Foto de Alexander Dummer
Una ciudad sin
risas infantiles es una ciudad muerta. Hoy, tras 43 días de confinamiento, los
niños de menos de 14 años han podido salir a la calle acompañados de un adulto.
Más concretamente, hasta 3 niños de una misma familia pueden salir a la calle
con un mayor. Curiosamente, desde el primer momento en que se anunció la
medida, una encuesta reflejó un rechazo mayoritario de la sociedad. Por
partidos, los más reacios eran los simpatizantes de Ciudadanos seguidos de los
populares y socialistas con 60%, mientras que los del vox y podemos eran los
más afines siendo éstos últimos los únicos que apoyaban en más de la mitad la
medida.
Hay que
destacar, que esta encuesta se realizó tras el anuncio de la medida, pero antes
de que se especificaran las condiciones en que los niños podrían salir a la
calle. Cuando el gobierno anunció que los niños podrían acompañar a sus padres
a los supermercados y farmacias se produjo un momento único en la historia de
este país comparable a la obtención de la copa del mundo en Sudáfrica. Todos
los españoles se pusieron de acuerdo en rechazar la medida y echar pestes del
gobierno. Finalmente, el ejecutivo corrigió y permitió a los niños salir a
jugar acompañados de un mayor.
Lo que me
llama la atención de la encuesta antes mencionada, es el rechazo frontal a que
los niños salgan al aire libre y se diviertan. En los foros sociales, se oían
todo tipo de comentarios acerca de la susodicha resiliencia de los menores o
comentarios sobre inexactos acerca del
encierro de los mismos durante la Segunda Guerra Mundial. También se oían voces
acerca de la necesidad de los pequeños de correr y jugar al aire libre. Está
claro que si esta medida provoca un rebrote el Gobierno tendrá que dar marcha
atrás y nos tendremos que olvidar de la posibilidad de salir a dar paseos o
correr a partir del 2 de mayo. Sin embargo, más allá del miedo por un posible
rebrote, vengo notando desde hace unos años una actitud negativa de la
población en lo referente a los menores y sus derechos. Cuando se prohibió a
los padres dar bofetones a los niños, los adultos se indignaron porque el
Estado se metiese en tales asuntos y temían que sus hijos los denunciasen
falsamente. Cuando se permitió el aborto a las mayores de 16 años la oposición
denunció que se les estaba quitando la patria potestad a los padres. Cuando se
hicieron recortes en la educación pública sí hubo mareas verdes, pero no fueron
comparables ni en cantidad ni en número de personas con las mareas blancas en
contra de los recortes en la seguridad social. Cuando Zapatero y Rajoy hicieron
sus respectivos pensionazos, toda la sociedad se indignó. Los periódicos
anunciaban en portada en enormes letras el perjuicio hecho a los mayores. Cuando
los jubilados se manifiestan en busca de establecer por ley la indexación de
sus pensiones, independientemente de cualquier consideración económica, toda la
sociedad los apoya y los antidisturbios, tan diligentes en otras
manifestaciones, no atreven a tocarles la menor so miedo de inflamar el encono
popular. Es decir, cuando se trata de defender los derechos de los jubilados la
respuesta de la sociedad española es unánime. No así cuando se trata de los
menores. Como se menciona en el artículo “Las 22 madres y tres madrastras que
asesinaron a sus hijos en España” de fecha 18 de marzo de 2018, los
infanticidios apenas tienen recorrido en los medios y ningún organismo recoge la
contabilidad de niños asesinados por sus madres.
Según dice mi
amigo Gregory, “En Alemania la educación está muy orientada a la independencia
del niño, algo que la enseñanza tradicional española dinamita. Aquí se
atornilla al niño a la silla y se espera de él que no se levante hasta que
acabe la carrera”[1]. Quizá el hecho de que la población tenga una
edad media de 45 años y cada vez será mayor dada la baja tasa de natalidad
influya en este punto de vista.
En esta
ocasión los menores han sido los afortunados y a falta de ver si esta medida
afecta o no en la evolución de la curva, que disfruten ellos y sus sufridos progenitores
de su principio de desconfinamiento. ¡Suertudos!
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