Friday, January 27, 2012

LA MUERTE SÓLO COGE TRES VECES[1] (cuento)


Sergio volvía a casa como todos los viernes; cansado por trabajar en las mañanas y, en esta ocasión, abatido tras haber suspendido el examen de lógica en la Universidad. Encima, su novia lo había dejado plantado en la estación de metro en la que habían quedado. Sin embargo, no lo tomó a mal, pues sabía que las obligaciones de ella la retenían varias horas más de lo que quisiera. Pese a las adversidades, Sergio estaba contento porque ese día era Viernes y ante él se habría todo un fin de semana para el desenfreno etílico o sexual que le permitiría evadirse de su monótona rutina de vida.
Acababa de pasar los puestos ambulantes de comida donde algunas veces cenaba, atraído por el inigualable olor de los tacos callejeros. A pocos pasos se encontraba el edificio donde vivía. Por fuera daba la impresión de ser de clase media venido a menos, pero donde se podía vivir con comodidad. Al entrar, llamaban la atención sus pasamanos de hierro completamente llenos de rayajos, las escaleras sucias y, por último, las paredes llenas de desconchones como si se hubiese producido una balacera que hubiese comprendido todas las plantas. Por si fuera poco, la habitación de Sergio radicaba en el último piso. Se trataba de una minúscula habitación de azotea de quince metros cuadrados en el que tenía, por toda posesión, una cama, una mesita de noche, una estantería de libros y unas cuantas cajas en las que ponía algo de fruta y comida que debía comer con gran celeridad para que no se echase a perder. En realidad, Sergio odiaba esa morada, los escasos ingresos de la beca que le otorgara su Estado natal, los imprevisibles envíos de dinero de sus padres y lo que recibía por sus clases particulares no le permitían pagar nada más. Pero estaba convencido de que sólo estaría unos meses ahí. A través de sus nuevas amistades conseguiría un empleo en la representación de su Estado en la capital con lo que aumentaría sustancialmente sus ingresos.

Se trataba de muchachos que venían a cursar sus carreras pero que, al estar lejos de su ciudad natal buscaban distraer la nostalgia entrando en contacto con paisanos. Por supuesto, el afán de conversar con alguien de la tierra hacía más tolerantes a sus nuevos amigos que, a diferencia de lo que ocurría allá, no se fijaban en la clase social del paisa sino en su casticidad.
Para animar la diminuta habitación, Sergio había pegado unas cuantas fotos de su tierra, un enorme póster de Frida Kahlo y otros de películas mexicanas, principalmente del indio Fernández. Tras cenar, empezó a leer La microfísica del poder de Foulcault. A las dos páginas sintió cierto sopor, por lo que instintivamente reposó el libro en su pecho y cerró los ojos un momento. “Para descansar un poquito”, se solía decir a sí mismo, aunque sabía que ése era el preludio de su abandono total en brazos de Morfeo.
Empezaba a ver a sus cuates y los paisajes conocidos cuando un fuerte ruido le sobresaltó. “Genial, los que hayan sido ya me espantaron el sueño y pa´colmo me rompieron la ventana”, pensó irritado.
Se acercó a la puerta, a ver si podía distinguir al travieso de turno y, pese a caminar descalzo sobre los cristales no se hizo corte alguno.
-¡Chamacos pendejos! ¡Como los atrape no se la van a acabar! –dijo más por soltar su rabia que por los efectos que pudieran producir sus amenazas, si es que alguno de los niños seguía ahí.
Ya se disponía a volver a su cama cuando vio la luz de la escalera encenderse y oyó unos pasos. “No creo que sea Leti, aunque igual. En todo caso espero que no sea el gorrón chilango de Baltasar. Si viene a beber se llevará una buena sorpresa si viene por eso. No tengo ni una chela”.
Los pasos se hicieron más cercanos hasta que llegaron al descansillo que comunicaba con la puerta que, a diferencia de otras veces, se abrió sin dificultades y sin chirriar. Deslumbrado por la luz del rellano, Sergio alcanzó a distinguir una silueta femenina.
-¿Qué tal? Ya no te esperaba mi reina.
-¿A quién llamas así con esa confianza? -respondió con voz seca una voz de mujer.
Él salió a la azotea y dio unos pasos en su dirección. Pronto se dio cuenta de que estaba hablando con una desconocida. Era una mujer joven, muy pálida, que tendría aproximadamente su edad. Sin embargo, su voz autoritaria y su mirada cansada, como si hubiera visto muchas cosas malas, le daban un aire de mayor.
-Muy rápido vienes a mí para no saber quién soy.
Sergio no comprendía nada. Estaba en la azotea, en calzoncillos y ante una muchacha muy guapa, que no pintaba nada ahí. Pensó que se podría tratar de alguna broma de uno de sus amigos o incluso de una tentación que le mandaba Leti para probar su fidelidad, pero tampoco tenía mucho sentido. Por lo pronto, decidió jugar de forma ambigua para ganar tiempo y ver si en el transcurso de la chanza descubría la verdad.
-Es que..., no todos los días tengo a un cuerazo tan exquisito a la entrada de mi casa.
-Gracias.
-Las que me faltan para servirte
-Anda, deja de hacer el payaso y vámonos.
-¿Así, en cueros y sin cambiarme? En mi casa me enseñaron a no hablar con extraños y menos irme con ellos a lo oscurito. Y además, para que me voy a querer ir si estoy muy a gustito aquí, mejor quedémonos platicando para conocernos mejor.
-Deja de tomarme el pelo, que si no va a ser peor para ti. Además no necesitas ropa ahí adónde vamos.
-¡Ah caray!, esto se pone emocionante. Pero tampoco te vayas a creer que soy un chico fácil.
-Respóndeme –dijo ella con un ligero hastío asomando-, ¿Qué hiciste cuando oíste el ruido de tu ventana?
-Me levanté para ver si descubría al graciosito y luego oí los pasos en la escalera, por lo que me quedé espiando. ¿Pero, como sabes que me rompieron la Windows?
-Bueno, supongo que llegué demasiado pronto y no te di chance de caer en la cuenta de tu nuevo ser. En fin, hazme el favor de ir a tu habitación y ver tu lecho.
-¿Así, sin más preámbulos? Tú sí que sabes lo que quieres, nena.
Iba a seguir con sus comentarios de doble sentido, pero una mirada molesta de su interlocutora lo hizo callar.
No le gustaba recibir órdenes y menos de una mujer, y tampoco le agradaba el tono seco y de desprecio con el que formulaba sus órdenes, pero había algo en su inesperada compañera, que le impedía rehuir el mandato. Obedeció y nada más entrar en su habitación distinguió en la cama un bulto. Encendió la luz y se contemplo a sí mismo, en la cama, bañado en sangre. Se acercó a su cuerpo para cortar la hemorragia con la sábana, pero ni siquiera pudo asirla. Su desesperación iba en aumento. Era como una pesadilla donde no podía moverse pese a que su vida le iba en ello. De pronto sintió que la mano de la muchacha se posaba en su hombro y, al acordarse de su presencia, entendió por fin de quién se trataba. Aterrorizado, retrocedió sin dejar de verla a los ojos hasta casi alcanzar la pared.
-¿A dónde vas, ahora? –dijo ella entre risotadas
-…
-Es mejor que vengas por las buenas, si no te va a doler más.
-¿Por qué? ¿Es que acaso esperas la complacencia de tus víctimas o, peor aún les pegas si no quieren acompañarte? –dijo Sergio, alzando su voz todavía ronca de miedo.
-No seas tonto. En primer lugar, yo nada tuve que ver con tu muerte y tampoco torturo a los fallecidos. Son ustedes mismos quienes se lesionan con tanto querer aferrarse a esta vida.
-No habrás tenido nada que ver, pero bien que te regocijas de tener chamba esta noche.
-Mira, está claro que todavía no estás listo y en tu caso mi visita tan tempranera es toda una putada. Por ello, y como regalo excepcional, te voy a dar un ratito para que te calmes y te resignes. Mientras atenderé a unos ancianos.
-Yo no quiero tu propina de mierda; lo que quiero es que todo vuelva a como era hace media hora.
-Eso no es posible. Aprovecha lo que te queda. A mi vuelta nos vamos.
-¿Y si no quiero?
-Será más doloroso, pero al final lo que tiene que ser será. No le des más vueltas.
-Para ti es muy sencillo o se hace lo que quieres o se hace.
-Estás perdiendo la perspectiva. A mí no me gusta nada. Solo soy un componente del ciclo natural: se nace, se vive y se muere y cuando esto último ocurre yo aparezco.
-Yo sólo obedezco órdenes, te faltó decir. Pareces nazi.
-Todo lo contrario, ellos sí mataban creyendo las estupideces de la raza superior y que cumplían un mandato casi divino. A mí, en cambio, me da igual quien sea el occiso. Yo sólo cumplo mi deber. Además, ni siquiera has sufrido, así que para qué le haces tanto al pancho. No sabes la suerte que tienes, no como otros, que se pasan años enteros esperándome entre retortijones.
-No, si encima tendré que darte las gracias al final, como si fuera mejor morir que vivir con dolor. ¿Qué hay de aquellos que no piensan como tú, y que, a pesar de sus dolores, aprovechan cada instante para vivirlo intensamente, como esta mujer? -dijo apuntando al poster de Frida.
-Me estás retrasando. Aprovecha tus últimos instantes, relájate y todo saldrá bien. Abur.
-Una última pregunta.
-¿Qué?
-¿No sientes nada, verdad? Pues entonces no te importará que haga esto.
Acto seguido, Sergio se acercó a ella y, sin darle oportunidad de reacción, la rodeó en sus brazos para luego darle un beso de lengua aprovechando que ella tenía la boca abierta de la sorpresa.
Lo que no previó Sergio fue la reacción de la huesuda, quien, al poco tiempo, lo abrazó y le empezó a infligir un gran sofoco a través de una descarga eléctrica. Antes de desmayarse todavía alcanzó a oírla en tono colérico:
-¡Cómo te atreves! Espero, gusano, que esto te haya servido de lección ¡y cuidadito con volver a intentar algo igual cuando vuelva! Espero que madures.
Al recuperarse, Sergio quiso engañarse con la idea de que había logrado burlar a la muerte, pero con sólo echar un vistazo a su cadáver, cada vez más tieso, comprendió que de nada valía hacerse falsas ilusiones. Lo triste de su situación era que de nada le valía encarar y aceptar la realidad, ya que ésta, tal y cómo la conocía, se acabaría a la vuelta de su tétrica amiga. No podía dejar de pensar en todo aquello que dejaba, ni tampoco en el dolor que su muerte produciría tanto a su familia como a su novia. Ni siquiera podía escribir una carta de despedida ni sabía por qué le habían pegado aquellos balazos. Y qué decir de sus planes futuros de viaje al extranjero para hacer un doctorado y recorrer el mundo, o del gusto que sentía en las mañanas cuando Leticia se quedaba en su cuarto de azotea y a la mañana siguiente, tras una noche agitada, sólo pensaban ambos en iniciar la mañana con una buena cogida que les hiciese sudar todo el alcohol bebido horas antes. Vale verga o, mejor dicho, ya valí verga, pensó, mientras esbozaba para sí una sonrisa por su juego de palabras, el último quizá. Finalmente, comenzó a resignarse, pero tampoco quería dar su brazo a torcer. No sabía cómo, pero tenía la certeza de que, de alguna forma, debía plantarle cara a la muerte. “En todo caso, no creo que muchos hayan tenido lo huevos para hacer lo que yo y hay que ver la carita que se le quedó a la vieja después de meterle mi lengua en la boca. Claro que así lo pagué, casi me mata la cabrona. Bueno, eso sí que ya no lo puede hacer” Ante ese último pensamiento no pudo dejar de carcajearse.
-Me da gusto ver que mi presencia ya no te es tan sombría.
-¡Ah!, ¿ya volviste? ¡Qué rápida eres! –dijo volviéndose a poner serio.
-Hombre, cuando se juntan el hambre y las ganas de comer todo es muy fácil. Como te dije antes, hoy tenía que ver a una pareja de ancianos. Vivían en un asilo y me esperaban ansiosamente. Sin embargo, lo que sí no querían, de ninguna manera, era que yo me llevara a uno antes que a otro y, aunque no correspondía, les di capricho. Así me ahorro el tener que volver.
-Eso es porque habrían compartido toda una vida juntos y ya no podían vivir el uno sin el otro. En cualquier caso, de haber tenido que llevarte a uno primero no habrías tardado en hacerle visita al que hubiese quedado vivo.
-¿Tan fuerte crees que son los sentimientos que unen a los seres humanos? ¿No será que se acostumbran el uno al otro y lo que les falta, al final, es la rutina?
-Costumbre o amor, qué más da, el caso es que son seres simbióticos.
-¿Sim… qué? ¡No mames!, ¿qué palabreja es esa?
-Dícese, por ejemplo, de dos plantas que, aunque son diferentes, no pueden vivir la una sin la otra.
-Tampoco te pongas pedante, universitario. Además vámonos que se está haciendo tarde.
-No quiero, vete sin mí.
-No jodas, creí que ya habían quedado claras las reglas de juego.
-Eso será para ti. Es muy cómodo, es tu partida y tus reglas, que se resumen en que se tiene que hacer lo que tú quieres sí o sí.
-Lo que sentiste hace un rato, cuando me atascaste desprevenida, no será nada en comparación de lo que te espera si te resistes. Piénsalo, ¿es eso lo que quieres?
-No se trata de que quiera o no. Soy un ser vivo o al menos me siento como tal y por lo mismo todo mi instinto y razonamiento está destinado a buscar la supervivencia. No se trata de que pueda sino que DEBO, como todo preso de larga duración que está obligado a intentar fugarse de su cerezo. Dices que yo te ataqué, pero el único que salió lastimado fui yo, precisamente porque todavía siento el fluir de la sangre en mis venas y porque…-se calló temeroso de lo que iba a decir.
-No te pares, ya que dijiste lo menos di lo más.
Sergio respiró hondo, mientras calculaba las palabras exactas. Finalmente, al no soportar la mirada fija de su contertulia, optó por la versión chabacana.
-Pensé que era la última oportunidad de besar a un cuerazo como tú y como tampoco creía que me ibas a dar un receso pensé que si me concentraba en el beso tú podrías realizar tu trabajo y yo no sufriría.
-O sea, que en cierto modo ya te habías resignado.
-Tuve miedo, como cualquier animal acorralado y, sí, ataqué, pero de una manera poco convencional, porque intuía que a trancazos no podría contigo. No quería sufrir, pero también deseaba sentirte. En cualquier caso, ahora estoy más tranquilo y puedo decirte que nunca conseguirás por las buenas un sí de mi parte.
-Pues muy bien, ya que así te las gastas, tendré que emplear estrategias poco convencionales.
Se acercó hacia él, mientras Sergio adoptaba una grotesca forma defensiva. Había alzado sus puños cerrados a la altura de sus pómulos, al tiempo que flexionaba su pierna derecha, imitando el golpe de la grulla.
Cuando más cerca se encontraba ella, más temblaba él que, instintivamente, cerró los ojos. De pronto oyó una sonora carcajada de su compañera de habitación.
-¿Esta es toda la resistencia que me ofreces? ¿Qué mono?
Acto seguido, ella lo enganchó por el cuello y empezó a simular que le daba golpes con el puño cerrado. Incluso Sergio, dentro de su pánico, se dio cuenta de que sólo se trataba de un juego. Finalmente, lo liberó y le dijo:
-Ahora sí, prepárate para recibir mi mejor golpe, el que acallará toda tu rebeldía.
Esta vez, Sergio no tembló. Se quedó inmóvil, mirándola fijamente. Cuando esperaba desaparecer, sintió que una mano le empezaba a desabrochar la camisa y también gozó al primer contacto de los labios. Su cuerpo parecía recuperar el calor perdido y volver a la vida. Esto le devolvió su seguridad en sí mismo y, cuando ya se encontraba desnudo y a punto de caramelo, empezó a quitarle el vestido a ella que empezaba a juguetear con su sexo. Tras una serie de preludios que incluyeron una exquisita felación, se encaminaron hacia la cama y empezaron a hacer el amor. Primero ella arriba, luego él para pasar a un corto descanso con tabaco incluido y terminar con la socorrida posición de perrito muy útil en estas circunstancias, pese a las reticencias de la muerte.
-¡Ay, mi rey!, hacía tiempo que nadie me hacía sentir tan bien –dijo la muerte al tiempo que encendía otro tabaco.
-Vaya, no sabía que solías…
-¿No pensarías que eras el primero?
-Por supuesto que no, pero se te ve tan profesional que no pensé que mezclaras placer y trabajo.
-No debiera, pero, digo yo, también tengo derecho a mis ratos de esparcimiento después de miles de años sin parar. ¡Qué mal me conoces! –dijo con un irónico tono de reproche al final.
-Hombre, lo malo de ti es que sólo se te ve una vez en la vida y no es precisamente en el momento más oportuno.
-Tampoco, te quejes que no te está yendo nada mal. Te he dado tiempo y te he apapachado. En fin que me has pillado con las defensas bajas. 
-Tú sí que eres afortunada. Eres la única persona que tiene chamba para toda la vida, viajas a los lugares más remotos sin necesidad de dinero o papeles e incluso te puedes dar el lujo de acosar y violar a tu antojo a chavitos tiernos e inocentes como tu servidor.
-¡Ay, pobrecito!, no sabía lo que hacía y se lo llevaron a lo oscurito…Oye, mi rey…
-¿Sí?
-¿No crees que ya va siendo hora de que nos vayamos?
-¿Por qué? Si estamos tan a gustito aquí y ahora.
-Ya, pero se está haciendo de día y todavía me queda un chingo de chamba.
-Pues nadie te impide ir a ganarte el pan con el sudor de tu frente.
-No seas pendejo. Tú eres mi trabajo.
En ese momento se estableció entre ellos un silencio de muerte que duró varios minutos.
-No me quiero ir –dijo finalmente Sergio-.
-Pero si no tienes nada que temer. Te aseguro que no estarás sólo.
-No se trata de eso, aunque sí, reconozco que me acobarda lo desconocido. El hecho es que todavía no he vivido, me quedan muchas cosas por hacer y un destino por cumplir.
-Aquello que tú llamas destino tan sólo son unas líneas establecidas por ti mismo que, en su mayoría, no se cumplirán, lo que provocará que al final de tus días seas un amargado.
-Da igual, ésa es mi elección. Además, quiero saber quién me ha matado y partirle la cara.
-¡Ah!, el noble propósito de la venganza, ésa sí que es una buena razón para quedarse ¡y muy humana!, por cierto.
-Pues sí, no esperarás que me quede de brazos cruzados y perdone a quien me hizo esto. Además, ¿quién va a buscar esclarecer este asesinato? No le van a hacer ni puto caso los policías. Así que, a falta de justicia, tengo derecho a tomarme la venganza por mi mano.
-Sí, eso dicen por ahí. En cualquier caso, resulta muy aleccionador oír las motivaciones éticas de todo un futuro abogado que, no me extrañaría, se acabará corrompiendo.
-Da igual. Sé que no he sido un chico bueno contigo y sé que no tengo ninguna virtud que me haga merecedor de lo que te voy a pedir, pero quiero vivir y saber quién fue.
La muerte lo miró con un doble sentimiento de pena y de hastío. Finalmente, cansada de estar en esa atmósfera nauseabunda, dijo:
-Tienes suerte de que llevara mucho tiempo sin coger y, pa’ qué negarlo, me has dejado satisfecha. Sólo por eso vivirás. Respecto a lo de tu ahora “intento de asesinato” y ya no ejecución, no hay mucho misterio. Anduviste de gallito metiendo tu verga en todas partes hasta que Leti se enteró, se enfureció y mandó matarte.
-Pero no tenía derecho. Yo entiendo que me armara un escándalo, que viniese a destruir mis escasas posesiones, pero esa venganza es desmedida.
-Mira quién fue a hablar, el que hace rato le quería partir la madre. No chilles, fueron tus propias pendejadas las que te condujeron a esto y ahora, si me permites, yo me retiro.
-Gracias, me has cambiado la vida.
-No me agradezcas nada, la próxima vez que nos veamos te aseguro que no va a ser nada agradable para ti.
-¿A poco tú también te vas a poner celosa?
-¿Celosa yo? No, pero sí molesta por haberme saltado las reglas esta noche. A ver si no acabo desempleada por tu culpa.
-Te aseguro que eso a mí me….
-Mejor cállate, no eres más que un chavito idiota con suerte. Adiós.

A las 9 de la mañana, Sergio se despertó con mucho sudor en todo el cuerpo, ante la insistencia con la que llamaban a su puerta. Se acercó y, al abrirla, vio a su novia Leti, al mismo tiempo que sentía como se le clavaban en los pies descalzos restos del cristal roto el día anterior y la oía a ella pronunciar:
-Eso te pasa por pendejo.


[1] Publicado en 13 para el 21. Antología de nuevos escritores, Ediciones Irreverentes, Madrid, 2007 pp. 276

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