Más allá de la
rapidez o lentitud con la que volvamos a la vida cotidiana, deberíamos hacernos
varias preguntas sobre nuestro actual sistema de producción y vida. ¿Cuál es el
sentido de mantener un sistema de libre mercado global que un simple virus es capaz de poner
patas arriba? ¿Cuál es el sentido de priorizar la mitad de la producción mundial
en China por su mano de obra cuasi esclava, si cuando hay un problema en ese
país todo el mundo se va a resentir? ¿Cómo es posible que unas simples mascarillas
y guantes se convirtiesen en un producto de lujo en países industriales? Con
esto no quiero decir que deseo un cambio de sistema económico o que vayamos a
la autarquía. Simple y llanamente, creo que hemos ido demasiado rápido en nuestro
afán globalizador y que nuestro mundo no está todavía preparado para ello. Da
igual si el virus nació en el mercado o en un laboratorio y se les escapó
imprudentemente. Si los chinos o cualquier otra potencia quieren joder a un
enemigo ya no tiene que gastar en costosas armas nucleares.
A los muertos por coronavirus habrá que sumar
los muertos por causas colaterales (por ejemplo alguien con un infarto que no
haya podido ser atendido con celeridad) y los muertos por desesperación como ocurrió
en la anterior crisis económica. Si sumamos todos estos factores el resultado será
seguramente de más de un millón. Por otra parte, desde que se empezó a desregularizar
las empresas y a dar rienda suelta al capital financiero cada vez son más
frecuentes las crisis financieras. Si entre 1945 y 1980 sólo tuvimos la crisis
del petróleo, desde la llegada de Reagan y Thatcher al poder, se han sucedido
la crisis del 89, la de 2008 y finalmente la actual. Se podrá alegar que esta
última ha sido por causa mayor, pero no nos engañemos todos sabíamos que
estábamos entrando en recesión. La crisis habría sido mucho más leve, pero sin
lugar a dudas la habría habido. ¿En cuántos
años será la próxima crisis y cuántas vidas se cobrará?
La semana
anterior al estado de alarma, hablando acerca de las manifestaciones de los
agricultores, una amiga de mi esposa me decía qué falta hacía que pudiéramos comer
sandías en invierno. Al tener que atender una consumición mundial a precios
competitivos, se producen verdaderos desastres ecológicos por favorecer masivamente
unos pocos cultivos. Finalmente, y aquí toco una de las actividades que más me
gusta realizar en la vida y a la que seguramente tendré que renunciar o limitar
considerablemente, es el de la forma en que hacemos turismo. A muy corto plazo
tendremos que volver al pueblo como hacían nuestros padres y abuelos, ya que la
inmensa mayoría no se podrá permitir viajar al extranjero si es que para el
verano se puede volver a salir del país, cosa que no está nada clara a día de
hoy. Tras ser parte de las masas que
desembarcamos en las islas Cíes o que ascendimos a la Acrópolis, Vicky llegó a
la conclusión que ese tipo de turismo, por mucho dinero que deje acaba siendo
destructivo y me dijo con sinceridad que no pensaba ser parte de eso. Ojo, no
quiero decir con esto que tengamos que volver a los tiempos de mi abuela en que
sólo el 1% de pijos de la población
mundial viajaba (25 millones de habitantes), pero está claro que debería de
hacerse listas de espera para los lugares más cotizados tipo Venecia. ¿Cómo
encajar el turismo y la sostenibilidad del entorno visitado? No lo sé. Así como
tampoco tengo respuestas para las anteriores preguntas. Ahí se los dejo de
tarea.
P.D. Ya casi
estoy curado. Un fuerte abrazo
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