Tuesday, March 31, 2020

El mundo a través de una ventana



              
              Numerosas veces me ha ocurrido salir a la calle y encontrarme con que está lloviendo. Como suelo salir con el tiempo muy justo, debo decidir entonces entre arriesgarme a llegar tarde a mi compromiso o trabajo o seguir adelante a sabiendas que me empaparé. Normalmente opto por lo segundo ya que me parece muy enojoso que me hagan esperar  y más aun hacer esperar a otra persona. Se trata de uno de los legados de mi estancia en Ginebra en los 70 que me ha causado numerosos sinsabores, especialmente cuando vivía en México donde la gente fija un periodo de tiempo vago (una media hora, por ejemplo entre las 5 y las 5 y media) para quedar. De esta forma yo solía llegar a las 5 y mis amigos a y media o menos cuarto. Mi amigo Gerardo sabe de lo que hablo.
                Una de las razones por las cuales salía a la intemperie sin la debida protección radica en el hecho de que no suelo mirar a las ventanas, salvo que se oiga el ruido de un frenazo seguido de un golpe o que haya una tormenta atronadora afuera. Pues bien, desde que nos hemos quedado confinados en casa es inevitable voltear la cara hacia el cristal. En sí no es mucho lo que puedo ver desde las ventanas de mi casa; unos árboles con unas tímidas hojas que apenas están brotando, una estrecha calle y los edificios de en frente. A mano izquierda se divisa  en lontananza una avenida más estrecha. Por la parte de la cocina y la habitación tan solo hay un triste patio interior, aunque en rico en chismes para quien le interese ya que se oye perfectamente las conversaciones de los que están en el patio.
                A primera vista, no parece un panorama muy alentador. Sin embargo la ausencia de movimiento nos permite descubrir que sigue habiendo pájaros en el barrio, que la contemplación despreocupada de la lluvia, desde el resguardo propio, es uno de los mejores tranquilizantes de la tierra. Incluso si nos esforzamos llegamos a oler los perfumes de la  primavera entrante o, simple y llanamente, el olor de la tierra mojada que, por alguna razón me retrotrae a mi infancia en Tequesquitengo. Si hubiera un apagón en toda la ciudad y pudiésemos ver las estrellas la felicidad sería completa. Por supuesto, nada sustituye la libertad, pero a falta de pan buenas son tortillas.   

2 comments:

Rubén MRC said...

Muy bueno. Saludos Juan Pax... Me acordé de la canción de Silvio Rodríguez, En mi calle

Juan Patricio Lombera said...

No lo había pensado pero tiene razón Rubén. Muchas gracias por sus comentarios