Foto de Fauxels
Escribo este
artículo a pocas horas de que entre en vigor la fase 1 en Madrid. Después de varias
semanas encerrados en nuestras casas, en
los que solo podíamos ir a comprar lo necesario ya pudimos pasear o hacer
ejercicio una hora al día. Mañana podremos reencontrarnos con nuestros amigos y
familiares. Incluso, los más afortunados podrán irse a sus segundas residencias
si estas pertenecen a la misma provincia.
Eso sí lo que
no se podrá hacer es abrazar y besar a nuestros seres queridos y,
probablemente, esas efusividades desaparecerán de nuestras costumbres hasta que
no haya una vacuna o desaparezca el virus. En cualquier caso, el poder
conversar cara a cara, ver cómo están ya será toda una alegría, especialmente
para mi esposa que los echa mucho de menos pese a hablar todos los días con
ellos. La verdad es que a mí también me dará gusto volver a mis suegros,
cuñados y sobrinos, pues en esta lotería de las familias políticas he tenido toda
la fortuna que se me niega todas las semanas en el euromillón. Desde aquel
primer día en que comí con ellos, me acogieron como uno más de la familia y
siempre me han ayudado en mis proyectos personales y profesionales. Vaya hacía
allá esta flor.
Dejando a un
lado esta digresión emotivo-familiar, a partir de mañana los madrileños
podremos visitar uno de nuestros templos de devoción favoritos; las terrazas.
No es de extrañar que Benito Pérez Galdós le haya dedicado a los cafés y sus
tertulianos en Fortunata y Jacinta.
En torno a una mesa con tapas y con una copa en la mano, un grupo de madrileños
arreglan vidas ajenas, debaten el acontecer
nacional y realizan toda clase de
predicciones acerca de otra de sus pasiones; el fútbol. Cualquiera que quería,
antes del coronavirus, conocer la idiosincrasia
del madrileño tenía que apretujarse en torno a una mesa y arrancar la jornada
con una cerveza y una de las mil tapas
que se pueden encontrar en estos sitios. Mi favorita, los boquerones en
vinagre. En mi caso añoro esas comidas de viernes al mediodía con Armando, Jesús, Wences y tantos otros que se prologaban
en un famoso bar que se encuentra en frente del retiro. Sin embargo, así como
ocurre con los abrazos y besos, ya no podremos respirar ese ambiente tan
castizo y tan apretado, quizá nunca, pero el hecho de poder volver a sentarnos con
un amigo en una mesa en plena calle y sentir el sol en la cara será un consuelo en
espera de poder volver a pasar horas enteras conversando despreocupadamente.
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