Le pusieron de
nombre Robespierre porque chingaba a todo el mundo. Al menos esa era la
explicación que daba mi padre cuando se le preguntaba al respecto, ya que era
él el que había bautizado al felino. No paraba de correr y saltar, como si
fuese un potro desbocado y a veces, sin aviso previo, trepaba por entre el
cuerpo de la persona que se encontrase más cercana hasta llegar al hombro e
instalarse sólidamente ahí. En esas ocasiones no había nada que hacer salvo
esperar a que el gato se hartase de posición tan incómoda y bajase por su
propio pie. No obstante el descenso le resultaba más complicado que la subida
por lo que había que facilitarle la cosa. Lo mejor era sentarse en la cama y
reclinar lentamente el cuerpo hacia atrás hasta que el minino viese cerca la
cama y se animara a saltar. Había sido recogido de la calle por mi hermano Enrique
cuando no era mayor que una pelota de tenis. Tenía un pelaje gris brillante y
ojos amarillos. Durante los primeros días todos los miembros de la familia
teníamos que tener mucho cuidado de donde nos sentábamos, especialmente si era
en una cama, ya que no era fácil distinguir a Robespierre de un simple bulto.
Cuando ya tenía un año, las precauciones permanecían. Sin embargo, ahora teníamos
miedo de sentarnos cerca de Robespierre porque este no dudaba en atacarnos con sus
uñas. Sin embargo, el felino también proporcionaba grandes momentos de
diversión cuando los miembros de la familia, especialmente mi padre conversaba
con él y lo amenazaba con la aparición del zorro que jala la cola.
-Van a venir el coyote y el zorro
para jalarte de la cola y de los bigotes decía en tono amenazante a
Robespierre.
Este, haciendo honor a su nombre
y lejos de arredrarse, replicaba en su
idioma a dichas amenazas y así ambos se podían pasar horas enteras. Incluso
algunas veces la realidad parecía querer ajustarse a la conversación como
cuando, en un partido de la selección un jugador de apellido coyote fue
derribado en el área. El padre intervino inmediatamente:
-Le jalaron la cola al coyote y
el árbitro marco ¡penalti!
Sin embargo,
la principal afición de Robespierre, además de tumbarse al sol, consistía en
saltar de una ventana a otra en una parte de la casa donde ambas ventanas, que
pertenecían respectivamente a la cocina y a la zotehuela, formaban un ángulo recto. No le importaba que
hubiese 4 pisos de caída entre ambas ventanas. Sin embargo un día, tras saltar,
se encontró con que la ventana de la cocina estaba cerrada y tras chocar contra
el cristal cayó al vacío para aterrizar en el capó de un coche. Gastó 6 de las
7 vidas, pero milagrosamente sobrevivió. Mi madre, preocupada por la salud del
minino decidió llevarlo al veterinario. Como diría el chapulín colorado, ella
no contó con la astucia del facultativo que le recetó a Robespierre un
desinflamante sin considerar que pudiera ser alérgico a la medicina. A las 2
horas murió. Nunca había tenido un gato tan loco y nunca lo he olvidado.
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