Ahí estaba. Parado con esa cara de imbécil que se le
queda a cualquiera que ha perdido su cartera. Revisaba una y otra vez el
contenido de su mini mochila decathlon y palpaba todo su cuerpo, pero de sobra
sabía que ésta no aparecería. Estaba en un gran apuro. Había perdido su dinero
y la tarjeta asociada a la cuenta de su padre que éste recién le había sacado
para celebrar sus 14 años y para emergencias. También se había dejado ahí su
DNI. Si un policía le pedía su documentación acabaría en comisaría teniendo que
llamar a su padre para que lo rescatase. Y claro, al conocer el motivo de
su detención, no dejaría de reprocharle su falta de atención. Probablemente le
cancelaría la cuenta en vista de que aun no estaba preparado para asumir esa
responsabilidad y, como colofón, seguramente le castigaría prohibiéndole ir a
la playa con Luciana y los padres de ésta. Llevaba todo el año esperando este
viaje. La playa en sí no le interesaba tanto como el hecho de que iba a estar
con ella todo el tiempo. Hacía unas semanas, Luciana lo había invitado y aunque
formalmente ella no había cancelado nada, Fabián no sabía si seguía estando
invitado luego que ella se disgustara con él. Por eso era tan importante el
encuentro de ese día.
Habían compartido todo el año juntos, desde que ella
se presentara en clase como una nueva alumna. Luciana venía de otro país. Su
padre había trabajado en la creación de plataformas petrolíferas en Brasil
durante una década por lo que a veces se le escapaban a ella palabras en
portugués, lo que a los ojos de Fabián la hacía más apetecible. También le
atraían el pelo negro y rizado de Luciana, su tez trigueña y las diminutas
pecas que poblaban su cara. Ni tardo ni perezoso, Fabián “pegó su
chicle”, como le diría un compañero y se ofreció a mostrarle el colegio a la
muchacha para que ella supiese qué clase de gente se encontraría ahí. Por
supuesto que el caballeroso acto tenía como fin estar a su lado e irla
conociendo, amén de hacer méritos a sus ojos. Ella se dio cuenta de su juego,
pero como también le atraía su nuevo amigo, se hizo la inocente. Fabián era
alto y desgarbado y tenía la típica cara sosa de un adolescente.
A Luciana le gustaba ver la forma en que
él perdía todo su aplomo de líder frente a sus compañeros cuando ella se le
acercaba. A veces incluso tartamudeaba. Sin embargo, cuando ya estaban solos,
en el cara a cara, Fabián ganaba mucho enteros. Su nueva amiga parecía
expeler una total independencia y desapego de las supuestas “pautas” que debía
seguir una chica. No le importaba relacionarse con muchachos de su edad a pesar
de la simpleza de éstos y hasta jugaba al fútbol con ellos. Fue precisamente
este juego el que más los unió. El paso de Luciana por la escuela carioca se
hacía notar en la visión periférica del campo que le permitía optar siempre por
la jugada más peligrosa. Ella podía quebrarle la cintura a cualquier defensa
con tan solo un metro de distancia. Sin embargo, no le gustaba humillar a sus
rivales porque a estos no les gustaba verse superados por una chica en un juego
que consideraban solo para hombres y siempre acababan los chicos haciendo uso
de malas mañas, como faltas o manotazos. Y lo peor es que muchas veces los
manotazos no acababan en la cara. Por eso prefería compartir la gloria con un
chico que fuese capaz de entenderla y ahí aparecía Fabián. Era el socio ideal.
Ella no necesitaba voltear a verlo para ubicar su posición en el área rival. Un
simple cruce de miradas les bastaba a ambos para saber lo que debían hacer. Sin
embargo, lo que más le gustaba a ella de Fabián era el hecho de que éste
siempre sabía reconocer el mérito de su compañera en sus logros, a diferencia
de otros jugadores que tras marcar el gol se olvidaban de quién les había dado
el pase y se arrojaban hacia el césped aturdidos por el tamaño de su “hazaña”
o, más grotesco aún, empezaban a darse golpes en el pecho como si de simios se
tratara. En cambio, el primer abrazo de Fabián siempre era para Luciana y en
más de una ocasión la había levantado en vilo para colocarla entre sus piernas
y hacer patente que su logro era debido al gran pase que ella le había puesto.
Este modo de celebración paró cuando algunos padres le fueron con el chisme a
las monjas que dirigían el colegio. Éstas, por guardar las formas frente a los
progenitores que metían a sus hijos al colegio para que aprendieran a
comportarse “como Dios manda”, llamaron a los implicados para instarlos a
comportarse debidamente mientras llevasen puesto el uniforme del colegio. Pero
como los resultados de la dupla atacante eran tan buenos y, por primera vez
desde la fundación del colegio se soñaba con la posibilidad de ganar el
campeonato regional, lo que en otras ocasiones hubiese conllevado un terrible
regaño con amenazas de expulsión, se quedó en una simple amonestación
acompañada del rezo de un rosario.
Finalmente llegó al revisor. Ese día
aciago, en que Fabián había perdido su cartera, había una manifestación en Sol
por lo que la mayoría de los autobuses eran detenidos en la Puerta de
Alcalá y redireccionados por un par de trabajadores de la EMT. Más tarde, él
bendeciría esa huelga. Fabián no lo dudó y se dirigió a los trabajadores de la
EMT para comentarles que creía que se había dejado la cartera en el autobús 9
que acababa de pasar haría unos 5 minutos. De no haber estado ahí los
trabajadores, él no habría sabido qué hacer o peor aún ni siquiera se habría
comunicado con el teléfono de objetos perdidos de la Empresa de Transporte ya
que todo aquel que llamaba a ese número sabía que se encontraría con un
terminante NO al final de la pregunta. Hasta su sobrino de 5 años lo sabía,
después de que perdiera una mochila de caillou en el interior de un taxi; esa
oficina solo traía malas noticias.
-¿Ha llamado a objetos perdidos? –preguntaba
inquisitivo los primeros días a Fabián que estaba presente el día de los hechos
y por cuyo despiste se había perdido la mochila. Él respondía que sí había
llamado pero que aún no había aparecido la mochila. Al cabo de un tiempo
Joaquín dejó de preguntar. Aunque de vez en cuando volvía a la carga más por
ver la cara de susto que se le quedaba a su tío, más impresionado por la
memoria del niño, que porque echase de menos su mochila. Sin embargo, en esta
ocasión Fabián correría una suerte distinta. Los trabajadores llamaron sin demora
a la central quien localizó al conductor del transporte 8717 quien, a su vez,
notificó la aparición de una cartera que contenía un DNI a nombre
de Fabián de Lizardi. Él se puso muy contento al conocer la noticia. Lo malo es
que tendría que esperar a que el autobús volviese y como este iba a Hortaleza y
tomando en cuenta el tráfico que había, tendría que cancelar su cita con
Luciana. Este encuentro era crucial para rehacer las paces después de que
Fabián la cagara en privado con sus compañeros. Estos, envidiosos de que él se
había convertido en la estrella del equipo, empezaron a azuzarlo desvirtuando
sus méritos.
-Claro, cuando te ponen tantos pases de gol es normal,
por más malo que seas, que anotes unos cuantos, pero eso no significa que seas
un buen delantero, sino más bien que tienes mucha suerte.
-Suerte le llaman al saber.
-Así es, si no fuera porque este año tenemos a Luciana
en el equipo no habrías marcado ni la mitad de los goles que llevas en el
campeonato.
Fue entonces cuando dijo las fatídicas palabras. Sabía
que mentía al hablar, pero estaba tan molesto por la falta de reconocimiento
por parte de sus compañeros a su labor que entonó, todo chulito:
-A mi no me hace falta un buen pasador. Con que la
pelota se encuentre por mi zona y tenga un cuarto de ocasión me vale.
Sus compañeros le rieron la gracia, pero él no sabía
que uno de ellos lo estaba grabando todo. Y claro, acto seguido fue a
cascarle el chisme a Luciana.
Cuando finalmente Fabián se enteró de la movida era
demasiado tarde.
-Hola, Luciana. Perdona que no haya llegado aún, pero
es que he perdido mi cartera en el autobús y tengo que esperar a que me la
traigan.
-Si verdaderamente me quisieras como me decías no te
inventarías una excusa tan absurda para no venir a dar la cara.
-Te juro que es verdad.
-Sí, como no. Encontraron tu cartera y decidieron
dársela al conductor para que te la devolviera. Vamos hombre, que no soy tonta.
Creía que eras diferente. Adiós.
Fabián intentó volver a llamarla, pero siempre oía la
misma vocecita desesperante: el móvil marcado está apagado o fuera de
servicio.
Al día siguiente de sus autocomplacientes
declaraciones, Fabián empezó a sentir los cambios por su excesiva verborrea. En
primer lugar Luciana le cedió a otro compañero su pupitre a cambio de alejarse
de él y, en segundo término, ella no volvió a dirigirle la palabra. Más aún, en
el partido de semifinales ella acaparó todo el tiempo el balón e hizo una gala
de toda su sapiencia futbolística marcando los dos tantos de su equipo. En
ningún momento le pasó la bola a Fabián que parecía un espectador más. A ella
ni siquiera le importó que uno de los defensas contrarios le barriera el
tobillo. Ese día, Luciana iba a ser la estrella y tampoco iba a permitir que
nadie saliese en su defensa. Por supuesto que no faltaron las burlas a Fabián
por parte de sus compañeros acerca de su baja efectividad en la cancha. Sin
embargo, esta vez, a diferencia de la ocasión anterior, él no dijo nada; se
quedó callado aguantando el chaparrón y por la tarde se dirigió a casa de
Luciana para pedirle disculpas. Llegó a su casa y se dirigió al lateral para
echarle piedritas a su ventana que era la contraseña que usaban para verse sin
que lo supieran los padres de Luciana. No es que Fabián les desagradase, pero
ellos no querían que su hija se encaprichase de él. A fin de cuentas era
posible que tuviesen que hacer otro viaje al extranjero en no mucho tiempo. En
teoría, Madrid solo sería una escala técnica. Aquella tarde Fabián esperó dos
horas a que Luciana saliera. Sabía que ella estaba ahí por el movimiento de las
cortinas. Cuando empezó a llover, ella creyó que él se largaría finalmente,
pero él permaneció bajo el chaparrón. Eso la conmovió, aunque no lo suficiente
como para hacerlo entrar a casa.
-Mañana si no estás resfriado nos vemos en el cine a
las 8 y hablamos.
Aquella noche él estaba radiante. Había conseguido una
oportunidad de resarcirse con la chica que tanto le gustaba. Por supuesto, ese
día durmió poco y mal.
-Qué cabecita la tuya –oyó al revisor que le decía sacándolo
de sus reflexiones-. ¿Cómo te llamas?
-Fabián de Lizardi.
-Aquí tienes.
Fabián abrió la cartera temiendo que le hubieran
quitado las tarjeta o el dinero, pero para su suerte, milagrosamente todo
estaba intacto y dentro. Sin embargo, él sentía que ya había perdido lo más
importante.
Al día siguiente se jugaba la gran final de colegios
de Madrid. El equipo ganador podría representar a su comunidad en el torneo
nacional. El entrenador, consciente de la situación personal de los chicos, dio
un discurso sobre la profesionalidad que esperaba de sus pupilos.
-Los grandes jugadores a los que admiráis, nunca dejan
que sus mezquinos intereses personales los cieguen. Cumplen y luego siguen
odiándose fuera de la cancha. A mí me gustaría que todo el equipo estuviese
unido dentro y fuera en armonía. Pero no me corresponde arreglarles sus
relaciones personales. Solo les pido que durante los 90 minutos de hoy sepan
estar a la altura de lo que se espera de ustedes y que piensen en sus
compañeros que han luchado todo el año por ustedes.
El entrenador no dirigió su mirada a nadie, pero los
protagonistas de la perorata sabían que se estaba refiriendo a ellos. Sus
compañeros no dejaron lugar a dudas. Tenían sus miradas clavadas en Fabián y
Luciana que salieron los últimos al campo. Antes de pisar el césped, ella lo
paró y le ofreció la mano en señal de amistad. A Fabián la amistad de Luciana
no le bastaba, pero habría que conformarse por el momento. Nada más empezar el
partido, el San Cristobal se vio sorprendido por un contraataque fulminante,
luego que los centrales habían subido a rematar un córner. Sin embargo,
la fortuna quiso que pocos minutos después, en un tiratira en el área rival,
Ortega –el mismo que le había ido con el chisme a Luciana-, prendiera un
potente disparo al arco que estableció la igualada. Casi al final del primer
tiempo, Luciana acaparó la atención de todo el estadio. Recibió un pase largo
del portero y en lugar de bajar la bola, la controló de forma orientada por
encima de la cabeza del defensa para quedarse sola frente al portero. Ese
sombrerito magistral le valió el aplauso de toda la grada y, cuando todo el
mundo pensó que dispararía a fusilar le pasó mansamente el balón a Fabián que
casi marra la ocasión porque no esperaba recibir el esférico de ella.
-Muchas gracias –le dijo mientras conducía el balón al
centro del campo.
-De nada –estate atento la próxima vez, dijo
seriamente ella en un tono que no dejaba dudas con respecto a que nada había
cambiado entre ellos-.
Así terminó la primera parte, con un resultado que
auguraba lo mejor para el San Cristóbal. Sin embargo, en la segunda parte
el equipo rival sacó al medio campo a un jugador cuya edad lindaba la legalidad
del concurso y cuyo fin era detener por cualquier medio a Luciana. Ni tardo ni
perezoso le hizo una barrida que le valió la tarjeta amarilla, pero que dejó
tocada a la estrella del equipo. Sin embargo, no conforme con eso el
grandullón, no escatimaba en recursos ya fuera jalándola de la camiseta o de
plano agarrándola y cuando todo eso fallaba, soltaba la pierna ante la
complacencia del árbitro que temía la iracunda reacción de los padres del
equipo afectado. En una ocasión Fabián le fue a protestar y, cuando el árbitro
no miraba, le soltó un codazo en plena cara. Fabián iba a responderle cuando
vio a su compañera llamándole y recordó las palabras de su entrenador:
-Perdona, estuve a punto de perder la cabeza.
-Es lo que este hijo de puta quiere. ¿Te duele
mucho?
-No, pero gracias por preguntar.
A pesar de que el potencial ofensivo del San Cristóbal
había quedado mermado, no se veía cómo podrían los rivales empatar. La escuadra
de Luciana y Fabián controlaba el partido a placer con grandes posesiones de
balones fruto de pases cortos y triangulaciones certeras. No obstante, en una
de esas posesiones ocurrió la tragedia. El lateral retrasó el balón hacia el
central, pero como la pelota le venía a él botando, éste golpeó de mala manera
el esférico que salió muy flojo hacia el portero. En esa zona se encontraba un
delantero rival que aprovechó el error para recuperar el balón y establecer la
igualada. Quedaban 5 minutos y ambos equipos estaban agotados. Los tiempos
extras se presumían peligrosos y fue entonces que se le encendió el foco a
Fabián.
Se acercó a su compañera.
-Quédate adelante y ocupa mi posición.
El cambio de posición de los dos jugadores desubicó a
los rivales que no sabían a quién marcar. Cuando faltaban segundos para la
culminación, Fabián recibió un pase en el centro del campo y en vez de parar la
bola dejó que corriera entre sus piernas y también entre las del grandullón que
no se le despegaba. Al tiempo que la bola pasaba, él giró su cuerpo hacia la
derecha vadeando a su rival y se dirigió hacia el balón dejando anonadado al
mediocampista rival. Posteriormente encaró a un defensa que, sin embargo, logró
desviar ligeramente el balón hacia la derecha del campo. Un poco más adelante
se encontraba Luciana presta a fusilar al portero rival, pero antes había que
ganarle la carrera al central y darle el pase a su compañera. Fue entonces
cuando él tomó la decisión más importante del torneo y del curso escolar. Solo
había una forma de llegar antes a esa pelota. Iba a ser muy doloroso, pero era
la única solución. Se barrió con los dos pies hacia adelante y consiguió
contactar la bola antes de que los tacos de su rival se le hundieran en el
tobillo, provocando que soltara un rugido desgarrador. Luciana recibió el balón
y consciente del sacrificio que había hecho su compañero sabía que no podía
errar. Como ya no podía correr, tan pronto le llegó el esférico echó hacia
adelante su cuerpo e impactó la bola con el empeine derecho. El balón se elevó
tomando una curva de dentro hacia afuera para impactarse en la red, entrando
por el ángulo derecho. El juez central decretó ahí mismo el final del juego.
Habían ganado y todos los jugadores se arremolinaron en torno a ella para
felicitarla por el gol de la victoria. Pero Luciana, les pidió que la dejaran
en paz. Se acercó hacia Fabián que aún se retorcía en el suelo y le
ofreció la mano para que se levantara. Tan pronto se puso en pie, lo abrazó y
le plantó un sonoro beso en la boca que casi hacen que se volviera a caer al
suelo. Juntos recibieron la copa de campeones regionales y juntos pasaron aquel
verano en la playa besándose, nadando, corriendo y jugando todo el día.
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