Tuesday, January 17, 2012

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA. AÑO IV DE LA JODIDA CRISIS



2012 comienza como acabo el año anterior. Las agencias de calificación, cuya credibilidad debería ser más que dudosa (véase Lehman Brothers, Goldman Sachs, AIG etc…), buscan desestabilizar las economías europeas. El gobierno habla de medicinas amargas que hay que tomar, mientras que la oposición lo acusa de mentir y el paro sigue su incesante escalada al grado de que España ya ha conseguido ser el país del mundo con mayor paro entre los jóvenes y, vistas las medidas tomadas por la nueva administración pareciera que no nos vamos a conformar con el campeonato juvenil sino que intentaremos ganar la Copa del Mundo del desempleo; la de los profesionales. Por si fuera poco se repite la incesante letanía de que no hay otra solución y se mantiene un sempiterno mensaje de desesperanza entre la población para que se resigne y acepte con mayor docilidad la pérdida de sus derechos sociales y nivel de vida. 
            Mi crisis empezó mucho antes. De hecho me ha acompañado numerosos años –un par de décadas-, pero tuvo que surgir este proceso económico que Matt Taibi califica con gran acierto de “estafa” para que por fin acabara de tocar fondo.
Aún recuerdo el día veraniego en que me enteré del principio del desastre económico. Era un hermoso día  en Toulouse cuando empecé a oír hablar de las subprimes y los ahora ya famosos mercados de derivados. Empero, inconsciencia del momento, creí que el efecto de ésta sería pasajero y que en un par de años el vendaval se habría superado. 1 año y medio después veía –aunque  aún me negaba a creerlo-, como la empresa de diseño fundada con un compañero de nuestro antiguo trabajo, se iba a pique. Sin embargo, 6 meses antes ya conocía de sobra el que sería el resultado final y no tomé ninguna medida por paliarlo. Llegado el 2010, seguí con la misma técnica del avestruz sabedor de que mis ahorros se agotaban y sin por ello mover un dedo. Eso sí, mi carácter se agrió notablemente al punto que mi entorno más cercano no sólo me tuvo que sufrir, sino que se empezó a distanciar como es natural. Era como un hombre atrapado en arenas movedizas que se dejaba tragar por la tierra sin siquiera pestañear. Para colmo de males, tenía deudas. Por supuesto, desde mi perspectiva,  la culpa no era mía sino de la crisis, de la sociedad a la que tildaba de racista, del gobierno, del FMI, de Bush, de todo menos mía. Pero en tiempos de bonanzas ya solía soltar ese tipo de acusaciones cuando me amargaba por no desempeñar un trabajo más adecuado con mi formación. Mis únicas muletas, en este último periodo de inconsciencia, fueron la novela familiar que estaba escribiendo y el programa de radio en el que colaboro y que dirige mi editor y amigo Miguel Ángel de Rus. No es que me proporcionaran remuneración alguna, pero sí me daban algo distinto en mi rutina diaria de no hacer nada. Sobre todo, me proporcionaban una ilusión. Nunca he pensado seriamente en el suicidio, pero siempre ha rondado en mi cabeza una frase del tipo “si la cosa se pone muy fea siempre hay una solución, aunque esta sea definitiva”.
            Amen de la radio y el libro, empecé, con la ayuda de mi “abnegada”, un tratamiento a través del cual ha ido saliendo toda la mierda incrustada en mi interior y conformada por odios, auto desprecio, egolatría, traumas etc..; vamos, un poco de lo que todos tenemos, aunque hay quienes lo llevan mejor y quienes lo llevamos peor. También me sirvieron de mucho las conversaciones con mis amigos, los masajes energéticos que me hizo otra amiga (nada que ver con lo que están pensando ¡puercos!) e incluso la lectura de un libro titulado El sorprendedor que nunca habría leído de no ser porque uno de los autores es un conocido mío. De hecho, me sorprendió ver reflejado en él muchas de las cosas que ya me habían dicho mi entorno en conversaciones informales. El caso y para no hacerles cardiaco el cuento, se empezó a producir un proceso de cambio en mí que se tradujo en una mayor confianza hacía mis semejantes. Esa confianza se puso a prueba cuando perdí una cartera en el interior de un autobús. Afortunadamente, ese día de noviembre  había un par de trabajadores de la EMT en la improvisada parada final (era una jornada de huelga), quienes contactaron con el conductor quien, a su vez, confirmo el hallazgo de mi exiguo patrimonio. A partir de ahí se presentaba un dilema. El conductor tardaría una hora y media en volver ya que tenía que hacer toda la ruta de ida y vuelta. Yo no sabía si él había encontrado la cartera o sí se la habían dado. ¿Estaría llena o me habrían bajado la lana y las tarjetas? ¿debía, lo más sensato, denunciar la pérdida?, o ¿debía  jugármela y creer en la gente, coadyuvando así a la flojera que me daba hacer el reporte y esperar varios días las nuevas credenciales? Opté por lo segundo porque en mi fuero interno quise creer en los demás y la jugada me salió perfecta, pese a que durante los 90 minutos que estuve esperando una vocecita interna me decía “eres un pendejo, vas a perderlo todo”. Minutos después le mandé un sms a una amiga que estaba al tanto de toda la movida (Vicky estaba incomunicada en el trajín de la campaña electoral). “He recuperado mi cartera. Me siento vivo”, a lo que ella me contestó “Tú eres el arquitecto de tu vida”. Fue entonces que se produjo el cambio de chip. No soy creyente, pero sentí una revelación de tipo personal. Empezaron a fluir mil ideas en mi cabeza. Algunas de ellas eran bastante obvias, pero en mi obcecación no las había visto “Si te odias a ti mismo, no puedes convencer a los demás de tu valía”. Pero sobre todo me di cuenta de que ya no quería seguir cabreado y con ese odio que me corroía. También entendí que mi último libro, independientemente de que salga a la luz o no, ha formado parte de un proceso mediante el cual he perdonado a los que me han hecho daño, pero sobretodo, me he perdonado a mí mismo y me he acabado aceptando tal como soy. Ni soy despreciable ni soy –esto sí me duele- un genio literario. Más revelaciones han venido en estas semanas; ideas que surgen de la nada como una inspiración. La vida ha continuado y con ella los problemas, pero ya no me angustian tanto. De manera irreflexiva, veo el futuro con mucha esperanza y casualidades o causalidades de la vida según se mire, este año que se presume también terrible y que seguramente lo será empieza esperanzador para mí. No solo aparecen ofertas laborales interesantes sino también oportunidades para promover mi obra. Con todo esto no quiero decir, que la solución a nuestros problemas pasan por ser optimistas, pero a mí sí me ha ayudado. No quiero sentar ningún tipo de cátedra. Sólo quiero compartir mi experiencia vital por si a alguien le puede ser de utilidad. Muchas gracias, a los que hayan llegado hasta aquí, por aguantar este rollo que a más de uno le habrá parecido soporífero. ¡Buena suerte!

1 comment:

Ediciones Crusoe said...

No es ningún secreto que la crisis es el resultado de la avaricia. De la avaricia de los bancos, sobre todo.
Pero también de nuestra avaricia, de nuestro egoísmo, de nuestra estupidez en definitiva. Hemos dejado que nos digan lo que hay que hacer porque nos interesaba, y no hemos hecho nada por cambiar las cosas porque lo queríamos todo. Y claro, ahora no hay nada.
Tu "relato" es el principio de la solución, lo primero es la actitud, sin duda. Y saldremos de la crisis, por supuesto. Pero tenemos que ser autocríticos, y luego críticos, y exigir cambios honestos, y no dejar que nos gobiernen. Al final, la crisis es solo nuestra.
Enhorabuena