Cerillo y Enrique habían decidido recorrer toda
latinoamérica, emulando a su héroe el che Guevara, pero en sentido inverso. En
realidad, la idea no había sido de ellos sino de su amigo Neto, quien también
estaba estudiando la carrera de derecho en la UNAM. A la hora de la verdad, él
se rajó. Peor para él pensaban los dos amigos. Ya lo lamentará cuando regresemos a México llenos de
experiencias qué contar. Su objetivo era recorrer por cualquier medio los
países del continente hasta llegar a la Patagonia y volver a tiempo para el
inicio del curso escolar un año después. Por supuesto, tendrían que trabajar en
lo que se presentase y ya verían donde dormirían.
La primera parte del recorrido ya estaba cubierta. Se
irían en un tren de mercancías a San Cristóbal de Las Casas donde se quedarían
en casa de unos tíos lejanos de Enrique descansando. De ahí partirían a
Guatemala; el lugar donde propiamente empezaría la aventura. Las cuarenta horas
del viaje; la mayor parte de pie o arrumbados en unos tablones incómodos, fueron
el primer contratiempo en su nueva vida. Sin embargo, qué importaban unas
cuantas incomodidades cuándo les esperaba las mujeres más bellas del
continente, los lugares más recónditos y hermosos de la geografía
latinoamericana y las aventuras más emocionantes.
Tan pronto llegaron, se dirigieron a la calle Simojovel
donde residían sus tíos que regentaban un hotel. Enrique conocía la dirección de
una antigua carta de felicitación que los tíos segundos habían mandado a su
padre con motivo del nacimiento de su hermano Ernesto. Temía que se hubiesen
mudado, pero estaba convencido de que no tendría problema alguno en encontrarlo
si seguían en esta ciudad. Era en aquel entonces San Cristobal de las Casas, una pequeña
población de no más de 32 mil habitantes
bastante aislada. La carretera que la comunicaba con la capital del estado era
más que peligrosa; sobre todo a la bajada en que se podía ver el precipicio
durante todo el camino. Además, aquellos que no estaban acostumbrados a este
camino invariablemente terminaban mareándose. Las casas de dos techos y tejas
rojas eran únicas en toda la república y todas las mañanas amanecía envuelta en
una densa niebla. El clima a tres mil metros de altura, era de lo más variable.
Tan pronto hacía sol se podía salir en camiseta, pero si una sola nube tapaba el
astro, entonces era necesario ponerse un suéter. Eso sin contar con las
constantes lluvias.
Lejos de levantar suspicacias, la llegada de los
muchachos fue motivo de alborozo entre aquellos lejanos familiares. Querían
conocer algunas de las maravillas naturales del Estado y por eso habían hecho
tan largo viaje.
-Me parece una
decisión muy acertada. Ya va siendo hora de que este Estado deje de estar en
el último rincón de la patria. Con solo
decirles que aquí no llegó la revolución. Ya veo que les parece que hablo en chino
por la cara que han puesto. Lo que pasó es que un grupo de oligarcas se
hicieron pasar por revolucionarios para hacer como que hacían, pero al final
siguen habiendo grandes latifundios y los indígenas viven en condiciones miserables. Esa es la cruda realidad, muchachos.
-Tío, verá. El caso es que nos quisiéramos quedar un
buen rato en el Estado y visitar todos los rincones, pero lo cierto es que no
tenemos mucho dinero por lo que hemos pensado combinar nuestra visita con el trabajo
para poder prolongarla. ¿No nos podría ayudar a conseguir algo?
-No sé que le enseñan en la Universidad, pero desde
luego sí sé que pensaría mi primo si nos les ayudo en este trance. De trabajar
nada. Yo les dejo para su visita y ya luego me ayudan un poco a hacer arreglos aquí
en el hotel. ¿Juega?
-Juega
dijeron entusiasmados y al unísono los dos muchachos.
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