Wednesday, April 25, 2012

YO VOLÁ



Un día, cuando era aún muy pequeño mi sobrino, Vicky, su madre y yo lo llevamos al parque. En un momento dado, el pequeño quiso subirse en una rueda giratoria, como aquella a la que se trepa el protagonista de Pink Floyd The wall cuando aún es un niño y ya no tiene padre. Su tía se oponía por considerar que el juego no era apto para el menor, mientras que su madre y yo pensabamos que no pasaba nada. Al principio todo iba bien hasta que, en un giro violento, mi sobrino salió despedido por los aires, dio vuelta sobre su eje y cayó de espaldas. Cuando lo fuimos a levantar él, que de natural es muy valiente, no lloraba, ni siquiera se quejaba. Tan sólo miraba extasiado al cielo y decía con su lengua de trapo: “Yo volá”.  No sé lo que pensaría mi sobrino en aquel momento, pero supongo que fue algo similar a lo que yo sentí el pasado domingo cuando, tras una corta carrera, dí el salto al vació agarrado a un parapente siguiendo las instrucciones del experto que guiaba el aparato. Mucho se ha dicho acerca de la forma distinta de ver las cosas desde arriba. Lo cierto y lo primero que llama la atención es la belleza de nuestro entorno. En este caso, me encontraba en un paraje privilegiado en una época donde todo está verde: el valle del Tietar. Luego está la sensación de estar suspendido en el aire e incluso una cierta idea de que nada malo me ocurriría allá arriba. En pocas palabras te sientes el rey de la creación. Sin embargo, como dije, esa fue la primera impresión, ya que pronto vinieron los encuentros con las “térmicas” y los ascensos en giros. Ahí la cosa cambió. Constantemente cabeceaba contra la propia estructura del parapente, aunque gracias al casco no me dolía en lo más mínimo. Esó sí conforme fuimos ascendiendo, empecé a sentir, pese al grueso sueter que llevaba encima, como se me colaba el viento hasta dentro de mi alma. Pero daba igual. Ese era otro de los atractivos que ofrecía este artilugio. La posibilidad de desafiar la gravedad y subir y bajar al antojo de uno, siempre con el permiso de las ondas térmicas que nos ascendían hasta los 1500 m, y a partir de ahí, como suele ocurrir en la vida cuando se alcanza la cima, venía el doloroso descenso. Sin embargo, lo bello del parapente es que la caída no es definitiva y siempre se puede recuperar la vía ascendente. Al cabo de un tiempo de estar jugando al sube y baja me empecé a marear. Seguramente el mareo  habría ido in crescendo de no ser porque ya la diversión se estaba terminando. El aterrizaje fue doloroso, no sólo porque dejaba atrás un paraíso, sino porque no fui lo suficientemente rápido de piernas y tras empezar mi carrera, me fui de lado recibiendo al mismo tiempo la amonestación del técnico. Valió la pena y nada de esto habría sido posible si Vicky no hubiese querido darme una sorpresa porque sí; sin motivo aparente. Como mejor son las sorpresas. Muchas gracias por ese domingo mágico. 

4 comments:

Alberto Martin said...

Que bien y bonito explicado ;)
Un saludo Juan.
Alberto Martin - MADparapente

Juan Patricio Lombera said...

Muchas gracias por tu comentario Alberto. Un abrazo

Anonymous said...

Juan he visto tu blogger en la página de MadParapente. Estoy pensando en regalarle a mi marido un vuelo y no se por cual decidirme. CUal hicistes tu?? Crees que con el de bautismo estaría bien?? . Gracias y perdona si te molesto

Juan Patricio Lombera said...

Perdona que no te haya contestado antes escritor anónimo. La verdad es que no sé que vuelo tomé yo ya que fue una sorpresa de mi esposa. No obstante supongo que fue el baustismo ya que ninguno de nosotros lo había hecho antes y como digo en el artículo es una experiencia única. Lo recomiendo. Y no es ninguna molestia Patricio