-No, no y no.
Usted no puede venir a esta oficina a tramitar el documento como si se tratase
del patio de su casa. Debe pedir una cita previa.
-Pero mi abogada
me dijo que…
-Su abogada
sabrá mucho de derecho, pero está claro que no tiene ni idea de los
procedimientos de hacienda aprobados por el mismísimo ministro. No obstante si
no me cree puede coger un papelito y esperar a que los de la ventanilla le
repitan lo mismo.
-Eso haré.
El guardia se retiró para seguir controlando la llegada de nuevos
contribuyentes a la oficina. Eran las 9 de la mañana y Gustavo había sido el
primero en entrar, pero durante la discusión con el guardia otras personas que
si tenían cita previa habían cogido su papelito, por lo que su madrugón había
sido en vano. La maquina le daba varias opciones y entre los trámites que,
según la máquina no requerían de cita previa, estaba la obtención de un primer
NIF. Al verlo, su fe en las palabras de su abogada se consolidó. El policía
debía estar harto de aquellos que se querían colar sin cita previa y a todo
debía decir que no sin conocer las excepciones. Sabía que perdería gran parte de la mañana
sacándole el número de NIF español a su
madre, documento imprescindible para el trámite de la herencia que le había
dejado su prima. Se sentó y esperó pacientemente leyendo una
novela de Coetzee cuyo título Desgracia
no le auguraban nada bueno. De cuando en
cuando levantaba la mirada para ver el oráculo en forma de plasma que anunciaba
al número. Elegido. Tenía que esforzarse por descifrar los números y letras
pues el lugar era bastante oscuro lo cual no impedía que corriera un molesto
viento cada vez que se abría la puerta que, a su vez era el único acceso de luz
del edificio. Hacía las 10 de la mañana 5 de las 10 personas que estaban antes
que él ya habían pasado. Finalmente al cuarto para las once ví como la pantalla
marcaba mi número . Ufano me levanté de mi butaca y me acerqué al puesto número
13. Ahí se encontraba un funcionario mayor de orejas grandes, mirada de brillo burlón
que se convertía en maligna cada vez que el personaje reía. Portaba gafas. Tenía
el pelo entrecano peinado hacia atrás y, por encima de todo, dominaba su faz
una horrible nariz aguileña de grandes proporciones.
-DNI – espetó el funcionario Montes Toro, según rezaba el cartel al
borde de la mesa, sin siquiera saludar.
-234567-Y
-Ud. no ha pedido cita –me recriminó tras teclear los números en su
ordenador.
-No me hace falta.
-¿Cómo que no le hace falta? ¿No sabe usted que todo ciudadano que
venga a estas dependencias debe pedir
cita previa? Podría entenderlo por su procedencia extranjera si llevase tan
solo un año aquí, pero su dni es de hace 20 años por lo que ya se podría haber
coscado de cómo van las cosas aquí.
-Mi abogada me dijo que no necesitaba cita previa. Su máquina
expendedora de números afirma lo mismo y, según estoy leyendo en este momento
en mi Smartphone, en la página web del ministerio, las personas que vienen por
su primer NIF no necesitan cita previa. Véalo si no me cree –dije acercándole
la pantalla de mi teléfono a la cara.
-Quíteme ese chisme de encima. Esa salvedad solo se aplica a los
menores de 14 años que viene por su primer documento de identidad.
-Pero mi madre nunca ha tenido dicho documento.
-¿Es española y nunca ha estado marcada en nuestras bases de datos? ¿Cómo
es posible?
-Lleva 60 años viviendo fuera.
-A ver explíqueme para que quiere el documento.
-Verá mi madre ha sido nombrada heredera de mi tía segunda y necesita
este número para poder pagar el impuesto
de sucesiones.
Según dijo las últimas palabras, los rasgos crispados del funcionario
se suavizaron y su voz transmitió, por
un momento, cierta calidez humana cuando dijo:
-Por supuesto.
¡Tiene ud toda la razón! Tenga la amabilidad de sentarse.
En menos de 2
minutos, Gustavo salió de la oficina con el documento que requería
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