Ni el más
sesudo Sherlock Holmes o Hercules Poirot serían capaces de explicar el misterio
de las compras online. En sí mismo pareciera que cualquiera puede realizar la
compra. El primer paso, cómo no, registrarse dejando todo los datos habidos y
por haber. De milagro no piden la declaración de la renta y el acta de
defunción. En el caso de Carrefour, se especifica que el servicio está
enfocado, en estos tiempos de coronavirus, en las personas mayores y con
discapacidad. En cambio, Día no hace ningún tipo de advertencia.
El segundo
paso consiste propiamente en hacer la compra. De esa fase tan solo diremos que,
a diferencia de lo que ocurre cuando uno visita físicamente un supermercado,
para cualquier producto que se pida hay mil opciones por lo que la elección de
cada producto, se vuelve ardua. Salvo que uno sea muy adicto a unas marcas y
productos muy determinados. Después de una hora de debatirse los sesos llega el
momento tan deseado de pagar y esperar cómodamente en casa a que una persona le
traiga amablemente la compra. En esos momentos recuerdo las excursiones con
guantes y mascarillas y de cómo se me empaña a cada rato las gafas. También
vienen a mi memoria pasajes como el del martes 7 de abril en el que, tras una
caminata con el carrito a rebosar y 2
bolsas grandes llenas, arribé deseoso de subir por el ascensor y encontrarme
que este estaba descompuesto. Al final tuve que hacer dos viajes; en el primero
llevé las bosas. En el segundo, subí
escalón a escalón el carrito de la compra. Aún recuerdo el dolor de lumbares.
Sin embargo todas esas miserias quedarán borradas cuando pague mi compra y me
quede tranquilamente, esperando a que una persona más joven y fuerte que yo
haga esas labores.
Y es entonces que surge el misterio. Uno de los
establecimientos tarda hasta 6 semanas en entregar el pedido, mientras que el
segundo establece una franja semanal de horarios de entrega que siempre está
completa o No disponible. Da igual que uno se conecte a las 12 de la noche o a
las 6 de la mañana o en la tarde, el resultado siempre es el mismo. ¿Acaso la
leche pedida con ese tiene no caduca? ¿Existe un virus informático maligno que
descarta de antemano las horas de entrega? ¿Este virus informático viene a ser
un complemento del patógeno? Misterios… Al final, tengo que vestirme con mi
uniforme antivirus, rezar un rosario afín de no ser contagiado y salir a la
calle con mi carrito y las dos bolsas grandes de siempre. ¡Qué ganas de que ya
se acabe esto! Pobres de mis lumbares.
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