Wednesday, December 30, 2009

EL ANTINOO


PRÓLOGO

Nuestro padre terminó de escribir el manuscrito de esta novela de su puño y letra en 1991. Nos pidió que lo mecanografiáramos en la computadora a pesar de la desconfianza y el profundo desprecio que mostraba a todo lo que tecnología se refiere. Lamentablemente, las copias impresas utilizadas para las correcciones y el manuscrito se perdieron. La misma suerte corrió el archivo de la computadora que contenía el texto final cuando se estropeó en 1994 el disco duro de ésta.

En 1998, cuando murió nuestro padre, encontramos en su casa una caja con disquetes viejos, la mayoría con nuestros trabajos de la universidad y uno con el título de “El Antinoo”. Se trataba de una copia de seguridad olvidada. Irónicamente, a pesar de la indiferencia que mostró nuestro padre por el mundo de la informática, su obra había permanecido gracias a un disquete. Sin embargo, el documento le resultaba ilegible a mi procesador de texto actual. Se necesitaron varios días para convertir el caos de caracteres ASCII dispersos en la pantalla de vuelta en el texto original pues parte de la información se había dañado. Finalmente, tuvimos que luchar contra los embates puritanos y colonialistas del corrector ortográfico que se negaba a aceptar por correctas las numerosas sutilezas del lenguaje cotidiano de México contenidas a lo largo de la obra.

Pero no es por amortizar el tedioso trabajo en los primeros días de la mecanografía ni por salvar los días de adivinanzas informáticas que decidimos rescatar este texto.

El Antinoo es un testimonio de la vida en los años cincuenta en México. En la novela destacan dos tipos de personajes: los jóvenes, hijos de familias -para decirlo en términos de nuestro padre- decentes que buscan huir de los valores y tipos de vida impuestos por sus padres y; los personajes procedentes del bajo mundo compuestos por narcotraficantes, prostitutas y homosexuales entre otros.

Sin embargo, pese a las diferencias de origen, educación, y clases sociales; los jóvenes y los delincuentes logran compenetrarse por una simple y llana razón: el deseo de evadirse de los estatutos y represiones impuestos por una sociedad hipócrita y carente de valores, donde lo más importante son las apariencias. Un mundo donde los padres imponen a sus hijos, y sobretodo a las mujeres, una visión materialista de cómo alcanzar la felicidad sin tomar en cuenta los deseos de los jóvenes, ya que consideran que éstos no saben lo que quieren.

En el caso del bajo mundo, los hampones no pueden operar libremente si carecen del apoyo de altos funcionarios. El problema no radica en la eficiencia de la policía, sino en el hecho de tener o no “una palanca”. Los personajes más perjudicados por la sociedad machista, patriarcal y autoritaria, además de las mujeres, resultan ser los homosexuales, pues son fáciles presas de los periodistas buitres quienes, con tan sólo escribir un artículo alusivo a las preferencias sexuales de algún destacado miembro de la sociedad, pueden provocarles una verdadera muerte social en virtud de que la homosexualidad es vista, por la sociedad de los cincuenta, como un pecado capital y una aberración. Por ello los sobornos a los periodistas son cosa de todos los días.

Ante la represión ejercida por la sociedad a través de la familia, las instituciones e incluso la escuela, la única vía de evasión, para los jóvenes, consiste en caer en lo más bajo: ir con prostitutas, alternar con malvivientes, emborracharse y apostar -cuando hay dinero- todo el tiempo.

Sin embargo, los jóvenes, a diferencia de los hampones que sólo buscan pasar lo mejor posible el tiempo, también representan un principio de cambio -antecedente del 68- al cuestionarse sobre sus propias vidas y participar en la destrucción de los arcos levantados en honor a Miguel Alemán. Es decir, no toda la rebeldía de los personajes consiste en orgías, sino también existe una preocupación existencial y, en algunos casos social.

Por último, consideramos interesante este libro, no sólo por la fortuna, pericias y transcripciones jeroglíficas que se hicieron para salvarlo del olvido, sino porque consideramos que existen pocos textos que mencionen la vida del México de los años cincuentas. A través de la lectura de El Antinoo podemos ver un principio de rebeldía contra la dictadura de una sociedad anquilosada, incapaz de comprender la necesidad de cambio que se hará patente, en todo el mundo, en 1968.

Juan Patricio Lombera G, Enrique Lombera G.
Enero 1999

1

Súbitamente, Francisco se percató de su propia actitud: participaba plenamente en el motín. Con una estaca en la mano, vociferando improperios en contra del sistema, rodeado por una multitud de estudiantes en rebeldía, se dirigió hacia la plaza de Santo Domingo, con el firme propósito y la íntima convicción de tumbar los arcos triunfales erigidos en honor a Miguel Alemán en ocasión de su quinto informe de gobierno.
Los arcos eran una provocación de las autoridades. Circulaban rumores de una reforma constitucional que permitiera la reelección del presidente. Las opiniones resultaban contradictorias.
Los nuevos ricos en pleno ascenso económico y social, gracias a la política de industrialización del gobierno, apoyaban con argumentos modernizadores las maniobras de los alemanistas. Los antiguos revolucionarios, agrupados alrededor de Cárdenas, se oponían por razones históricas. Madero se había levantado para evitar la reelección de Díaz en 1910. La pretensión de los partidarios de Alemán, les parecía inaceptable.
El pueblo permanecía indiferente; pero todos los mexicanos recordaban el final trágico del general Obregón, quien cayera fulminado por las balas del revólver de José de León Toral, antes de hacerse cargo, por segunda vez, de la presidencia de la República.
La familia de Francisco simpatizaba con Alemán y observaba con agrado la posibilidad de la reelección. Francisco, a la hora de la comida, había discutido el punto con sus padres, movido simplemente por un espíritu de contradicción.
Al muchacho no le interesaba realmente la política, pues se consideraba un artista, un poeta, cuya misión en la vida consistiría en expresar bellamente sus vivencias individuales. Por presiones familiares asistía irregularmente a la facultad de derecho; pero su vocación lo inclinaba a la lectura asistemática de toda clase de libros que le proporcionarían material para sus futuros escritos.
La tarde anterior Francisco había visitado a Salvador y había observado a su amigo en extremo disgustado por la erección de los arcos triunfales. Estuvo a punto de retirarse, pues no quería enredarse en una discusión áspera y sin objeto con su antiguo compañero del C.U.M.
La amistad de Francisco y Salvador tenía aspectos contradictorios. Salvador, jefe de las juventudes sinarquistas en México, quería substituir al gobierno, por un régimen católico con proposiciones fascistas. Sus ideales de monje y guerrero, le parecían a Francisco grotescas antiguallas que no merecían la atención de una persona sensata.
Pero al mismo tiempo, el fanatismo de Salvador atraía a Francisco, pues constituía un desafío al orden establecido, a los raquíticos ideales de la clase media mexicana, incapaz de comprender los auténticos valores humanos. Además, Francisco admiraba los conocimientos de su amigo que exponía las tesis medioevales de la democracia con acierto y desenvoltura. En sus mejores momentos, Salvador narraba episodios de la guerra cristera y cantaba canciones vernáculas con exquisita sensibilidad.
Salvador, por su parte, veía en Francisco un clásico niño bien, un representante perfecto de la nueva burguesía alemanista; pero lo juzgaba redimible por sus sinceras inquietudes estéticas y por su incipiente erudición literaria.
La discrepancia de opiniones generaba polémicas entre ambos que Francisco perdía invariablemente, pues Salvador, controvertista nato, conocía y empleaba todos los recursos ortodoxos y heterodoxos en cualquier discusión. Francisco consciente de su inferioridad, procuraba evitar las disputas de las cuales salía tan malparado, pues carecía de recursos para enfrentar la dialéctica de su amigo. Por ello, escuchó a Salvador sin interrumpirlo, con el presentimiento de que cualquier interferencia provocaría una tormenta en el ánimo de su amigo. Éste expuso el proyecto que le generaba un claro enardecimiento: destruir los arcos levantados para adular al presidente Alemán.
Los arcos de triunfo habían surgido de la imaginación servil de los gobernadores de los Estados quienes atentos a los rumores de la reelección hallaron un expediente que les permitía manifestar su apoyo incondicional al presidente, sin comprometerse en forma definitiva ante los viejos revolucionarios. Salvador había charlado con el jefe de las juventudes comunistas y entre ambos decidieron incitar a sus respectivos simpatizantes para lanzarse a las calles a destruir los arcos que, en una república, resultaban francamente vergonzosos.
Francisco guardó silencio, pero pensó que sería imposible movilizar a los estudiantes con semejante objetivo, pues sus compañeros no mostraban el menor interés por las cuestiones de carácter público. Sin embargo, la curiosidad y la holganza, lo condujeron a las cinco de la tarde a la Facultad de Derecho, hora y punto señalados por Salvador para iniciar el motín. En la calle de San Idelfonso, Francisco escuchó a varios oradores que arengaban a los estudiantes, señalando a los arcos triunfales como una perversión de la república.
El muchacho observó asombrado la reacción de sus compañeros: asentían, en principio, con las propuestas de los oradores. Después, en un determinado momento, un centenar de estudiantes se enfiló por las calles de Argentina con el claro propósito de destruir los arcos. En la calle de Donceles encontraron el primer "símbolo de ignominia", según el léxico de Salvador, y procedieron a demolerlo.
Por Donceles llegaron a Santo Domingo. Francisco se percató del crecimiento desmesurado de manifestantes. Los empleados públicos que abandonaban sus labores a las seis de la tarde, aplaudían a los estudiantes, y los burócratas más jóvenes se unían a la rebelión universitaria.
Apoyado en el arco del portal, Francisco se compenetró con el ardor de los capitalinos y resintió la clara necesidad de luchar por el principio de no-reelección que pretendían pisotear los alemanistas. Percibió en su espíritu, en lo más íntimo de sus genes, el hervor de los combates por la república y por la revolución que dejaban de ser datos históricos, para convertirse en sentimientos vivos, íntimos, palpables, capaces de impulsarlo a defender la dignidad de México. El muchacho, asombrado del cambio en su conciencia, se reconoció como un revolucionario, como un hombre del pueblo, en lucha contra un gobierno corrupto que intentaba destruir la escasa vigencia de la constitución.
En Santo Domingo se alzaba el arco de triunfo ofrecido al presidente por el gobernador de Zacatecas. El monumento, rociado con gasolina e incendiado, se convirtió en una linda fogata que se reflejaba en los muros de cantera del antiguo edificio de la Inquisición. El fuego disminuyó paulatinamente y los maderos se convirtieron en brasas.
La multitud prosiguió su tarea. En la avenida de Cinco de Mayo se levantaba el arco de las autoridades poblanas. Los estudiantes y burócratas arremetieron contra el maderamen y procuraron cimbrarlo; pero el arco, bien construido, resistió los embates destructores. Los estudiantes quisieron quemarlo; los resultados sin embargo fueron decepcionantes por falta de combustible.
Una señora apareció con una cuerda en la mano. Francisco tomó la reata por uno de los extremos y decidió encaramarse a la cima del monumento por uno de los arbotantes. Sintió una mano delicada posada sobre su hombro y oyó una voz que le decía con dulzura:
- ¡Tú no! Te puedes caer.
Francisco vio a un desconocido con el rostro acongojado por el riesgo que correría el muchacho. Evidentemente se trataba de un homosexual. Francisco sonrió, amenazó al hombre con la tranca y emprendió el ascenso. En la cima, amarró la cuerda al madero principal y arrojó el otro extremo de la reata a sus compañeros. Descendió con presteza, pues los estudiantes comenzaron a tirar de la cuerda de inmediato. El arco se derrumbó estruendosamente. La multitud aplaudió y prosiguió su marcha con rumbo a la Avenida Juárez donde se alzaba el arco guerrerense, plantado como una bofetada a la república, frente al hemiciclo al Benemérito.
Se presentaron los bomberos con órdenes de disolver el motín. Bajaron de sus camiones e intentaron desenrollar las mangueras; pero los estudiantes les impedían el paso, haciendo impracticable la maniobra. Los bomberos se enardecieron y comenzaron a repartir golpes. Francisco en un momento impreciso, se vio frente a frente de un bombero, quien lo empujó con rudeza. El muchacho fuera de sí, lo escupió en el rostro. El bombero contestó con un hachazo que no llegó a su destino, porque una mano providencial retiró al estudiante, quien entrevió el rostro convulso del homosexual de Cinco de Mayo.
Francisco se encontró con Salvador en un extremo del hemiciclo. La multitud empezaba a disolverse y ambos fueron detectados por un grupo de pistoleros. Los comandaba un entejanado, prieto, alto, barrigón, quien les gritó:
- ¡Quietos, cabrones!
Los muchachos reaccionaron prestos y emprendieron la carrera por los prados de la Alameda. A sus espaldas oían las imprecaciones de los matones que carecían de la velocidad necesaria para alcanzar a dos estudiantes en fuga. Salvador y Francisco oyeron el silbido de una bala y apretaron el paso hasta llegar a la avenida Hidalgo. Prosiguieron su carrera esquivando vehículos y se internaron por la Santa Veracruz. En la calle de Nicaragua se dieron cuenta de que habían sembrado a sus perseguidores.
Los dos prorrumpieron en una carcajada de triunfo. Habían vencido.

Introducción y capítulo inicial de la novela El Antinoo de Enrique Lombera Pallares quien hoy cumpliría 78 años.

3 comments:

Anonymous said...

De los viejos que siempre nacen.
Pues gran trabajo hermenéutico y arqueológico ha hecho usted querido amigo Lombera. Espero que el trabajo que su padre le dejó en un diskette pueda ser valorado por las almas cándidas de este sub-mundo de la web. Usted sabe de antemano, como yo, por su obra admiro la su padre. Quisiera de una nueva forma expresarle no mi agradecimiento sino mi admiración por tan grande legado a las letras mexicanas -tanto por su padre como por usted- que en estás líenas mecanografidas le otorgan desde ya.
Continuaremos a descifrar textos y obras, a deshacernos en ellos y sobrevivir sabiendo que lo que hacen las palabras no lo hace ni la muerte, ni el llanto ni nada de eso.
En este aniversario de su padre, a usted le deseo lo mejor y que él siga existiendo en su recuerdo.
Olé
Don Rastra

Juan Patricio Lombera said...

Estimado Don Rastra:
Le agradezco mucho sus comentarios. Le comentó que en los próximos días subiré en PDF toda la novela a este blog con el fin de que cualquiera se la pueda descargar y leer. Muchas felicidades en estos días tan entrañables y feliz año nuevo.
Juan Patricio

Anonymous said...

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