dijo
nada, pero según me dijo mi madre días más tarde, se retiró con una sonrisa
malévola. Al día siguiente, cuando estábamos preparándonos para jugar un
partidito de futbol, soltó su veneno como los alacranes de los cañaverales
donde trabajaba mi padre hasta que lo picó una coralillo. Cuando me nombraron
para uno de los equipos, él dijo en voz alta y clara:
-Seguramente Pedro no querrá
jugar y preferirá jugar con su novio Alberto. Ayer los vi abrazaditos.
El pánico me pude y respondí a
pleno pulmón:
-No es verdad. Eres una rata
mentirosa. Yo no soy amigo de Alberto.
-¿Negaste a tu propio amigo?
–dijo asombrado el juez-.Me suena familiar esa historia.
-Lo peor fue que Alberto lo oyó
todo y en vez de desmentirme y ponerme en ridículo, que era lo que a fin de cuentas me merecía, se
dio la media vuelta y se marchó como si no le afectasen nuestras palabras. Cómo hubiera querido que me echase en cara mi
cobardía, qué me hubiese pegado, cualquier cosa con tal de no sentirme tan
culpable. Nunca más lo volví a ver. Esa misma noche se fugó de casa y cuando
finalmente lo encontraron, prometió no volverlo a hacer a cambio de que lo
sacaran del colegio. Fui cobarde y por eso perdí al que pudo ser mi mejor amigo.
Me deje llevar por el temor a ser repudiado; cosa que Alberto aguantaba a lo
mero macho. Fui cobarde y por eso perdí al que pudo ser mi mejor amigo –terminó
el niño con lágrimas en los ojos-.
-Lo importante es que tu amigo no
cometió ninguna locura y que te arrepientes de ello. Llora porque en verdad es
bueno para ti. Las lágrimas siempre devuelven la paz.
-Ya, pero lo que ahora no podré
nunca pedirle perdón.
-Eso no puedes asegurarlo.
-Por lo demás, no veo en tu
expediente más que unas cuantas travesuras, pero dime Pedro, ¿qué cosas buenas has hecho?
Por un momento Pedro se quedó
perplejo. No esperaba esa pregunta del señor Juez.
-¿Perdón? –musito después de un
rato de silencio.
-Claro no pensarás que basaré mi
juicio únicamente en tus maldades. También debo conocer tus virtudes para poder
juzgarte.
-Bueno, procuraba estar lo más
atento posible en clase para poder aprobar y darle esa satisfacción a mi madre.
-Pero si acabas de confesar que
tu amistad con Pedro surgió de que él te pasó la respuesta.
-Claro. Porque no quería
reprobar.
-Pero y si el maestro te hubiera
descubierto, ¿no crees que le habrías provocado una honda pena a tu madre? No
sólo habrías reprobado sino que se te habría tildado de tramposo.
-Supongo que tiene razón, pero tenía que jugármela. Verá, yo nunca tuve
cabeza para esa asignatura. Iba a tronar como ejote sí o sí. Sé que lo hice
estuvo mal, pero qué le voy a hacer si mi cabeza no da más de sí
El juez se meció un momento su
larga barba blanca y luego paseó sus manos por la espalda para estirar su toga
blanca.
-Estoy convencido de que te
equivocas en lo de que te falta cabeza, pero pase el argumento en cuanto a tus
intenciones. ¿Qué más puedes decirme?
-También siempre le hacía los
recados a mi madre.
-Aunque más de una vez
aprovechabas para comprarte un refresco.
-Se trataba de una especie de propina
que me daba mi madre
- Sin embargo, en ninguno de
estos papeles se menciona que le hayas pedido permiso para comprarte la bebida.
-Hay cosas que una madre y un
hijo que ambos saben y no necesitan ponerle palabras.
El juez empezó a reírse por lo
bajo ante la ocurrencia de Pedro y tuvo que hacer un gran esfuerzo para
controlarse. Pasaron un par de minutos mientras que el magistrado intentaba
sofocar su propia risa. Pedro aprovechó para ver bien, por primera vez el lugar
donde se encontraba. Parecía una iglesia, pero a diferencia de estas no había
ninguna imagen en las paredes, pese a que las columnas de mármol blanco denotaban
un cierto status del lugar. Por otra parte, se trataba de una sala enorme en la
que tan sólo había una silla para el acusado, otra para su defensor y, enfrente
de ellos se encontraba el juez tras una mesa de granito donde se veían torres
de papeles a cada lado. La sala era redonda y antes de la cúpula había un
perímetro de cristales que permitían que la luz la invadiera por todos los
ángulos. Finamente, en el centro se encontraba una trampilla cerrada con un
candado y con una piedra encima.
-Finalmente –dijo Pedro
envalentonado ante la risa del juez-, siempre cuidé a mi hermano cuando mi
madre nos tenía que dejar solos.
-Es cierto, pero el día de los
hechos que te trajeron aquí, desobedeciste deliberadamente a tu madre para ir a
jugar un partidito de futbol y pusiste a tu hermano ante un peligro de muerte.
-Así es –confirmó Pedro agachando
la cabeza-. Tenía muchas ganas de ir y sabía que se encontrarían ahí mis
compañeros del colegio. Alguno de ellos incluso me rogó que fuera dada mi
destreza. Sabía que no faltaría la hermana de algún miembro del equipo que
estuviese dispuesta a cuidarlo mientras jugábamos. Ya sabe cómo son las
mujeres.
-No, no lo sé. Ilústrame por
favor.
- Lo que quiero decir es que
nomás ven a un niño de 3 años y se les cae la baba. Y así fue. No acaba de
llegar que Sofía ya me lo andaba arrebatando sin que tuviese tiempo de pedirle
el favor formalmente. A la vuelta, iba caminando con Wenceslao agarrados de la
mano cuando apareció aquella serpiente negra tan bella. Cogí a mi hermano entre
mis brazo y empecé a correr cuando sentí como se clavaban los dientes del
animal en mi tobillo. No recuerdo nada más y ni siquiera sé cómo está mi
hermano y si bien desobedecí, también es verdad que protegí a mi hermano con mi
propio cuerpo.
-Tu hermano está bien fue
recogido por Sofía que venía rezagada y llevado con tu madre mientras a ti te
trasladaban al hospital. Señor abogado.
-Dígame señoría –dijo el defensor
del muchacho.
-No voy a necesitar más de su presencia ni tampoco
voy a retirarme a deliberar. En realidad con estos niños nunca hace falta
y si le soy sincero ni debería de
oírlos, pero 2000 años en el mismo trabajo acaban aburriendo a cualquiera y
estos pequeñajos son la sal de este oficio. Pedro Hidalgo Pérez tras oír tu
confesión y teniendo en cuenta la levedad de tus pecados y el valor con el que
sacrificaste tu vida por la de tu hermano amen del hecho de que somos tocayos
–esto último lo dijo guiñándole el ojo-, resuelvo que te sea permitido pasar la
eternidad en el jardín de la inocencia. Abogado, haga el favor de conducir a su
defendido y tú Pedro pórtate bien.
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