Sunday, February 12, 2012

ENCUENTRO EN EL METRO (cuento)



- Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno. Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro se para (...) y veo que estamos en Saint Germain des Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odeón (...) Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora, pero yo sé que hay otro...” (Julio Cortázar, El perseguidor)

El reloj del metro marcaba las 10 de la noche y Gerardo todavía no había llegado a la cita por más que le había garantizado a Patricio que llegaría a las 9 en punto a Allende, para ir a tomar unas cuantas copas al ”Submarino”. No sería la primera ni la última vez que Gerardo lo dejara plantado en una cita. Sabía que al día siguiente recibiría un llamada de su amigo, pidiéndole disculpas e interponiendo sus típicos pretextos: “Discúlpame coronel (así lo llamaba él), se me encimó el trabajo” o “se me cruzó una vieja de última hora”. Al final, volverían a hacer una nueva cita con Patricio a la que no asistiría.

Patricio se dispuso a tomar el siguiente metro, el trigésimo segundo después de la hora de la reunión, y volver a su casa, pero los efectos del toque de marihuana que había fumado antes de salir de su casa no habían desparecido. El sabía que sus ojos tenían el color de un semaforo en alto y  no quería afrontar la sensación, imaginaria o real, de ser observado por decenas de usuarios por lo que decidió esperar un rato más hasta que los vagones del metro estuviesen casi vacíos y entonces poder levantarse del suelo y abordar el medio de transporte sin ninguna preocupación.
De repente aparecío una joven que, a pesar de su vestimenta rudimentaria, pelo grasiento, cadenas con el símbolo hippie y sus mejillas pintadas con todos los colores del arcoiris, irradiaba una belleza diferente y misteriosa a través de su penetrante mirada.
Una nostálgica del concierto de Avándaro -pensó Patricio al verla por primera vez.
- Chingada madre. Este pendejo ya se largó -gritó ella.
De pronto, vio a Patricio sentado, se acercó a él y le preguntó en un tono todavía molesto:
-¿Qué hora es?
Éste se molestó por la falta de educación de la joven y tan sólo movió su cabeza hacia el lugar donde se encontraba el reloj como respuesta.
-¿Estás pacheco, verdad?
Esta nueva pregunta de ella lo irritó aún más. El consideraba que esas cosas no se debían hablar en lugares públicos. Sin embargo, en lugar de responder con un típico “qué chingados te importa” decidió ver que tan autentica era ella o si se trataba de una niña fresa que aparentaba lo que no era.
- Sí, ¿quieres? -respondió él.
- ¿Traes?
Patricio acercó lentamente su mano al bolsillo de su pantalón hasta introducirla.
- ¿Tú qué crees?
- Que no.       
Finalmente, él sacó de su bolsillo una bacha de marihuana, seguro de que ella la rechazaría en ese mismo instante.
- Mira -dijo ella- una nunca sabe por donde va a saltar la trucha.
Tomó la marihuana con la mano izquierda, mientras que con la derecha sacó de sus jeans agujereados un encendedor y se dispuso a prender el toque cuando él se lo arrebató violentamente.
-¿Estás pendeja? ¿Quieres que nos boten de aqui?
-¡Ay no seas puto!, ¿para que cargas con la mota si no piensas tronártela?
- Sí pienso hacerlo, pero en mi casa. No estoy aqui para hecerle al exhibicionista y además te recuerdo que en este país esta prohibido fumarla.
- Sabía, desde que respondiste que sí estabas pacheco, que nomás eras pura pose.
- No tengo porque demostrarte nada a ti ni a nadie y por otra parte ya estoy cansado de estar esperando al güey de mi amigo, así es que me retiro. Quédate con el toque.
- ¿A quién esperabas?
- A mi compadre, pero como de costumbre me dejó plantado.
- Pues, vaya “amigo” -dijo ella en tono despectivo.
- Sé lo que piensas, que no es mi amigo. Pero también es cierto que cuando lo necesito verdaderamente, él siempre aparece para ayudarme a sobrellevar la depresión o protegerme de los “judas” en caso de que me empede más de la cuenta. Yo creo que es uno de los pocos amigos que conservo de la carrera. Y tú, ¿qué haces aqui?  
- A mí me paso al revés. El cabrón con el que iba ir a una fiesta se sintió muy digno y se fue a la media hora de estarme esperando. Ojalá hubieras sido tú el que...
- No te creas -dijo Patricio adivinando el pensamiento de la muchacha. Yo hubiera hecho lo mismo que tu amigo, pues si algo me molesta, excepto en el caso de Gerardo, es la impuntualidad de los demás que te hace perder grandes y valiosas cantidades de tiempo. De hecho, por eso mismo corté a mi última novia.
- Ay pus que payaso. Además para que quieres tener tiempo si no lo puedes compartir en el amor o con los amigos.
Este último comentario de la jóven sacudió completamente a Patricio quien ya no pudo continuar con la discusión por lo que decidió marcharse del lugar. Sin embargo, ella ejercía en él una atracción especial, pues le había hecho notar, en una sola respuesta que su existencia carecía de valor. Su vida se había convertido en una rutina. Ir al trabajo todos los días de 9 a 5; regresar a casa a comer solo y, en las tardes, por diversos medios, buscar romper con el aburrimiento. De esta forma, Patricio solía asistir a conciertos, obras de teatro, cine o al boxeo. En el peor de los casos, cuando el trabajo lo extenuaba demasiado como para no volver a salir de casa en la tarde, leía o veía la televisión. Existían otros medios, por supuesto, tales como el emborracharse en un bar o echarse unos toques de marihuana en la casa. Pero finalmente, ¿de qué le podían servir todas esas experiencias si no podía compartirlas con nadie?
- Pa’ todo esto, ¿cómo te llamas? -preguntó ella sacándolo de su profundo letargo.
- Patricio. ¿Y tú?
- Libertad.
- Me tengo que ir, pero me gustaría volver a verte. ¿Cuál es tu teléfono?
- No te vayas. Quédate un rato más.
- No puedo. Tengo muchas cosas que hacer.
- ¿Cómo qué?
- Esteee...
En realidad, esta nueva pregunta había vuelto a desarmar a Patricio. Si bien era cierto que su histérico jefe le había ordenado un reporte de cinco cuartillas para el lunes a primera hora; disponía de todo el fin de semana para hacerlo. Además, dado que su jefe tenía reunión con el secretario los lunes, él, seguramente no entregaría el famoso reporte hasta el martes.
- Bueno, me quedo un poco más.
Continuaron platicando, pero esta vez fue ella la que empezó a hablar de su vida. Había nacido en Puebla. Nunca conoció a su padre, pues éste había muerto de un balazo en un prostíbulo. Por supuesto, su madre y sus tías nunca le dijeron eso; siempre hablaron de él como un devoto esposo y excelente padre, además de ser un buen creyente, pero Libertad supo la verdad en la Hemeroteca del Estado de Puebla. Su educación, tanto en la escuela como en la casa estaba marcada por una visión de la religión católica que se limitaba a una serie de mocherías en las cuales casi todo era pecado y la única salvación se encontraba en leer la Biblia y rezar. A los 15 años, Libertad, hastiada de la hipocresía y moralina de la sociedad poblana, se había fugado. Un año después, efectivamente, había estado en el concierto de Avándaro. De ahí en adelante, se había dedicado a recorrer el país, algunas veces con sus amigos hippietecas y otras sola, trabajando de lo que fuera, con tal de poder conseguir alimento y techo y, cuando se cansaba del lugar, emigraba a otra ciudad. Estos viajes le habían permitido conocer lugares como Guatemala y Belice, donde trabajó en la pizca del café. Por supuesto, su vestimenta y su forma de ser le ocasionaban problemas, pero ella siempre se las ingeniaba para salir adelante. Finalmente, después de vagar por diversas partes, decidió visitar el D.F.5 
- Como ves, según mi forma de pensar, todo se trata de conseguir algo con que sobrellevar la situación material para poder vivir al máximo.
Patricio ya no quiso argumentar esa última frase de Libertad. Se sentía cansado, por lo que se dispuso a levantarse para tomar el próximo metro, el último, quizá. Sin embargo, justo cuando iba a hacer el primer movimiento hacia arriba, ella lo retuvo, poniéndole la mano en el hombro.
- No te vayas. Quédate un rato más -dijo Libertad en tono amistoso.
- La verdad es que tengo mucha flojera y se está haciendo tarde. Además debo hacer un trabajo para el lunes.
- Híjole, no vaya a ser que no te alcance el tiempo para tu trabajo -espetó ella irónicamente- Mejor quédate conmigo y nos dormimos en el metro.
- ¿Aquí?
- Bueno, es cierto que en esta estación no se podría, porque es muy chica y no hay lugar donde escondernos de los vigilantes. Pero en Hidalgo sí se puede. Claro que hay que estar alertas, porque cada media hora, después de las doce, hacen rondas.
- Hay una cosa que no entiendo -dijo Patricio- ¿cuál es el interés de quedarte a dormir en el metro, si lo único queno vas a hacer es dormir?
- Touché -respondió Libertad riendo y explayando por primera vez en la noche su seductora sonrisa.
- Además, ¿por qué no te vas mejor a tu casa?
- Lo que pasa es que todavía no he conseguido trabajo aquí y como llevaba dos meses sin pagar la renta, la dueña me corrió.
- Tengo una mejor idea, ¿por qué no...?
- ¿Sí?
- No, olvídalo.
- No, dime.
- Bueno, pero no vayas a pensar mal -comentó, al mismo tiempo que se sonrojaba.
- ¿Qué?
- Pensaba que tal vez lo mejor sería que vinieses a mi casa.
- ¿Y por eso te chiveas? No seas reprimido. Es más, tu idea me parece excelente. Vamos.
Por fin se levantaron para tomar el metro; dirigirse a Hidalgo y transbordar hacia Universidad. La casa de Patricio se encontraba cerca de la estación de División del Norte; en Pestalozzi. Al llegar, Patricio arregló el sofá de la sala y, tras dejar unas cuantas sábanas y una almohada, se retiró a su cuarto a descansar.
- ¿No quieres cenar? -alcanzó Libertad a preguntarle.
- No, gracias. Estoy muy cansado, pero si tú quieres algo, sírvete con confianza.
No habrían pasado más de dos horas cuando Patricio, que estaba profundamente dormido, sintió un suave y húmedo contacto en su mejilla. Abrió a duras penas sus ojos y vió a su lado a Libertad sentada en la cama.
- ¿Sí? -preguntó con su voz somnolienta.
- El sofá es muy incómodo -respondió ella con un tonito chillón de niña.
- Mmh...¡Qué lata! Tendré que dormir ahí -dijo Patricio.
Él quiso levantarse, cuando ella se lo impidió, montándosele encima.
- No seas payaso -dijo antes de darle el primer beso de la noche- Además... muack...¿no dijiste que si tenía hambre podía servirme lo que quisiera?
Él sólo pudo reirse como respuesta. Empezaron entonces los besos prolongados, las caricias y juegos eróticos, hasta que terminaron haciendo el amor cinco veces durante esa noche.
El tiempo, a partir de ese día, pareció cobrar una nueva dimensión de vitalidad e importancia. Ya no se trataba de derrotar a cualquier precio el aburrimiento, sino de luchar por hacer más largo el día y, de esta forma, más placentero. Todo lo que a él le parecía antes rutinario, cobraba un nuevo valor con la presencia de Libertad. Incluso el largo y penoso transbordo de Tacuba se convertía en una visita a una exposición de arte “underground”, donde se podían ver las obras de los artistas marginados por Bellas Artes. A través de ella pudo conocer nuevas experiencias y personas; descubrió los bares clandestinos de gays y aprendió a no estar siempre a la defensiva cuando se encontraba ante desconocidos o en un lugar ajeno; a no buscar quedar bien en todas las reuniones, sino gozar al máximo el momento y, sobre todo, gracias a ella, pudo comprender cuál era su verdadera vocación y sus ambiciones más íntima. No la de sus padres, que lo habían forzado a estudiar la carrrera de Derecho.
Ella representaba todo lo que él nunca se había atrevido a hacer. Patricio también había tenido su oportunidad de rebelarse en el 68; cuando todavía era un adolescente. Sin embargo, una campaña de desinformación, promovida tanto por sus padres como por maestros, en la cual se describía a los estudiantes huelguistas como unos fanáticos, diabólicos y peligrosos enemigos de la sociedad, aunado a su deseo personal de no tener problemas con su familia y a su falta de curiosidad por conocer verdaderamente los objetivos y razones por las cuales los universitarios estaban disconformes, lo habían llevado a una sumisión total frente a su familia, maestros y convenciones sociales. Sin embargo, once años de penitencia eran demasiados.
Nunca podría olvidar aquella mañana del domingo dos días después de haberla conocido, cuando se presentó en la mesa ya sin ningún dibujo en la cara.
- Lástima, me gustabas más como apache.
- Lo que pasa es que ya me cansé de andar toda pintarrajeada durante estos días, pero si quieres te puedo dibujar la mejilla. Digo, si tanto te gusta.
- No manches, ¿cómo crees que yo voy a andar como payasito por la calle? ¿Qué dirían de mí los compañeros de trabajo si me vieran?
- Bueno, pero te gusta la idea, ¿no?
- Sí, pero... no. Si me vieran los compañeros de Gobernación me podrían causar problemas en la chamba.
- Nada de peros. ¿Qué te importa lo que digan los demás? Mándalos a la chingada. Además, ya parece que van a estar espiándote el fin de semana para joderte. ¡NO TE REPRIMAS!
Finalmente, lo convenció y empezó a pintarle un corazón cruzado por una flecha donde se podían leer las iniciales P y L. Así anduvo ese día en el metro, el cine y el parque de la Alameda, sintiendo las miradas reprobatorias, curiosas e incluso divertidas de las personas que lo veían.
Asimismo, ella logró apartarlo de sus obligaciones profesionales. El lunes, llamó a la casa de su jefe con el pretexto de que un familiar suyo que vivía en Veracruz, había muerto y tenía que partir de inmediato. A pesar de que la mentira era creíble (él nunca faltaba al trabajo) y se mencionaba un hecho doloroso, ésto no impidió que su jefe lo regañara por su falta de profesionalismo, al no haber pasado antes a la oficina a dejar el informe sobre los artistas rojillos y agitadores. El martes, con la ayuda de Libertad, quien fingió ser una operadora, él simuló una llamada desde el puerto, donde explicaba que se habían presentado algunos inconvenientes y que tendría que quedarse unos días más. Esta vez los regaños pasaron a ser insultos. Desde ese momento desconectó el teléfono para evitar el peligro de una desagradable llamada de su superior y con la intención de no hablarle más durante la semana. El viernes, ¡por fin!, se presentó en la Oficina de Asuntos Culturales de Gobernación para cobrar su quincena y, al mismo tiempo, firmar su renuncia.
La relación con Libertad se prolongó durante varias semanas. Patricio, tras haber dejado un trabajo que le prometía, un gran futuro político, consiguió un humilde empleo en Bellas Artes que le permitía sobrevivir y asistir a los cursos sobre Historia del Arte que se impartían allí. Libertad, por su parte, también había encontrado un trabajo como mesera en “La Puerta del Sol”, donde su apariencia exterior no importaba. Trabajaba en las tardes, de tal forma que en las mañanas podía acompañar a Patricio a sus cursos o hacer cualquiera de las cosas que les gustaba. Todo parecía encajar perfectamente para ambos. Sin embargo, como debía suceder, Libertad comenzó a sentir un gran hastío por los chilangos, que se volvían cada día más neuróticos e inhumanos conforme iba creciendo la ciudad y su circulación se hacía imposible.
Notó que estos problemas provocaban una mayor intolerancia de la población, que le gritaba de todo por las calles: “mamacita”, los jóvenes y obreros; “puta”, los persignados. No faltaron tampoco en el bar algún grupo de payasos que la pellizcara y diese nalgadas, hasta que a uno de ellos le vació toda una jarra de cerveza sobre la cabeza y la despidieron. Finalmente, decidió retirarse del D.F. e irse a San Cristóbal de las Casas. Todavía quiso convencer a Patricio.
- Ven conmigo.
- No puedo.
- Mejor quédate.
Ella tan sólo hizo una mueca acompañada de las manos, que significaba “tampoco puedo”. Antes de salir de la estación de San Lázaro, donde se despediría, siguiendo la lógica de que si se conocieron en el metro también podían decirse adiós ahí, ella le prometió que iría al D.F. a visitarlo. Él le dejó las llaves del apartamento. “Para que te presentes sin avisar y me despiertes cuando yo esté dormido, como la primera noche.” Si bien es cierto que ella cumplió en repetidas ocasiones su promesa y él viajaba algunas veces a Chiapas para verla, el tiempo que pasaron juntos desde la separación no llegaba a los dos meses al año. ¿Pero qué más podría pedirle?, pensaba Patricio en la estación del metro donde se había citado con un amigo. No, definitivamente no podría pedirle más, después de todo lo que ella había hecho por él al llegar y cambiar su rutinaria y miserable vida por algo más interesante. No, definitivamente no podría. Patricio se encontraba en estas cavilaciones, pensando lo inaudito que era que su milagroso encuentro con Libertad se diera en el metro, cuando a las diez y veinte oyó un ”coronel” desde el otro extremo del andén y, al voltear la cabeza, vió a Gerardo acercándose.

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