Ahí
estaban, Chicharito, Quique, Cerillo, Jorge Pascal y Rafael Carreras en medio de la selva, trabajando en la
construcción de la presa de Malpaso. Salvo Carreras que era un arquitecto
recién graduado y que trabajaba en la empresa de su futuro suegro, el resto; dos
abogados, un cineasta en ciernes y un amante de la buena vida así como de las
tallas en madera, no tenían nada que hacer ahí. De hecho sus trabajos no
estaban claramente definidos y un día podían encargarse de la supervisión del
material necesario como otro transportar nitroglicerina por unas carreteras
fangosas, cuales personajes de El salario
del miedo. La cosa se había planteado desde el primer momento como una
travesura más, como cuando se iban de putas o se citaban con los del barrio de
enfrente para agarrarse a trompadas. La más famosa de sus “travesuras”, por
parte de Chicharito y Enrique, había sido participar en la destrucción de unos
arcos gloriosos que cada gobernador de México había erigido en el centro de la
ciudad para saludar el paso del presidente Miguel Alemán en su camino al
congreso el día del informe de gobierno. Los arcos habían sido una solución
ambigua que por una parte resaltaba el apoyo de los gobernadores al presidente sin
comprometerse en sus deseos de reelegirse. Aquella tarde y antes de que apareciera la
policía, destruyeron entre estudiantes y oficinistas recién salidos del
trabajo, tantos arcos que el recorrido del presidente tuvo que ser modificado. Solo
diversión. Así veían esta aventura al corazón de la selva chiapaneca, como
cuando acababan peleándose entre ellos, pero últimamente habían disminuido su
ánimo boxístico. De hecho, fue Neto el primero en rajarse, no por falta de
valor sino porque quedaba muy mal el llegar a su trabajo y ante el padre de su
novia con la cara llena de moretones. Cerillo y su hermano lo criticaron
abiertamente y buscaron picarle la cresta poniendo en duda su hombría, pero
Chicharito y Enrique, que también empezaban a desarrollar su vida profesional,
le dieron la razón al primero. Pero en el fondo había otro aliciente. Alejarse
de sus respectivas familias. Ya habían cumplido con lo que se les había
impuesto; estudiar una carrera que les permitiese ganarse la vida en lugar de
cursar los estudios de sus respectivas vocaciones. Enrique y Chicharito estaban
más interesados en la filosofía y la literatura, mientras que Cerillo había
cursado todos sus estudios en una academia militar por imposición de su padre,
un general de la revolución. En dicha escuela y dado su poco respeto por la
autoridad, Cerillo se la vivía encarcelado un fin de semana sí y otro también.
El fallecimiento prematuro de su padre lo liberó de tener que ingresar al
ejército. Para todos ellos, este viaje venía a ser una declaración de independencia
con respecto a sus progenitores que les habían impuesto el camino a seguir sin
derecho a réplica.
Su único
entretenimiento eran sus libros y el jugar alguna que otra partida de dominó.
Cuando alguno de ellos tenía que ir a la población más cercana por
avituallamientos el resto le hacían un listado de peticiones entre las que
destacaba por encima de todo el tabaco. Jorge era el único que no se ajustaba a
las necesidades generales y pedía cosas tan estrambóticas como lienzos y
pinturas, pero eso sólo se conseguía en la capital del Estado y los viajes a
aquella entidad eran menos frecuentes. Chicharito en alguna ocasión le cumplió
el capricho para ver cómo tras darle los materiales, Jorge vaciaba los botes de
pintura en el lienzo y luego empezaba a darle vueltas para impregnar toda la
tela de la pintura.
-Han
costado mucho dinero esas pinturas.
-Calla. Tú
no entiendes la profundidad que adquiere el cuadro con esta técnica.
-Lo que
sí entiendo es la profundidad del agujero que me ha provocado tu capricho en mi
bolsillo.
-Ya te
pagaré. Y ahora déjame que estoy creando
arte.
Por
supuesto que el interpelado sabía que nunca volvería a ver su dinero dada la
bien ganada fama de tacaño que tenía el futuro director de Cananea, pero
estaban tan bien pagados que no valía la pena hacerse mala sangre.
Curiosamente,
en su trato con los operarios fueron más influyentes ellos sobre la masa de
trabajadores y quizá la construcción de esa presa haya sido la única del mundo
en la que los trabajadores discutían, de vez en cuando, acerca de su libre
albedrio aunque aplicado este a cuestiones muy terrenales. Contrariamente a lo
que hubieran podido pensar originalmente, no había mucho entretenimiento en la
selva por lo que sus libros eran su recurso de evasión. Sí el paisaje era
imponente, pero como no se podían alejar mucho del campamento por temor a
encontrarse con una serpiente, cocodrilo u ocelote, su espacio de acción era
más bien reducido. Las carcajadas que
despertaban dichos libros, así como los debates acalorados entre Chicharito y
Enrique sobre metafísica, despertaron el interés de los trabajadores sobre ese
objeto en forma de ladrillo. Algunos se animaron humildemente a pedir prestados
ejemplares y poco a poco fueron transmitiendo la fiebre lectora al resto, de tal
forma que al final de la construcción la petición de libros a los
avitualladores competía con la de los tabacos. Para Enrique y Chicharito, que
ya antes de empezar el trabajo se veían como misioneros del siglo XVI aportando
la civilización a esas tierras inhóspitas, esta demanda de conocimiento era
todo un éxito.
Sin
embargo, no todo fue diversión en la construcción de la presa. De hecho, cada
semana había un muerto por la falta de seguridad en las obras. Por supuesto aquellas medidas de seguridad le
parecían absurdas al grupo de jóvenes universitarios que si bien no hacían las
labores, más peligrosas, no estaban exentos de algún mal como les intentaba hacer
ver el capataz cuando les exigía que se pusieran un casco. Ese mismo capataz
acabaría muriendo al caerle encima una roca de grandes dimensiones tras una
detonación. De nada le abría servido el casco. Amén de los animales y las detonaciones había
otro peligro mucho mayor; las bacterias. Se les había recomendado el uso de
ciertas pastillas efervescentes que, al disolverse en el agua mataba todo
bicho. Pero como también provocaba malestares estomacales, Chicharito decidió
dejar de tomarla. Cuando se enfermó el médico del campamento acertó
inmediatamente en el diagnóstico y el tratamiento a seguir, pero como éste era
recién egresado y su pelo alborotado daba mala impresión para la época, Rafael
decidió asegurarse y mandar a Chicharito a un médico de gran renombre en la
capital del Estado. Ese fue el mayor error que cometió en su vida. El nuevo galeno
despreció el criterio de su colega, creyendo que se trataba de otra enfermedad.
Cuando se dieron cuenta del error Chicharito ya no tenía salvación posible. Su
muerte acabó la expedición del grupo en la selva. Cerillo, que admiraba la gran
sapiencia de sus dos amigos –Enrique y Chicharito- pese a costarle
comprehensión de lo que hablaban, nunca perdonó a Rafael y siempre consideró
que le había quitado un amigo. Enrique, por su parte, vio en esta tragedia la
necesidad de madurar y decidió largarse a Francia a estudiar un doctorado para
luego volver a México y dar clases en la Universidad. Jorge, por su parte,
consiguió su primer trabajo de asistente de dirección por lo que regresó a la
capital. Solo Rafael permaneció en Malpaso hasta el final de la construcción.
Años más tarde volverían a reunirse el grupo, pero ya nada sería igual.
No comments:
Post a Comment