Recientemente,
mi amigo Pepe que da clases a niños de origen inmigrante me comentó que un
alumno suyo se burlaba del temor de los europeos al coronavirus.
-Después de
haber pasado la epidemia del ébola, entenderás que el coronavirus no me da ningún miedo –dijo desafiante el
alumno.
Si bien es
cierto que el covid-19 está siendo mucho más letal que la epidemia del 2014-16
cuando murieron 11000 personas y se contagiaron 28000, el tormento que
representa la muerte por ébola sudando sangre, acompañado de vómitos y diarreas
haga que le tengamos más miedo a esta enfermedad que a la que nos trae de
cabeza hoy en día. Siendo justos con el alumno, el nivel de letalidad del ébola
es muy superior en porcentaje al del coronavirus. Por citar un ejemplo, en
Guinea murieron el 70% de los enfermos.
Actualmente,
estoy leyendo Un espejo lejano de
Barbara Tuchman. Se trata de un libro histórico que analiza la guerra de los
cien años y la intermitente presencia de
la peste bubónica; especialmente entre los años 1348-1350. Por si la guerra y
la pandemia fueran poco (ya que llegó desde Islandia hasta la India; o sea gran
parte del mundo conocido en aquella época), grupos de soldados desempleados
organizaban bandas de maleantes que arrasaban los pueblos de la campiña. Las
cifras no son fáciles de establecer, pero se cree que esta enfermedad pudo
haber matado hasta el 60% de la población europea. Si bien los medievales
asociaban a las ratas con la enfermedad, pero no sabían que eran las que acarreaban
las que contagiaban la peste negra. Por supuesto, las condiciones insalubres en
que vivían los habitantes del Medioevo no ayudaban en lo más mínimo. Con ese
panorama, no es de extrañar que la gente pensase que estaban ante el fin del
mundo y dejaran que las cosechas se pudrieran en los campos, que otros fueran
recorriendo los pueblos y flagelándose para pedir perdón al creador y,
finalmente, que los lobos bajasen hasta las ciudades por no tener nada que
comer.
Hoy en día,
sabemos cómo se transmite el coronavirus. Sabemos la mejor forma de combatirlo;
quedándonos en casa y lavándonos las manos amen de usar mascarillas y guantes
en nuestras excursiones al supermercado. Y finamente, sabemos que en un año o
un poco más tendremos la vacuna que parará en seco al bicho. Sin embargo, pese
a los 670 años que han transcurrido desde la peste bubónica a nuestros días,
aún no se ha encontrado una medicina que consiga detener la enfermedad
producida por un parásito que puede destruir ecosistemas financieros enteros y
mandar a un país al Medievo en cuestión de días. No hay tila, sedante,
calmante, meditación oriental o yoga que consiga calmar el nerviosismo del
inversorus bursatilus. Una vez que este parasito entra en pánico tiene la
capacidad de mimetizarse con el resto de parásitos de todas las latitudes y
actuar como si fueran un ejército de clones. A partir de ese momento, la vida
de los ciudadanos se convierte en una suerte de lotería en Babilonia en la que
se pueden vivir varias vidas en muy poco tiempo.
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