He empezado a
ver un documental llamado El juicio acerca
de las temibles purgas estalinistas. Nada más empezar el fiscal lee la
acusación a un grupo de científicos, acusados de sabotaje. Se les pregunta a
estos y todos confiesan su culpabilidad. Por si fuera poco, los reos deben
elegir entre tener un abogado que los defienda o hacer una declaración final
dando su versión de los hechos. Mientras tanto, en la calle, las masas bien
adoctrinadas rugen en contra de los acusados exigiendo su ejecución. Todos los
presentes en el juicio actúan conforme a lo que se espera de ellos. Ni más ni
menos. En ese sentido, lo mismo ocurre aquí en el Congreso de los Diputados,
pese a que vivimos en una democracia con nuestras libertades individuales
garantizadas. Nuestros representantes son incapaces de no hacer el papelito que
se espera de ellos. Y si ya resultaba penoso el espectáculo en tiempos
anteriores al coronavirus, en estos
momentos en que ya ni siquiera tienen las formaciones a sus correligionarios en
el recinto para aplaudirles e increpar a sus adversarios, el enfrentamiento
resulta patético. Son la copia de la copia de la copia del mismo numerito que
vemos desde hace décadas y cada vez con peores actores. Ni siquiera en un
momento tan grave para el país son capaces de dejar de ser políticos y hacerse
sus putaditas en busca de la foto del momento.
No han sido ni
siquiera capaces de renunciar a sus opulentos salarios cuando millones de españoles se encuentran en
la mayor de las incertidumbres con respecto a su futuro inmediato. Eso sí,
luego se extrañan de que en las encuestas la clase política aparezca como uno
de los mayores problemas del país y que los ciudadanos los vean como unos
inútiles privilegiados que no se merecen el sueldo que ganan.
Vine a este país en el 96. En aquel entonces,
estaba acostumbrado a la dictadura perfecta del PRI-Gobierno y todos sus vicios
antidemocráticos y sus corruptelas. Además, el país que dejaba atrás se
encontraba inmerso en una de sus peores crisis –cortesía del pelón Salinas de
Gortari-, donde la gente, desesperada por haberlo perdido todo, se tiraba en el
metro. Los bancos fueron rescatados por el gobierno a través del FOBAPROA (Fondo Bancario
de Protección al Ahorro). A día de hoy, más de la mitad de ese rescate
millonario no ha sido devuelto y la deuda le fue endosada a los ciudadanos.
Llegué a este
país democrático y perteneciente a la Unión Europea, pensando que nunca
volvería a vivir situaciones similares a las de México. Sin embargo, no solo he
tenido que presenciar dos crisis (la primera conllevó también suicidios), sino
que he visto como la corrupción se hacía cada vez más grande entre todos los
políticos independientemente de su partido. He presenciado el rescate de bancos
que nunca han devuelto el total del dinero al tiempo que se nos endosaba la
deuda y, al igual que el resto del planeta, he visto la decadencia de la clase
política mundial con el surgimiento de los populismos que, al igual que la
corrupción, no conoce de ideologías. El problema además, es que los partidos
tradicionales se han dejado seducir por estos políticos para convertirse en
imitadores cutres. Y claro a la hora de elegir es más fácil que gane el maestro
al alumno. Michel Houellebecq decía que el mundo sería igual después del
coronavirus. Desde mi experiencia vital, me atrevo a vaticinar que no sólo va a
ser mucho peor, sino que nuestras libertades individuales se verán recortadas,
así como nuestro nivel de vida. Ojalá me equivoque.
P.D. Ya recuperé la verticalidad. Eso sí me sigue doliendo en mis desplazamientos, pero poco a poco voy mejorando.
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