Encendí un
cigarro mientras oía los pasos de Cristina alejarse. Lo había dejado años
atrás, pero qué coño, si iba a morir porque no disfrutar de la vida el tiempo
que me quedaba. Empecé a oír otros pasos, firmes y fuertes, sobre la crujiente
tarima. Me senté en la cama de espaldas a la puerta. Cuando ya estaban muy
cerca se detuvieron y sentí entonces el escalofrío de la pistola fría en mi
nuca.
-Aquí estás.
Acabas de follarte a la tía más rica y viciosa del mundo en todas las
posiciones durante los últimos dos días y ahora, siguiendo tus deseos por los
cuales pagaste por adelantado, te voy a matar. Por eso te encuentras ahora con
mi pistola en la nuca. Claro está que si has cambiado de opinión, no sigo
adelante, pero sólo te devuelvo la mitad del pago. Tú verás.
-Aguántame un rato.
-De acuerdo, estaré en la cocina.
¿Cómo he llegado a este punto? En qué
momento decidí contratar a un asesino a sueldo y una supermodelo para alegrar
mis últimos días. Pensar que unos meses atrás, pese a mis problemas, me sentía
el rey en China. No es que Shanghái sea una ciudad alegre, pero sí resulta una
de las más estimulantes. Me recuerda el DF en donde vivía a tope; me sentía
capaz de cualquier cosa. No como en estas pinches ciudades europeas en las que
pareciera que toda tu trayectoria está ya definida y nunca vas a poder aspirar
a nada; sobre todo si se trata de algo nuevo. Es cierto que los pinches olores
de la ciudad china no son los más agradables que digamos. Cualquier parte a la
que iba, durante la primera semana, me parecía percibir una mezcla de mierda y
comida. En mi departamento era peor aún la cosa. El suelo de los pasillos y de
las zonas de los ascensores variaban según el piso en el que te encontraras.
Una vez, por despiste, me fui al penúltimo piso y me encontré con un más que
decente suelo de loseta roja acompañado de unas plantas, a diferencia del de mi
piso que era de vil cemento y cuya decoración se reducía a los basureros
comunales. Por la parte del ascensor teníamos toda la mierda del edificio, sin
embargo, por la parte de las escaleras, estaba la mierda que generaban por si
solos mis queridísimos vecinos. No sé
qué era peor. La primera vez que llegué ahí pensé en lo caro que sale lo barato
como dice el refrán. Sin embargo, el departamento sí tenía todo lo que quería.
Tele y video, lavadora y maquina de secar, cocina y sobre todo una cinta de correr,
además de los muebles necesarios. Tuve que pasar todo el fin de semana
limpiándolo, pero al final no me resultó desagradable. Al principio intenté
darle un repaso cada fin de semana, pero cuando ya me quedaban quince días y me
faltaba una visita a Hong Kong de varios días, decidí dar rienda suelta al alien para que se volviera a apoderar
del lugar.
El viaje a la isla fue lo que más
disfruté de todo el viaje. En apariencia era como estar en un Londres tropical,
pero lo que me hacía sentir vivo era el simple hecho de poder comunicarme con
quien quisiera en inglés. No todos lo hablaban, claro está, pero sí lo
chapurreaban en el peor de los casos. De lo único que sí me arrepentí en ese
viaje fue de la visita al monasterio budista situado cerca del aeropuerto.
Tenía una reunión muy cerca de China continental y luego tendría que
desplazarme otra hora en transporte público para llegar a la estación donde se
tomaba el teleférico que, finalmente, me llevaría al templo. En el camino de
ida me puse a platicar con una muchacha que se encontraba a mis espaldas y,
puesto que había recuperado la posibilidad de comunicarme fluidamente con el
resto de la humanidad, quise hacer uso del habla. Apoyé mi espalda a la ventana
y me puse mis piernas encima del banco; solo los pies sobresalían. El pretexto
sobraba, pero como en un momento dado había una bifurcación en el camino, le
pregunté si había tomado el tren correcto. Ella me dijo que sí y aprovecho para
preguntarme que de donde era. Jugué a las adivinanzas un rato y, finalmente, le
dije que era mexicano. Podría haberle dicho que provenía de cualquier país
europeo, pero pensé que para una china sería más exótico decirle mi verdadero
lugar de proveniencia. Al mismo tiempo, pase mi brazo por encima del respaldo
del banco, le puse la mano en el hombro y le dije, en tono tranquilizador, que
no se preocupase porque no había estado en mi país desde hacía dos años. Eran
los días de la influenza y los chinos y los hongkonitas estaban histéricos con
el tema de la plaga apocalíptica. Se pensaban que todos actuarían igual que
ellos con la crisis aviar, escondiendo las cifras a los organismos sanitarios.
De hecho, estoy seguro que no me habrían dejado entrar si hubiese presentado mi
pasaporte mexicano en la aduana. Una noche, durante los primeros días en
Shanghái, me intoxiqué con una lata de atún en mal estado. Mi primera reacción
fue ir al médico y, de hecho estaba muy cerca, de un hospital en el que
hablaban inglés. Pero después de reflexionar un poquito cambié de opinión.
Acabarían pidiendo mis papeles y viendo que nací en chilangolandia, y eso
acompañado de la fiebre que tenía, sería motivo suficiente para aislarme una
semana. Cómo sabía la causa de mi enfermedad o al menos me latía que se trataba
de una gastroenteritis, decidí aguantarme toda la noche a ver qué pasaba. Poco
a poco fue cediendo la fiebre y, al día siguiente ya estaba bien, aunque
cansado. A la vuelta de Hong Kong, me hicieron pasar 3 controles. Uno con el
termómetro laser antes de subir en el avión. Otro al llegar a Shanghái en el
avión y nuevamente con el mismo termómetro. La peculiaridad de este segundo
control era que los que lo hacían iban preparados para una guerra
bacteriológica con todo y escafandra. Si un solo pasajero daba positivo, se
empleaba entonces el termómetro de mercurio tradicional. En caso de persistir
la fiebre del susodicho, todos los pasajeros eran debidamente puestos en
cuarentena. Pero, por si no fueran pocas estas medidas, todavía faltaba, al
llegar a la aduana, pasar por debajo del arco térmico. Como si en 5 minutos
fueran a mostrarse los síntomas de la enfermedad. Tras tranquilizar a la
muchacha iba a retirar mi mano de su hombro, pero ella la cogió con sus dos
manitas y me dijo que me iba a leer la mano.
Empezó con las
típicas frases de si había roto muchos corazones, que si estaba muy solo, que
me encontraba en una encrucijada de la que saldría adelante muy exitosamente,
que si conocería pronto a alguien especial. Al mismo tiempo que me iba diciendo
esto, apuntaba cada una de las líneas de mi mano oprimiéndolas, realizaba un
masaje sensorial que poco a poco, me fue provocando una erección. Pese a no
poder ver mi miembro por el banco que nos separaba ella sabía que me estaba
empalmando. Tenía esa risa traviesa que tanto me gusta en las mujeres o quizá
me estaba poniendo colorado como sucede cada vez que me pongo nervioso. Pero no
recuerdo sentir ningún calentón en la cara. No, ella sabía los resultados de su
masaje. Ni siquiera los placenteros foot
massaje habían resultado tan estimulantes. Finalmente acabó su terapia y me
pidió la otra mano, pero yo me hice el pendejo y seguí platicando como si no le
hubiera entendido.
-You know the best thing that has happened to me in this trip was…
-To meet me –dijo ella completando la
frase.
Soltamos una carcajada al mismo tiempo, pero
yo sabía que no era un chiste. Habíamos llegado a nuestra estación. Ella se
dirigía a su examen de admisión en la Universidad para cursar diseño gráfico y
yo tenía que subirme para reunirme con una importante empresa constructora
británica con la que quería hacer una alianza estratégica para mandarles
clientes del país. Podía haber mandado a la verga a los de MIKO o incluso, sin
desatender la chamba, quedar con ella para tomar algo después de su examen y
celebrar su ingreso en la Universidad. Y por supuesto, de ahí nos podríamos
haber ido a cenar para acabar en la cama de mi hotel follando salvajemente
frente a la bahía. Pero no, mi reciente divorcio me tenía jodido. Mis numerosas
ausencias por viajes de trabajo alrededor del mundo habían minado el cariño de
mi esposa hasta que conoció a otro y decidió divorciarse sin mediar terapia ni
nada. Acabé hartando a mis amigos contándoles siempre las mismas cuitas y antes
de mi viaje a China, procuraban darme la vuelta cuando les hablaba de quedar.
Estaba todavía en la fase de relamerme las heridas en lugar de la de divertirme
para olvidar y la dejé escapar. Todavía ella hizo un intentó preguntándome qué
era lo que realmente me gustaba hacer, a lo que le respondí pintar.
-Oh,
really, painting is a passion for me. It’s a real pleasure to meet you.
Intercambiamos
tarjetas, pero sabía desde ese mismo instante que nunca la volvería a ver. O al
menos no haría nada por reencontrarla. Así es. Como un boludo dejé que se me
escapara la trucha de entre las manos. Peor aún, simplemente no quise tirar el
anzuelo. Y en cambio, después de la reunión, sí cometí la cagada de ir, con
todo y el maletín del ordenador desde el
norte de Kowloon hasta Lantau para ver un buda hecho en los años ochentas. Por
supuesto pensaba que era un templo antiguo, pero naranjas de la china. Nunca
mejor dicho. Al final, después de subir los cientos de escalones, con traje y
corbata y cargando el portátil acabé tan cansado y decepcionado de mi propio
proceder que decidí volver al hotel sin siquiera visitar el interior del
templo. Me prometí que nunca más dejaría escapar a una tía de esa manera. De
hecho, ahí fue donde pasé a la segunda fase en el proceso de olvido de una ex
que debe sufrir un divorciado. Empecé a divertirme sin pensar en el antes y el
después sólo el momento presente.
Había otra
razón por la cual quería estar solo en la habitación y era para poder hablar,
como todos los días desde mi llegada, tranquilamente con mi hijo. Como vivíamos
cerca de la casa de mi suegra, ella recogía todos los días a Martín para
llevarlo a tomar la merienda y, posteriormente, devolverlo al colegio donde lo
recogía su madre en la tarde o, ocasionalmente, yo.
Por supuesto
que en innumerables ocasiones le habíamos dicho a la abuela que no hacía falta
que recogiera al enano, pero ella siempre respondía con la misma frase:
-A saber qué
porquerías les darán en el instituto. ¿Con quién va a estar mejor que con su
abuela?
Había perdido
a su marido no hacía mucho tiempo. En el fondo, su nieto era un consuelo; una
fase de transición que le ayudaba a superar la reciente pérdida. En la tarde su
madre, después de recogerlo, lo solía llevar al parque y ahí fue donde conoció
a Rubén, ya que él era quien solía pasar mayor cantidad de tiempo con su hijo.
Yo pasaba mucho tiempo viajando por mi trabajo y Rubén era divorciado. Una cosa
llevó a la otra; el roce generó el cariño y finalmente, Alejandra procedió a
notificarme mi orden de desahucio. En realidad, él sólo vino a ser una especie
de catalizador de nuestra ruptura. Nos habíamos instalado en la rutina y si
bien siempre se guardaron las formas entre ambos, ya no había nada.
Las formas
siempre fueron la obsesión de mi esposa. No había que alzar la voz, no se podía
comer si la mesa no estaba debidamente puesta con tendedores, copas y cucharas
por más que lo que se fuera a tomar fuera una pizza. No se podía expresar
ningún signo de pasión, ni siquiera un beso en público. Era una vida de
plástico, como diría Rubén Blades. Aparentemente todo nos iba bien. Ambos
teníamos trabajos muy bien remunerados, vivíamos a todo tren y, por si fuera
poco, la vida nos había bendecido con un hijo precioso; más bueno que el pan,
una sirvienta de planta etc... Pero esa apariencia de oropeles escondía un
ambiente maniqueo en el que costaba respirar. Lo peor no era siquiera mi
relación conyugal porque, a pesar de todo, siempre nos quisimos. Otra cosa es
que no supiésemos avivar o encauzar nuestra relación y que dejásemos que se
fuera apagando poco a poco. Lo peor era el ambiente en el que nos movíamos,
sobre todo para mí. Siempre estaban ahí esos hijos de puta haciéndome ver que
no pertenecía a su casta divina. El hecho de que procediera de la una clase
media acomodada y que, cuando me casé ya tenía un alto cargo con una buena
remuneración no bastaba. Parecía que me hubiese colado en una corte
aristocrática. Como si todos ellos fueran mejores que yo por ser ricos. Además,
todos sabemos de dónde proceden algunas de esas inmensas fortunas. Tráfico de
armas, negocios de diamantes con los sudafricanos en los años del apartheid y,
de hecho, no me extrañaría que alguno estuviese metido en drogas. Como decía,
mis meritos no bastaron. Ni siquiera guardaron el recato en la boda y entre
ellos comentaban que yo había dado un braguetazo. Me recordaban a los ricos de
México que, como decía un amigo, se sentían orgullosos de pertenecer a una
“aristocracia pulquera”, como él la llamaba. Tarde o temprano uno de los dos
habría tomado la decisión. En cierta forma fue un alivio el divorcio. Ya no
tuve que volver a ver a ninguno de esos hijos de puta.
Algunas veces,
ante ciertas insinuaciones me daban ganas de repetir lo que había hecho la
noche de mi primera gran borrachera; la primera vez que perdí el sentido.
Darles una gran patada en los huevos así como había destruido ese escaparate
del centro. Resulta curioso que haya acabado levantando escaparates cuando
antes los rompía. Supongo que eso es lo que llaman karma. Acabábamos de empezar
en la carrera y nos reunimos para celebrar el cumpleaños de uno de nuestros
compañeros.
El caso es que
empezamos pisteando unas cervezas inocentemente, hasta que vimos a Xochitl
entrándole solita a una botella de tequila. Nuestro orgullo de machos bebedores
estaba tocado, por lo que tuvimos que subir el listón y nos pasamos al ron,
mientras Xochitl ya llevaba a, su ritmo lento pero seguro, media botella de
sauza blanco. Empezamos con las cubas y cuando la cosa empezó a desvariar
cambiamos a unos mojitos hecho sin azúcar y con cilantro a modo de adorno. Para
esas alturas, ella ya casi se había acabado la botella. Finalmente, decidimos
que si no podíamos vencerla lo mejor era pasarse a su lado. Abrimos otro
tequila, pero no sé quién fue el pendejo que todavía quiso retarla una vez más
a un concurso de hidalgos. Y eso sí ya fue el acabose.
Después de
tres rondas salvajes en el que, en el espacio de servir la bebida, tan sólo
repetíamos como idiotas: “De hidalgo, de hidalgo”, no sé por qué me dio por
gritar que nosotros éramos los neo goliardos; comentario que cayó en gracia y
fue repetido varias veces. De lo demás, no me acuerdo, sólo sé que desperté a
las 4 de la mañana en un coche rodeado de extraños, que me habían quitado mi
dinero –ellos decían que se los había dado para ir de putas, igual da-. En un
principio la idea me animó, pero al ver las técnicas de acercamiento de mis
compañeros, me convencí de que esa noche no conseguiríamos nada:
-Hola guapa,
¿quieres venir con nosotros?
- Cuanto
traes.
-Esto –decía
mostrando el dinero.
-Va. ¿Quién va
a ser el afortunado?
-Venimos con
el equipo completo.
Al ver que
éramos cuatro las putas se alejaban con toda la razón del mundo. Fue en ese
momento que tuve una iluminación y me di cuenta que lo mejor sería que me
largara. Les agradecí mucho que me recogieran de la calle. Ellos me ofrecieron
darme parte de lo que ya les había dado para poder tomar un taxi, pero
solidariamente con la causa, dejé que se lo quedaran todo.
Cuando me vio
bajar del coche, la prostituta se me acercó y me dijo:
-Si quieres a
ti te hago un descuento especial, papacito.
-Lo siento,
pero no tengo nada.
-¡Qué pena!
Me subí en el
taxi sabiendo que al llegar a casa me iba caer un buen regaño. A fin de cuentas
tenía que pedirles a mis padres dinero para pagar el taxi y verían lo ebrio que
estaba. Días después, me encontré con mi compadre que estaba bastante enojado
conmigo.
-No mames
güey, te pasas de verga.
- ¿Por?
- ¿No te
acuerdas de cómo te chingaste la vitrina de la farmacia?
Ante mi cara
de asombro insistió:
-¿Y del poli
que nos atrapó y al que le tuve que dar una mordida?
- Ni madres.
-Tuvimos
suerte, porque la dueña del establecimiento le caía mal, sino habríamos acabado
en la comisaría.
-Y del resto,
¿qué pasó?
-Cuando nos
fuimos Jacinto y hermano se estaban agarrando a golpes, también por tu culpa.
Bueno. Es un decir. Cuando acabaron de beber sus hidalgos, te tropezaste y
manchaste al abuelo de Jacinto con lo que quedaba en tu copa. No sé porqué su
hermano se empezó a rayar con lo de que le habías faltado al respeto al viejo y
tanto chingó que, cuando creí que Jacinto te iba a partir la madre, se empezó a
agarrar de guamazos con Federico. Fue entonces cuando Xochitl dijo “quién me
mandaría venir a fiestas de chavitos que no saben beber”. Después nos bajamos a
la calle y cada quien tomó su rumbo. Parecía que ya te habías calmado cuando no
sé qué locura te entró y empezaste a farfullar no sé qué imprecaciones
diabólicas dijiste en contra del “capitalismo asesino” y algo de que si
valuaban en más las patentes que la vida, para, después de eso, arrancarte a
correr contra la vitrina y, cuando ya estabas a medio metro de distancia le
soltaste un patadón al cristal y con tan buena puntería, que se vino abajo gran
parte de él y no te hiciste daño. Luego echamos a correr hasta que te
tropezaste y nos atrapó el policía. Le querías pegar, pero me interpuse y me
llevé el putazo.
-Pus quien te
manda.
- Si no llega
a ser por mí habríamos acabado en la comisaría –respondió con una mirada de
pistola. Y encima yo puse el dinero de la mordida. En fin, si quieres
regodearte en tu obra aquí tienes este periódico de barrio en el que aparece el
escaparate de la farmacia.
Ahí estaba la
foto bajo el titular : “Unos jóvenes drogadictos intentan asaltar la farmacia”.
Más adelante se especificaba cómo la rápida intervención del agente Facundo
Quiroga había impedido el asalto y cómo los jóvenes habían huido con un coche
en marcha para la ocasión. A mi compadre lo acabé invitando a comer a un buen
restaurante para que se le pasara el enojo Lo que nunca supe de aquella noche,
es porque luego me quedé varado en el metro Tacuba que fue donde me recogieron
mis improvisados amigos juerguistas del coche en el que me desperté a las 4 de
la mañana
Esa noche, no
pude llamarle a Martín. Iba pasando uno de los tantos puentes cubiertos hechos
con el fin de evitar las tormentas tropicales y que sirven para atravesar
avenidas enteras sin mojarse. Al principio, me parecieron unas construcciones
burdas que afeaban el paisaje, pero cuando sentí en mis huesos el primer
chubasco tropical –tan frecuentes en esa zona-, me di cuenta de su utilidad y
pase a alabarlo. Se trata de ingenioso entramado de puentes, a tres metros de
altura, que comunican a los edificios entre sí. De esta forma al llegar al
final de la calle, se entra en el edificio correspondiente, se atraviesa, y se
sale por el otro extremo a otro puente.
Aquella
tarde-noche no llovía, pero ya le había cogido el gusto a andar por entre los
puentes. Casualmente, a esas horas había poca gente en él. Ya estaba cerca de
Gloucester Road; la calle donde se encontraba mi hotel. De pronto sentí el
empujón de un joven que me rebasaba.
-Don’t push
-le grité.
El, lejos de
inmutarse, avanzó unos metros, se acercó al borde de la barandilla y echó unas
bolsas de plástico. Luego, se volteó hacía mí me dijo:
-¡Son of a
bitch!
Para completar
nuestra conversación y pasando al idioma de los gestos, el joven me mostró el
dedo corazón en posición vertical. En otra época, me hubiera partido la madre
con ese güey, pero los gritos que llegaban desde abajo me llamaron la atención
y cometí la pendejada de acercarme a la barandilla. Lo primero que vi fue una
niebla blanca que emanaba de la calle y toda la gente cercana a la niebla
corría gritando. Cuando puse más atención, me di cuenta de que los transeúntes estaban
quemados. Deduje que se trataba de uno más de los ataques con ácido que se
venían efectuando al cabo del año, según me habían mencionado en la delegación
comercial. En el mientras, el puente se había quedado vacío. Lo que no sé es
cómo a los hongkonitas que me vieron asomado, se les ocurrió la idea de que yo
era el agresor y la cosa se hubiera puesto muy fea –algunos exaltados ya se
acercaban hacia mí para impartirme la justicia popular-, cuando afortunadamente
llegó la policía para arrestarme como sospechoso de la agresión. Sabía que de
nada iban a servir explicaciones ante esa masa enfurecida y por otra parte no
tenía ningún miedo, ya que los anteriores ataques se habían producido en fechas
anteriores a mi llegada lo cual probaría sobradamente mi inocencia. Así fue.
Nada más llegar a comisaría, me liberaron las manos y cuando vieron los datos
de mi pasaporte se convencieron de que no tenía nada que ver. Sin embargo, el
taimado capitán intuyó que podría serle de utilidad. A fin de cuentas, según mi
propio testimonio, había visto al agresor. Quería salir lo más rápido de ahí
por lo que me enrollé un poco. Sin embargo, como a mí todos los orientales me
parecen iguales, como de hecho le ocurre a la mayor parte de los occidentales,
no pude reconocer al agresor entre las cientos de fotos que tuve que consultar.
Al final hicieron un retrato basándose en la pobre descripción que les
proporcioné donde la única seña llamativa era una gorra de los yankees de nueva york. Lo malo es que
para cuando me liberaron, ya eran las 2 de la madrugada y ya no conseguiría
hablar con Martín. Lo que es peor ya no volvería a hablar con él hasta mi
vuelta a Madrid porque su madre se lo llevaba unos días a la sierra
aprovechando el puente y ahí no había comunicación alguna. De todas formas, sí
hablé con mi suegra para contarle lo que me había pasado y que no se
preocupara. En el fondo siempre supe que me quería y nuestro divorcio no alteró
en nada ese sentimiento.
-Ya le diré a
Martín que tuviste una reunión y por eso no pudiste llamarle. De todas formas,
y esto que quede entre nosotros, te van a recoger el próximo miércoles en el
aeropuerto. Es una sorpresa que te están preparando mi hija y Martín.
-No sé
preocupe, doña Leonor, yo simularé la sorpresa.
Después de
este hecho decidí ya no volver a China o Hong Kong en mi vida. Así se lo haría
saber a mis socios. Que se buscaran a otro. Semanas atrás, en Shanghai, ya
había presenciado un asesinato estúpido, como podría haber ocurrido en
cualquier país latinoamericano, salvo por el desproporcionado número de
peleadores. Ocurrió a la entrada de mi casa. De hecho pude verlo todo desde mi
ventana como si estuviese en el primer anfiteatro de un coso.
Un coche iba a
entrar en el estacionamiento de la urbanización sin fijarse, al invadir el
carril bici-bus, que estaba pasando frente a él un motorista. El caso es que le
rozó con su coche y casi lo tira. El otro estacionó su moto y fue a reclamarle.
En el mientras se empezó a formar un conglomerado de gente. Yo pensé que la
cosa no iba a pasar de unos cuantos insultos, pero de repente, en pleno
alegato, el motorista le dio un codazo a la ventana trasera, provocando así la
furia no sólo del conductor sino de todos los curiosos que lo tumbaron al suelo
y patearon durante un buen rato. Cuando
llegó la policía, la gente se dispersó, pero el daño ya estaba hecho. Al día
siguiente me enteré en el Shanghai Daily,
el órgano gubernamental, que el susodicho había fallecido dejando una esposa y
dos hijos.
-Es normal,
nunca debió golpear el coche –me dijo por toda explicación el traductor cuando
le comenté el caso.
-Te parece
normal que por un cristal roto lo hayan matado.
-No, por
supuesto que no. Sin embargo, ten en cuenta que para nosotros el coche es
todavía un juguete bastante novedoso. Si tú te fijas, nadie corre en las calles
porque no quieren que se le haga daño a su coche. Otra cosa es que se conduzca
caóticamente. En este caso, atentó a una de las propiedades que más cuesta
conseguir. Si se hubiera limitado a golpearse con el dueño nadie habría
intervenido, pero se pasó de la raya.
No quise
continuar con la discusión y él se dio cuenta.
-Quizá te
parezca exagerado, pero en este caso por lo menos hubo un motivo. No como
cuando me asaltaron en argentina, pistola en mano, y a punto estuvieron de matarme
porque no traía casi plata. Menos mal que me acababan de dar una tarjeta de
crédito en la empresa para la que trabajaba y así pude contentarlos. Aún así,
dispararon al lado de mi cabeza porque creyeron que me estaba haciendo el lento
en sacar el dinero.
- Y ¿no era
así?
- No, lo que
pasa es que era la primera vez que la usaba y me costó recordar el código
secreto con los nervios.
-En todo caso,
que tus asaltantes fueran unas bestias no implica que los de ayer tampoco lo
sean -concluí.
Mi trabajo en
Hong Kong finalmente terminó y volví el lunes a Shanghái para hacer mis maletas
y regresar vía Helsinki a Madrid. Antes me di el lujo de pasar por el Magpie a
que me hicieran un último masaje de cuerpo entero y pies. Es completamente
diferente al masaje occidental. Al principio es muy cañero, pero una vez que se
le coge el gusto se vuelve un vicio. Una amiga masajista me explicó que los
movimientos eran totalmente diferentes.
-Cuando
nosotros vamos de abajo hacia arriba ellos bajan y así sucesivamente.
Estando ahí se
me ocurrió la idea de que, me podía dar un último homenaje antes de irme. Ya un
amigo de la familia me había hablado de los masajes personalizados que acaban
ya sea en masturbación o coito según lo que se pagara. Se suelen conseguir con
bastante facilidad. De hecho, aun conservaba la tarjeta que me habían “dado”
cerca del International Exhibition Center. Conforme se iba acercando el coche a
la feria vi que unos niños se aproximaban a la ventanilla. Creí que me iban a
pedir dinero, por lo que empecé a cerrar la ventanilla, pero no fui lo
suficientemente rápido en subir la manivela. Cuando creía que extenderían sus
bracitos para pedir, una lluvia de tarjetas con fotos de mujeres desnudas bañó
mi cara.
Elegí la más
apetecible y pasé mi última noche en Shanghai con ella. Al día siguiente, me
presenté agotado en el aeropuerto con mis 2 maletas y mi laptop, pero no me
presenté inmediatamente en la cola de facturación. Esto fue debido a que las
aerolíneas de los países nórdicos, en su afán por hacerle placentero el viaje
al cliente prácticamente le prohíben llevar un equipaje de mano en condiciones.
Tan sólo se pueden subir a la cabina bultos “ornamentales”. Le di a un amigo,
que tuvo la gentileza de acompañarme, una bolsa llena de catálogos feriales que
introduje nuevamente en el equipaje de mano una vez que la azafata hubiera dado
el visto bueno a lo que llevaba. Obviamente lo hice en la cafetería en la que
él me esperaba, no en frente de la aeromoza.
El vuelo a
Finlandia fue lo de lo más tranquilo. En él pude ver la más surrealista de
todas las películas de James Bond, en la que el famoso espía sale al recate, ni
más ni menos, que de Evo Morales al cual los gringos y una perversa
organización clandestina pretenden derrocar mediante un golpe de estado. Y todo
para hacerse con unas reservas de agua con las que pretenden controlar el pulso
del país. Como se trataba de una película, James Bond conseguía finalmente
salvar al líder boliviano y matar a los villanos militares golpistas. El caso
es que la película tuvo la virtud de ponerme de buen humor y, recordando los
momentos placenteros vividos horas antes, decidí ponerle cerco a la rubia
platino que tenía a mi lado. Ese día todo me estaba saliendo rodado. Ingi no
solo correspondió a mis requerimientos sino que también iba a Madrid por lo que
tendríamos varias horas por delante para divertirnos. A la media hora de estar
platicando ya nos habíamos empezado a morrear y a la hora, la azafata nos dijo
en inglés que hiciéramos el favor de mantener el recato porque ya algunos
pasajeros mojigatos, seguramente gringos, ya les habían transmitido su
malestar.
Nomás llegar a
Helsinki tuvimos que pasar dos controles de seguridad. Si los chinos estaban
histéricos con la gripe A, los europeos no se quedaban atrás con todo lo
referente a la seguridad de Estado. Pero a pesar de todo pudimos colarnos en un
baño de mujeres y ahí nos quedamos follando durante una hora para luego salir
corriendo por los pasillos hacia nuestra sala de espera. Con las prisas ya no
pude llamar a Madrid ni comprarle nada a Martin. Ni modo, se tendría que
conformar con el juego de Mahjong que le había comprado en el mercado de la
copia, en un establecimiento que se encontraba al lado de un cartel gigante en
el que se decía que la piratería estaba prohibida. El cartel había sido escrito
en chino y en inglés.
En esta
ocasión tuvimos la suerte de que el vuelo estaba casi vació por lo que pudimos
instalarnos hasta atrás y continuar con las calentoñas. Por un momento se nos
pasó la idea de meternos en el baño y continuar con lo que habíamos empezado en
Helsinki, pero a esas alturas del partido yo ya estaba molido y argumenté los
potenciales problemas a los que nos exponíamos en caso de que nos descubriesen.
Antes de
llegar empecé a platicar un poco más y aproveché la ocasión para comentarle que
en el aeropuerto me estarían esperando mi ex esposa e hijo por lo que, aunque
tenía derecho a hacer lo que me viniera en gana en mi vida privada -más aún
teniendo en cuenta que yo era el abandonado-, lo mejor sería separarnos ahí y
quedar en el fin de semana para que yo le mostrase los encantos de Madrid y
ella me mostrase, como intercambio cultural, los suyos que apenas había
vislumbrado.
Como la maleta
de Ingi salió primero, ella se despidió con un beso y se dirigió a la salida.
Un cuarto de hora después llegaba la mía. Al cruzar las puertas, vi a esa
conglomeración permanente de gente que se agolpa a la espera del ser querido,
pero no distinguí a los míos. Pensé que sería más fácil que ellos me vieran ya
que, estuviesen donde estuviesen, estarían viendo a la puerta mecánica, por lo
que decidí avanzar unos pasos hacia la salida, esperando a cada momento que
Martin surgiera de la nada y me diese un fuerte abrazo.
-Martín -me
dijo entonces una voz familiar.
Me volteé y vi
a mi cuñado Rafael.
-¿Y tú, que
estás haciendo aquí? ¿Te vas de viaje?
-No, vine a
por ti.
-Pero sí me
había dicho tu madre que Elena vendría a recogerme con mi hijo.
En ese
momento, Rafael se tapó la cara y empezó a llorar.
-Ella tuvo un
accidente en la carretera viniendo hacia acá con Martín. Ambos están muertos.
Lo siento.
En un primer
instante sentí como si estuviera soñando. Había oído perfectamente las palabras
de Rafael, pero no alcanzaba a visualizar el significado. No lo quería comprender.
De pronto, se vino a mi cabeza la imagen de Martín. Ya no habría abrazo de
reencuentro, ya no habría fines de semana ni vacaciones juntos. Ya no
habría…Fue entonces cuando lo comprendí. Lancé un alarido salvaje como si me
estuvieran soltando descargas eléctricas en los testículos. En ese momento algo
se rompió en mi interior. Cogí mi laptop, lo alcé por encima de mi cuerpo y lo
arrojé con todas mis fuerzas sobre el muro de cristal de la terminal
rasgándolo. No conforme me dirigí a uno de los cajeros automáticos y estrellé
con todas mis fuerzas mi puño sobre la pantalla para, posteriormente, jalarlo
hacia mí y tirarlo al suelo. En ese momento mi cuñado me rodeo con los brazos
pidiéndome que parara, pero yo le di un pisotón y luego un codazo en la cara. Un
guardia se acercó porra en mano, pero antes de que pudiera golpearme yo le metí
un cabezazo en la nariz que empezó a regar sangre a todas partes. Toda mi cara
quedó manchada. Se cayó al suelo. Yo iba patearlo sin contemplación cuando otro
guardia me dio un chispazo que me dejó tieso. Al cabo de un par de horas me
desperté adolorido en la casa de mis suegros que habían movido sus influencias
para que no me metieran a la cárcel y pudiera estar en el velorio. Me dejaron
lavarme y me prestaron un traje. Cuando estuve listo a las once de la noche, me
fui al tanatorio para pasar ahí la noche.
Aquella noche
y los siguientes días me comporté como un autómata. Era como si no estuviera en
mi propio cuerpo. Recibía los abrazos y los besos de mis amigos y familiares, pero
no sentía nada cuando me rodeaban el cuerpo. Oía las palabras, pero no
escuchaba las frases. En los peores momentos de nuestra separación había odiado
con todo a Elena y claro, en mi interior, le había deseado la muerte. Ella me
había traicionado pensaba en esas ocasiones. Era una puta asquerosa me decía
para reforzar mi odio. Cualquier ofensa mínima, la magnificaba porque siempre
quería estar cabreado con ella y no me podía permitir tener recuerdos dulces de
los tiempos felices. Sin embargo, ante su cadáver desnudo sólo podía llorar. En
realidad, todo ese supuesto odio no era más que una forma de enmascarar mi
dolor. Nunca la había dejado de amar. Ni siquiera cuando ella me había
confesado que se tiraba al portero del edificio de en frente.
Y qué decir de
Martín. Espero que atrapen a los hijos de puta del ácido y se los fusilen como
hicieron los chinos a los pendejos que quemaron un edificio de 700 millones de
euros en Beijing por andar echando cohetes desde el edificio de al lado y que
causó la muerte de un bombero. Aunque dudo que se carguen a los de las bolsitas
de acido. Estos pendejos de los hongkonitas tienen un sistema más parecido al
británico que a la expeditiva forma de justicia china. Por culpa de los del
ácido ya no pude hablar con mi Martin una última vez. Al perder a un hijo, un
padre se convierte en un Prometeo encadenado. Todos los días el buitre del
recuerdo introduce su asqueroso pico para arrancarle un trozo del corazón.
Durante el
velatorio, me acerqué un momento a Rafael para pedirle disculpas, pero el
pendejo se hizo el ofendidote y no quiso hablar conmigo a solas. ¡Que se joda!
No haberse metido de pacificador. Durante un mes estuve viviendo como un zombi.
Me levantaba a las 11, desayunaba, jugaba un rato en el ordenador veía otro
rato la tele y después de comer me iba a la cama a dormir una larga siesta.
Para inducirme el sueño acompañaba mi comida con un par de copazos. En otras
ocasiones hacía un porro, pero no me gustaba mucho este remedio porque, en
muchas ocasiones, me hacía reflexionar en cualquier cosa sin aportarme el
reposo. Decidí no volver a mi trabajo, pero no les dije nada. Explotaría todo
lo posible el dolor. Tampoco pensaba estafarlos. Visualizaba claramente que me
acabaría suicidando.
Mis únicas
salidas fuera de casa eran para surtirme de alimentos. En una de ellas, cuando
estaba haciendo cola para comprar el pescado, sentí como tocaban mi espalda y
cuando me volteé me encontré con la cara de Ingi.
-¿Por qué no
me llamaste? Podíamos haber seguido divirtiéndonos.
La miré a la
cara y volví a recordar con más intensidad. Ella representaba el paraíso
perdido; el último momento de felicidad del que había gozado en esta vida. No
pude hablar. Empecé a llorar y abandoné mi carrito y la cola de la pescadería
para salir a grandes pasos del supermercado. Tras un momento de desconcierto
ella me siguió y consiguió alcanzarme justo antes de que cerrara el portal de
mi casa. No quise luchar contra ella. La hice pasar a mi casa y le conté todo
lo que había ocurrido desde el momento en que nos separáramos en el aeropuerto.
Cuando acabé mi relato, empezó a abrazarme y besarme. Ahora era ella la que se
había quedado sin palabras. Fue entonces cuando ocurrió el milagro. Empecé a
sentir una sensación antigua y placentera que añoraba. A mayores besos y
abrazos más excitado me encontraba. Finalmente, la levanté entre mis brazos y
la llevé a mi cama donde pasamos la noche juntos. Después de hacer el amor pude
dormir plácidamente como no lo había hecho en esos 32 días. Por un rato, había
olvidado el dolor.
Los siguientes
días seguimos juntos. De hecho, no sé porque Ingi se propuso ayudarme si no me
conocía de nada, a fin de cuentas. Supongo que ella es una muestra viva de que
los ángeles existen. Pero a pesar de todo el dolor continuaba. El sexo sólo era
un analgésico temporal y pa’ colmo de males, llegó el día en que mi dulce amiga
tuvo que dejarme. Ella me ofreció que la acompañase a su gélido país, pero
argumenté que tenía que volver al trabajo. Creo que no logré engañarla, ya que
insistió. Me dijo que si era por dinero, ella me podía ayudar, que seguro con
mi conocimiento del mundo y de los idiomas conseguiría una chamba allá y,
finalmente, con lágrimas en la cara, me dijo que me quería volver a ver. Le
prometí que a la mínima oportunidad cogería un avión a Reikiavik y la iría a
visitar.
Aquí tengo
ahora su dirección en la mano y si me lo propongo puedo salir mañana hacia allá
mañana mismo. Durante el mes que ha pasado desde su marcha, he vuelto a caer en
la somnolencia. Creí que habría mejorado un poco, pero el dolor volvió con la
misma intensidad. No aguanto estar sólo. Fue entonces cuando me decidí a llamar
a la organización que contratamos para los casos de impagos severos. La verdad
es que, hasta ahora, sólo en dos ocasiones he recurrido a sus servicios y
siempre han sido discretos. Ellos me conectaron con Gustavo y él se ocupó de
encontrar a Cristina para pasar estos dos últimos días. Ella sola valía los
5000 euros. Ahora me toca pagar. Lo que no sé es si pagar todo el servicio o
aprovechar la oferta e irme con el resto a Islandia.
-Gustavo.
-¿Sí?
–respondió el asesino a sueldo desde la cocina.
-Ven. Quiero
hablar contigo.
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