Saturday, January 28, 2017

Desandando los pasos del che (2a parte)

A partir de ahí empezó una estancia en la que los días se dividían en dos. Por la mañana, los jóvenes salían a conocer Chiapas, ya fueran las poblaciones indígenas de Tzinacantán o San Juan Chamula o parajes naturales. La visita  a las comunidades indígenas resultó todo un acontecimiento para los dos muchachos. No se podían tomar fotos, pues consideraban que les robaba el alma dicho acto. En esas poblaciones, el PRI siempre ganaba. Con el 100% de los votos. Aquel que no votase por el partido ya podía ir haciendo el petate y largarse. Por otra parte, al margen de los políticos electos “democráticamente”, existía un consejo de ancianos que se ocupaba de diversos aspectos de la  vida de la ciudad como los preparativos de las fiestas o, en algunos casos, la impartición de justicia. Lo mejor, sin embargo, estaba por venir. Dentro de la iglesia se podían ver las tradicionales imágenes de santos, pero también curanderos haciendo una limpia con una gallina a la que degollaban al final de la ceremonia: por supuesto, también estaba presente la botella de posch; bebida de indefinible pero muy elevada graduación alcohólica a la que de cuando en cando echaban un trago para luego escupirlo. El suelo estaba lleno de paja y había un fuerte olor a incienso. Cerillo consideraba la religión como una gran mentira para mantener al hombre asustado y, por ende manso. Alababa el hecho de que la revolución hubiese prohibido hablar de política a los curas ya que, según él, el estado no podía coexistir con la iglesia si esta tenía voz y voto. Por todo ello le gustó saber que en aquellas poblaciones no podían entrar los curas.
-Durante la guerra de castas –explicó Eustaquio, el tío segundo-, los curas apoyaron a los criollos. Por eso los indígenas les prohíben la entrada al pueblo y practican un sincretismo religioso, mezcla de la religión católica, mezcla de las creencias precolombinas.
Enrique, por su parte, también se las daba de ateo en aquel entonces, pero más que nada para escandalizar a sus compañeras de clase e ir a tono con la época. Años después, tras caerse de un risco a gran altura y salir completamente indemne del mar, sintió la voluntad divina y volvió a la fe. Sin embargo, en ninguno de los dos casos, tanto en su fase de ateo como en la de creyente mantuvo posición histérica alguna. Ni era un jacobino come curas ni fue nunca un convertidor de almas. Respetaba las creencias de cada uno.
En la segunda parte del día o más bien dicho en la noche, los jóvenes salían en busca de una fiesta. La primera vez se colaron directamente. Sabían por su primo segundo que en aquellos lugares donde oliera a pino, había una tarima para el baile recubierta de hojas de dicho árbol.  No obstante su primera incursión casi acaba mal cuando uno de los asistentes, ya borracho, se acercó a ellos y dijo en tono amenazador.
-¿Qué pasó capitalino? ¿Vienes a ver cómo nos divertimos?
-Sí. ¿Pasa algo? dijo Cerillo al que le encantaban las broncas.
-Además ¿quién los invitó?
Ante esa pregunta ambos muchachos se quedaron callados. La música de la tambora había desaparecido de pronto y se empezaba a formar un coro rodeándolos.
-Fui yo- dijo de pronto una hermosa muchacha que no conocían de nada. Son los primos de Esteban que están de visita.
- Y yo también –confesó la amiga de esta al tiempo que rodeaba el cuerpo de Cerillo.
La tambora volvió a tocar y, pese a que las explicaciones de las muchachas no eran muy creíbles.

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