Sunday, June 07, 2020

VIERNES DE CELEBRACIÓN



El pasado viernes celebramos el cumpleaños de mi cuñada en un la terraza de un parque cercano. Nos reunimos sobre las 8 de la tarde, pese a que a dos de los asistentes se les acababa su derecho de estar en la calle. Recordemos que la fase 1 aun estaba vigente.  Tuvimos la fortuna de encontrar una mesa libre con 6 sillas. Éramos 8  incluyendo a los hijos de la festejada. “Democráticamente” se decidió que los niños se fueran al césped. Tranquilos que no se molestaron en lo más mínimo, puesto que la exclusión les permitía  jugar con la consola o el móvil  mientras los mayores platicábamos. En eso no hemos cambiado mucho. De pequeño, mis padres también nos decían aquello de “niños váyanse a jugar”. Y si por las circunstancias que fueran no lo hacíamos, entonces teníamos que quedarnos callados y no molestar. No obstante, debo decir que a mí no me aburría ver a los mayores conversar y discutir.
En fin, la fortuna quiso que me sentara en la cabecera de la mesa desde donde podía ver a los paseantes. A mis espaldas quedaba un parterre y a los lados una mesa. En cambio, el otro lado de la mesa se encontraba muy cerca del paso de los transeúntes. Un frágil celo tipo policial era toda la separación que había entre los de la terraza y los andantes. Por su parte, los paseantes parecían haber olvidado la distancia de seguridad y muchos no llevaban siquiera la mascarilla. Sin embargo, lejos de criticar y embargado por este ambiente festivo ocasionado por el buen clima y el descenso de infectados y muertos, me gustaría destacar la ausencia de miedo por parte de los paseantes. Salvo repunte, ese espíritu será más que necesario cuando se acabe el estado de alarma para reactivar nuestra economía. Es decir, si nos quedamos en casa por temor a la segunda oleada del coronavirus, tardará mucho más en recuperarse nuestra economía. Esperemos que los turistas también se olviden de sus resquemores y vengan en tropel como todos los años.
La celebración se saldó con una bebida por persona y una corta conversación. Para que los niños también pudieran participar en el acto, el padre se levantó en un momento e intercambió lugar con el menor quien luego regresó al césped  más ansioso por seguir jugando a la play que por dejarle el sitio a su hermano mayor. Si no hubiera sido por las mascarillas y los guantes podría haberse tratado de un encuentro familiar clásico. No soy muy aficionado a estos encuentros, pero dadas las circunstancias de las que vinimos, la celebración del viernes pasado casi fue una fiesta que por un momento nos hizo olvidar esta pesadilla.    

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