Wednesday, May 08, 2013

GELO EN TEQUESQUITENGO




Recuerdo una iglesia hundida en el fondo de una laguna por encima de cuyo techo caminaba todos los días. Sólo su cúpula mantiene una posibilidad de vida. Recuerdo un campo maldito propicio para invocaciones satánicas y un puma de piedra que cobra vida la noche de Santa Walpurgis. Y recuerdo un jardín edénico de amplias proporciones en el que paseaba y jugaba despreocupadamente, pese a que en él, al igual que en el primer pastizal, también se encontraban serpientes y toda clase de bichos de mala lengua. Mas de todas estas memorias, una anciana de porte atlético pese a sus 70 años, se yergue en el centro de mi evocación para repetirme una y otra vez la crónica de nuestro pasado. Ya fuera ante los tonos violáceos del firmamento o a la brisa producida por el suave mecimiento de una hamaca, su voz me habla de un familiar en busca de utopías al fondo de una montaña o de un tatarabuelo que tuvo el valor de decir No al soborno de la autoridad. Esas anécdotas constituyen la savia y esencia de mi ser y de los míos y ahora, varios años después de la desaparición del oráculo, intento reunir torpemente su crónica, mas esta se escapa como agua entre las manos y tan solo queda un lecho oscuro, vaga sombra de lo que fue. 

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