Monday, January 30, 2017

EL SUPERVIVIENTE

De todas las personas que he conocido y conoceré en mi vida, ninguna me ha resultado tan fascinante como la de mi amigo Andrés; llamado así en homenaje al pueblo en el que nació. El municipio se encuentra ubicado en la zona montañosa de su estado natal. En él se firmaron unos acuerdos con la guerrilla que el gobierno nunca pretendió aplicar, pero que hicieron que el nombre del susodicho lugar fuera conocido en todo el mundo. Ahí estuvo viviendo hasta los cinco años y ahí también aprendió la lengua indígena, pese a que sus padres siempre se dirigían a él en español y preferían que no hablase el idioma de sus antepasados. Tantos siglos de humillaciones y desprecios, habían conseguido que los propios indígenas se avergonzasen de su pasado y buscasen adaptarse al mundo criollo, como forma de superación. Siguiendo esa misma lógica, posteriormente sus padres se habían instalado en la ciudad de los recoletos, a 3000 metros de altura.

Yo conocí a Andrés durante el servicio militar. La casualidad quiso que acabáramos en la misma compañía haciendo la formación el uno al lado del otro. Lo primero que me llamó la atención de él, fue su ingeniosa invención con la que se escapaba un fin de semana sí y otro también de la instrucción militar. El truco era sencillo, pero había que tener huevos para realizarlo. Si uno de los reclutas faltaba cinco veces sin justificación alguna, éste era expulsado automáticamente del cuerpo. Si no se tenía el servicio militar cumplido, no se podía uno sacar el pasaporte y viajar al extranjero. No sólo eso, en muchos trabajos era requisito obligatorio el tener dicha cartilla militar. Al cabo de dos meses de madrugar los sábados, comer la mierda de rancho que se nos ofrecía y aguantar a los prepotentes sargentos que se sentían generales de 4 estrellas, presenciamos cómo uno de nuestros compañeros era expulsado de filas por haber excedido el número de faltas. Nadie lo escoltó a la salida y menos aún lo retuvieron en la puerta. Ahí fue donde se le encendió el foco a Andrés. Todos los sábados se presentaba a las 7 y media en el cuartel y, después de que el sargento Gattica leyera la lista de la compañía, el emprendía sus pasos hacia la salida y cuando se le preguntaba su número en la fila y adónde iba, el daba el número del compañero expulsado y decía que se acababa de enterar que ya no podía seguir la instrucción. Cómo los guardias cambiaban cada  semana, casi siempre conseguía salir del cuartel. En cambio, nosotros, el resto de los mortales, nos pasábamos toda la mañana haciendo prácticas de marcha. Aprendíamos algo del plan DN-III para la defensa nacional en caso de desastres y, en general, nos aburríamos soberanamente. Por supuesto, había mucho envidioso que le tenía tirria por lo bien que Andrés se lo estaba pasando, pero nadie fue tan rastrero como para denunciarlo.
   Algunas veces, ya sea por disimular o porque los vigilantes de ese día ya lo tenían muy visto, Andrés se quedaba a la instrucción. De hecho, fue así como nos conocimos.
-¿Cómo se cambia el fusil de hombro? –fueron las primeras palabras que me dijo en toda su vida.
En aquellas escasas ocasiones, yo le daba consejos para evitar que se notase su total ignorancia. Sin embargo, como era muy poco por no decir casi nada lo que aprendíamos en el campamento cada sábado, no le hacían falta muchas indicaciones. La única vez que se lo torcieron fue en una de las excursiones al exterior, que era lo  único útil que hacíamos. Ya fuera limpiando matojos en la tercera sección de Chapultepec o abriendo hoyos para que llegaran las esposas de los políticos y plantaran un árbol, sentíamos que por lo menos hacíamos algo útil. Ni qué decir cuando se trataba de una campaña de vacunación. Fue precisamente un día que teníamos que hacer limpieza cuando se nos ocurrió, ya que estábamos trabajando en una parte frondosa, darnos a la fuga campo traviesa. Nos sentimos muy chingones, pero no contamos con que, a diferencia de lo que ocurría en el cuartel, los cabos fueran a pasar una segunda lista de asistencia. Al sábado siguiente nos arrestaron por abandonar nuestro puesto en el cumplimiento de nuestro deber. Nos tuvimos que quedar toda la tarde, pero lo peor fue comer el rancho de los soldados.    
En sí la comida no era tan repugnante; una sopa de frijoles aguada y unas albóndigas con las que se podía descalabrar a alguien. Lo malo era que no había cubierto alguno. Para comer se tenían que coger un par de tortillas, doblarlas en cada mano y usarlas a modo de cucharas. Empujando con una tortilla los frijoles  o las albóndigas y comiéndolas  con la otra. Claro que los que no teníamos pericia alguna en esa forma de comer, acabamos completamente manchados de la sopa o de la salsa de las albóndigas. En esa ocasión Andrés fue el que me dio consejo. Lo único positivo cuando te quedabas arrestado, era que los oficiales se ocupaban de otros asuntos por lo que los sargentos, al ya no estar ante la atenta mirada de sus superiores, a veces se mostraban más condescendientes. Eran los días de la primera guerra de Irak y no faltaban las cartas malediciosas en las que se decía que nuestro país iba a entrar en la guerra y que iban a mandar a los conscriptos al frente. Sin embargo, la carta que se nos leyó aquella tarde en el cuartel no dejaba lugar a dudas que se trataba de una broma, sobre todo cuando se mencionaba la supuesta dotación que se le proporcionaría a cada soldado.
“Tras un entrenamiento que durará tres meses, los reclutas recibirán resorteras de alto poder y bicicletas con blindaje reforzado, además de un salario mínimo diario y sus respectivos alimentos.”
En aquella ocasión, un sargento decidió divertirse a nuestra costa. Faltaba aún una hora para salir cuando se le ocurrió la idea.
-¡A ver!, chamacos pendejos. Vamos a hacer una carrera. El ganador saldrá inmediatamente del cuartel, el segundo un cuarto de hora luego y así cada quince minutos. Obviamente si sacan sus cuentas uno se tendrá que quedar un cuarto de hora más, pero el resto no tiene nada que perder y puede adelantar tiempo. Digo, si quieren.
Éramos seis, pero sabíamos que “el chancho” Jiménez, dada su gordura, no era contendiente. O sea que en el peor de los casos, si se terminaba quinto la carrera, se saldría a la hora prevista. No lo dudamos ni un instante y los cinco interesados votamos a favor de la idea del sargento, para desconsuelo de Jiménez. Cosas de la democracia.
-En sus marcas, listos, fuera.
Al oír esa orden los 6 arrancamos a correr como si nos siguiera el chamuco. En aquellos días solía hacer mucho ejercicio para estar en forma, a diferencia de ahora que sólo hago levantamiento de tarro en versión libre y me desparramo por los dos lados de la cama. Por eso estaba seguro de que ganaría y no me tomé la molestia de dosificar mi esfuerzo. Al llegar al fondo del patio y darme la vuelta para volver distinguí que sólo Andrés era un enemigo de cuidado. El gordo apenas había recorrido una cuarta parte de la distancia y el resto se encontraba fuera del bien y el mal disputándose la tercera, cuarta y quinta posición.  
Decidí finiquitar la cuestión acelerando al máximo de tal modo que, si Andrés quería alcanzarme, tendría que hacer tal esfuerzo que se quebraría al final. Aceleré al máximo, pero al poco tiempo me di cuenta de que se me había acabado la gasolina. Mientras tanto, mi rival no cejaba en su intento y cada vez me iba ganando más terreno. Percibí que iba a perder faltando 25 metros por lo que, en vez de seguir intentando ir al máximo, disminuí mi velocidad, pero me mantuve alerta para conservar la segunda plaza que no sólo era muy digna sino que me permitiría salir con 3 cuartos de hora de adelanto. 
Andrés se retiró con todos los honores del vencedor. Sin embargo, lo que yo no esperaba era que el sargento también me iba a dejar salir al mismo tiempo. Cuando los demás rezongaron,  Gattica los mandó callar.
-¡Silencio!, chavos impertinentes. A él –refiriéndose a mí-, lo dejo salir porque corrió con huevos y mereció ganar, no como ustedes. Y ya no quiero oír ruido alguno que si no los dejo a todos aquí hasta las ocho.
Por si acaso, no fuera a ser que cambiase de opinión, Andrés y yo nos dirigimos rápidamente a la puerta y empezamos a platicar.
-No creí que me aguantarías el paso.
-Lo que pasa es que yo entreno todas las mañanas, pero hubo un momento donde pensé que ya tenías ganada la carrera. Arrancaste muy recio.
-Yo también entreno todas las mañanas.
A partir de esa mañana empezamos a correr juntos, aunque al cabo de un tiempo cambiamos de hábitos y empezamos a ir de fiestas. Al terminar el servicio militar, Andrés se volvió a su tierra ya que había mucho trabajo en la posada de sus padres y yo seguí mis estudios en la universidad. Al poco tiempo conseguí una chamba de medio día que me permitía trabajar y estudiar y, como seguía viviendo con mis viejos, podía ahorrar casi todo mi mísero salario. Fue entonces cuando se me encendió el foco y decidí ir a conocer el estado natal de mi compadre. Cómo tenía su teléfono le llamé. Después de un rato de estar discutiendo tuve que aceptar su hospitalidad, pese a que no creía que fuera justo que su familia tuviera que cederme una habitación tan sólo por ser compañero de juerga de Andrés. De no haberlo hecho, Andrés y su familia me habrían retirado la palabra, ya que para ellos el no aceptar la hospitalidad ofrecida era un insulto.
Después de 18 horas de viaje en la saeta escarlata y tres paradas, vi como iba creciendo ante mis ojos una hermosa ciudad provinciana, bañada aún por la neblina matinal, que no impedía sin embargo ver los techos de teja inusuales en el país. Nada que ver con el pueblo bicicletero y caluroso que habíamos dejado atrás dos horas antes y que era la capital del Estado. La ciudad de mi amigo Andrés llevaba por nombre el del famoso misionero al que un mediocre historiador español acusara de esquizofrenia, porque no le gustaba las verdades que había denunciado en vida. La pequeña ciudad era un remanso de tranquilidad en aquellos días. El poco turismo que la visitaba consistía en estudiantes hippiosos europeos, mientras que el grueso de los turistas nacionales desconocían completamente este lugar, pese a sus innumerables bellezas naturales que iban desde cañones de cientos de metros de altura hasta lagunas de colores cambiantes, eso sin mencionar las impresionantes ciudades mayas. Y como complemento final, estaba la selva con sus peculiares olores y ruidos. Apenas la visité un día, pero sé que su recuerdo permanecerá en mi memoria hasta mi muerte.
A la edad de 20 años todo es posible. Me había dejado en la capital las señas de la posada de los padres de mi amigo, pero recordaba que la calle era algo así como viejo Paniagua. Luego me enteré de que el nombre real era Flavio Paniagua y la “posada del joven” era en realidad el mesón Jovel. Afortunadamente, el taxista sí sabía adónde iba. En cualquier caso, no acabábamos de salir de la estación cuando vi a Andrés llegar acompañado de una hermosa muchacha europea. No tendría más de 25 años. Era delgada, alta y llevaba su pelo, de color rubio, corto, apuntando hacía todas partes y vestía unos pantalones bombachos de colores llamativos. Empero, su cara era bastante inexpresiva.
-Hola compadre. Mira te presento a Frida, mi novia.
-Hello. How are you? 
-Tranquilo compadre, que ella habla perfectamente español.
-Menos mal, porque acababa de decirle todo lo que sabía de inglés
Tras oír las señas exactas de adónde íbamos, el taxista pasó a burlarse de mí comentando las indicaciones que yo le había dado en un principio, cosa que generó la risa de todos.
Aquella tarde me dormí la siesta tras comer. Estaba destrozado de tanto pinche viaje y al día siguiente haría la primera de mis excursiones a un pueblo indígena de la zona. 
En aquella época, las leyes de los pueblos indígenas de la zona establecían claramente que se tenía que votar por el partido oficial, adorar la religión mayoritaria, que era un sincretismo del cristianismo y de las creencias prehispánicas y quedaba terminantemente prohibido sacar fotos dentro de la iglesia. Debido a que la jerarquía eclesiástica y los prelados habían apoyado a los criollos durante un alzamiento del siglo XIX, algunos de estos poblados se negaban a que entrara cura alguno en sus templos. Resultó toda una experiencia visitar una de estas iglesias. El suelo estaba completamente cubierto de paja; el olor a incienso era muy intenso y, frente a las estatuas de los santos, nunca faltaba un curandero ejerciendo su oficio. Al final de la cura o acto de purificación, se mataba un gallo y se rociaba con su sangre al enfermo. Tampoco faltaba la botella de posh como tributo al santo. En esa ocasión me tocó ver cómo un catalán pendejo era arrestado por fotografiar el interior del templo. Se había sentido muy chingón y llevaba la cámara atada a su cinturón de tal forma que iba caminando con las manos libres y, de vez en cuando, apretaba el botón de manera subrepticia. Cuando lo descubrieron, fue llevado ante el consejo de notables con los que debía disculparse y, tras un par de horas en el calabozo sería liberado. Pero como adoptó una postura engreída  ante ellos, su pena se agravó y tuvo que permanecer un día entero. Luego fue llevado nuevamente ante los representantes y, tras pedir perdón, fue liberado.   
 Así pasaron los primeros días de mi periplo por ahí; entre visitas guiadas por Andrés a pueblos indígenas y conociendo los diversos atractivos de su ciudad. En la noche, visitábamos el único antro abierto más allá de las 12 y que se llamaba “las estrellas”. Era un simpático bar en el que, por un módico precio, se podía oír reggae o música andina según el día de la semana. Finalmente llegó el antepenúltimo día de mi visita y decidimos organizar una fiesta. Yo seguiría haciendo turismo unos cuantos días antes de volver a la capital. Aquella noche fue la única en que realmente peligró nuestra amistad. La cuestión es que la fiesta pronto degeneró en peda y cuando llevaba mi segundo cubata compuesto de 80% de miel y 20% de ron, después de que se hubiera acabado la coca cola, no se me ocurrió otra cosa que intentar ligarme a la novia de mi amigo. Ella me rechazó y yo en un último resto de lucidez me fui a dormir.
Al día siguiente tuve que afrontar una doble cruda. La primera cuando me fui a caballo hacia las grutas. No me considero ningún experto jinete, pero sí tenía la suficiente práctica como para ir a galope en un caballo sin caerme. Con lo que no contaba era con las repercusiones que tendría la borrachera en mi ejercicio. Al poco de empezar, palidecí ostensiblemente y cada vez me fui sintiendo peor. A tal grado llegó la cosa que cuando le dije al mayorazgo que me regresaba en pesero, este no tuvo inconveniente alguno en que le dejara a la entrada de las grutas el equino. Llegué a la posada y nomás entrar sentí la mirada de pistola de Frida. Sin embargo, en ese momento no estaba para reproches por lo que me fui derechito al baño de mi habitación a vomitar. Posteriormente, me encerré y dormí la siesta. Al despertar en la tarde, ya estaba resucitado y  me puse a hacer la maleta. Pero me sentía de la chingada porque ahora sí tendría que enfrentar a mi amigo y huésped, quien seguramente me echaría a la puta calle sin reparo alguno, como correspondía al caso.
La había cagado y tenía que asumir mis actos. Cuando llegué a él y empecé a entonar mis disculpas,  me interrumpió:
-Tranquilo compadre, cuando se está pedo como lo estábamos anoche, se cometen muchas pendejadas. Además, todo el mundo se lo tomó a broma o sea que no hay porque hacerla de tos.
Nunca más volvimos a hablar del tema y nunca sentí reproche alguno de su parte o de su novia. De hecho, él tenía un modo de  hablar –incluso en los momentos más apurados de su vida-, que transmitía sosiego y tranquilidad. Ninguno de los dos dudó en hacerme testigo de su boda cuando se casaron en el D.F. Se habían ido a buscar trabajo en la capital después de que la madre de Andrés echara a Frida, horrorizada por las malas artes que ésta le estaba enseñando a su hijo. Es decir, según ella, Frida estaba pervirtiendo a su hijo, como si este no tuviera ya cierta práctica en el terreno amoroso. Es más, sabido era que las visitas guiadas que organizaba Andrés eran una forma, más que de ganar dinero, de ligarse a las europeas que se hospedaban en su posada.  
 Sin embargo, una cosa era que el joven fuera inquieto y otra muy distinta que lo pillaran con las manos en la masa en la propia habitación de sus padres. Total con una lana que les pasé se fueron a vivir a un cuarto de azotea y cuando ya tuvieron un poco de dinero ahorrado decidieron casarse e irse a Francia, donde según Frida, les iría mucho mejor. El día de la boda, fiel a su costumbre, el Sabas, uno de los amigos de Andrés, se presentó tarde y  también se retrasó la llegada de otro testigo. Por ello tuvimos que salir a la calle, como en tiempos de la güera Rodríguez,  a buscar a dos personas que quisieran presenciar la boda y que tuviesen consigo su cédula de identidad. Nada fácil, pero al final se consiguió. Tras la boda y la lectura del ya caduco texto machista de Melchor Ocampo, nos fuimos a casa de un amigo que fue donde celebramos el banquete.  
Al poco tiempo, la pareja se fue a Francia. No pasaría mucho tiempo para que yo los visitase. Un año más tarde, después de haber estado trabajando 3 años con un raquítico sueldo en un despacho gubernamental, conseguí juntar suficiente  dinero para un recorrido largo por las Europas. Seguía viviendo con mi familia. El trabajo que desempañaba requería de grandes dosis de sicología y diplomacia. Sicología para saber tratar a mi jefa que veía su puesto de trabajo como un consultorio sentimental, y diplomacia para contradecirla sin que le resultase molesto. Es decir había que sugerir la idea, pero quedarse a medio camino para que fuese ella quien encontrase finalmente la respuesta. De esa manera uno no se comprometía a nada. Por lo demás, el resto consistía en responder a llamadas y organizarle la agenda de “trabajo” de la semana.
Cuando llegué a París, nomás salir del avión y pasar la aduana, me encontré con mi compadre sin cuya ayuda seguramente me habría perdido en mi camino hacia la capital gala. En tan poco tiempo, ya había conseguido aprender el suficiente francés como para poder desempeñarse en esta sociedad. En aquellos días, su trabajo consistía en cuidar a un chamaco grosero que, cada vez que no se le cumplía su capricho, le decía a Andrés que era un “salaud”. Una tarde sus jefes salieron de viaje dejándole toda la casa a su disposición por lo que él me invitó a pasar la noche tomando unos tragos.
Antes de empezar nuestra fiesta, me dijo que iríamos al mercadillo a por algo de fruta. Cuando llegamos todos los comerciantes estaban recogiendo la mercancía y dejando en el suelo la que consideraban que no podrían vender al día siguiente. Pensé que nos daríamos la vuelta, cuando para sorpresa mía vi a Andrés agacharse y escrutar la fruta esparcida en el suelo. No sólo eso, sino que se quedaba con los pedazos que le parecían estaban en mejor estado.
-No mames güey, ¿qué haces?
-Lo que te dije. Proveerme de fruta para los próximos días.
-Si no tienes dinero te puedo dejar algo –dije generosamente, esperando al mismo tiempo que rechazara mi oferta.
-Tranquilo compadre. Es la forma en que me alimento aquí. El salario que me pagan estos pinches cabrones no me alcanza para mucho, así es que tengo que buscar como aligerar mi presupuesto.
-Pero Andrés esa fruta no está en buen estado. Si no los vendedores no la habrían tirado.
-Lo que pasa es que estos europeos se han vuelto unos tiquismiquis con la comida.
No muy convencido por las aclaraciones de mi amigo, fingí durante un rato que buscaba piezas en buen estado y al final nos fuimos a la casa de la familia cuyo hijo estaba cuidando. Empezamos a chupar como de costumbre, en la habitación de Andrés. De repente, no sé cómo la puerta se cerró y nos quedamos atrapados en su interior. Después de un rato de deliberaciones en las que, según bebíamos, iba creciendo la incoherencia de nuestras ideas, empezamos a vislumbrar el saltarnos a través de la ventana a la terraza del salón, pero finalmente desechamos la idea no sólo porque la caída era muy alta, sino también porque no teníamos la certeza de que se pudiera abrir la puerta corrediza del salón. Otra de mis sugerencias fue llamar la atención a los transeúntes y, cuando algún alma caritativa se fijara en nosotros, echarle las llaves para que subiera a rescatarnos. Pero era poco probable que alguien se prestase a ayudarnos.
Tuvimos que pasar a la solución final. Romper la puerta por la parte del picaporte para poder abrirla manualmente. Mientras que Andrés golpeaba con su martillo y desatornillador yo seguía chupando su ron que me recordaba al brebaje de mierda que tomara años atrás en su ciudad natal. 
-Este podría ser el argumento de una película de terror.
-No mames que terror puede haber en que dos pendejos se queden atrapados -le respondí.
-No, el terror vendría de mostrar cómo poco a poco los dos pendejos van cayendo en la desesperación porque nadie les ayuda hasta llegar al canibalismo y luego hacer una toma general para que se supiera que esto ocurre en la ciudad con lo que se incidiría en la soledad y nula solidaridad que se vive en las grandes urbes.
-Mejor sigue dándole a la puerta no sea que acabemos comiendo Andrés bañado en ron.
Después de un rato de estar batallando y unas cuantas “chingada madre” producto de los golpes que se estaba propinando en su propia mano Andrés al intentar darle duro a la puerta, finalmente quedó al descubierto el mecanismo del picaporte. Luego me contó que sus jefes, o sea los padres del niño repelente, se habían cabreado muchísimo con su proceder y hasta le habían descontado parte de su salario para pagar el picaporte. Pero mi compadre no estaba como para ponerse digno y renunciar. Necesitaba la lana. Ya se había hecho demasiado tarde para ir a la casa donde me hospedaba en metro por lo que Andrés decidió acompañarme a pie.  Después de subir las interminables escaleras de Bellevue, encaminamos nuestros pasos hacia el Marais y de ahí a Saint Michel donde nos tomamos un trago antes de seguir con nuestro camino. Sin embargo, yo estaba ya bastante cansado y a las 3 de la mañana decidí parar un taxi que nos llevara hacia Mairie d’Ivry que era donde se hospedaba mi huésped. Andrés me acompañó y pasó el resto de la noche en esa casa. En otra ocasión, durante ese mismo viaje, me enseño una de sus tácticas de abordaje en el metro. Íbamos de una punta a otra de Paris en el metro y al lado de nosotros se sentaron un par de muchachas de buen ver. Empezó por preguntarles, en su chapurreante francés, como se iba al lugar adonde nos dirigíamos para pasar, sin intermedio o publicidad alguna, a preguntas sobre ellas. Luego me contó que esa técnica de hacerse el pendejo y resaltar el hecho de que se venía de México solía darle buen resultado.
-Para ellas somos algo exótico. Muchas veces he conseguido tener ligues de una noche así.
 El caso es que en esta ocasión parecía que la técnica le había fallado. Lejos de seguir el itinerario establecido por ellas empezamos a perseguirlas por todo el metro parisino. En la persecución, Andrés se dejó en uno de los trenes un macuto en el que tenía su pasaporte y credencial de la biblioteca a la que solía asistir, pero en ese momento, no le importó. Lo tomó como una baja necesaria en la guerra amorosa que seguíamos contra las gabachas.
-No importa sigue adelante, que creo que ya las tenemos.
-No mames, si estamos intentando ligarlas, no arrestarlas.
Yo estaba cansado y con la sensación de que las habíamos perdido. Al bajar en la última estación de la línea echaron a correr y las perdimos de vista.
-Ya ni pedo. Lo mejor será que llames a objetos perdidos si recuerdas en que trayecto te dejaste la bolsa.
Llegamos a la cabina y ya Andrés iba a empezar a marcar cuando sentimos los dos como un par de manos nos tapaban la cara. Nos volteamos y las vimos sonrientes. Empezamos a besarnos ahí mismo. Y así seguimos hasta el día siguiente en el que abandonamos la casa de una de las muchachas cuyos padres estaban de vacaciones. Lo había visto actuar con mis propios ojos, pero nunca me expliqué como conseguía con esa mirada caída ligarse a tanta vieja buena como lo ha hecho a lo largo de su vida. No fue hasta que nos separamos de Françoise y Christine que me acordé de Frida y eso que había sido uno  de los testigos.
-Nos divorciamos a los nueve meses de haber llegado aquí. Ella busca cierta estabilidad y yo quiero seguir rocanroleando. Pero seguimos siendo amigos. De hecho si pasas por Toulouse te puedes quedar en su casa.
-¿No se sentirá incomoda conmigo?
-Tranquilo mano, eso ya es agua pasada.
Al volver de España donde había visitado a mis tíos y primos, que sólo conocía de las fotos del salón de mi casa, la primera ciudad que visité fue Toulouse. Lo que no me había dicho Andrés era que Frida trabajaba en una discoteca por lo que no llegaba a casa hasta altas horas de la noche.  Afortunadamente, sí tenía el código de acceso del departamento por lo que me metí dentro y busqué el piso de mi amiga. Ya había dormido una noche entera en la calle y la experiencia había sido nefasta. Tras París me había ido a Ámsterdam a fumarme unos porros y visitar los dos museos principales de la ciudad.  Luego encaminé mis pasos a Aviñón, pero llegué ya noche y todas las camas del albergue estaban ocupadas por lo que, vistos los prohibitivos precios de los hoteles, había acabado dejando mis cosas en un locker y tras la amable invitación hecha por las autoridades locales me había dirigido con un grupo de árabes a la calle donde habíamos juntado unos cartones para pasar la noche en la que, obviamente, apenas dormí.
Sobre las dos de la mañana me harté de estar esperando  en el rellano salí a buscar tabaco.  Todos los bares de la zona estaban cerrados. Previamente esquiné mis maletas a la puerta de mi amiga. Con esa estúpida confianza que se tiene en la juventud no temía que me las robaran. Pesaban demasiado. Caminando me acerqué al puente de la avenue de la république y ahí me encontré un clochard. Me puse a platicar un rato con él. En aquellos días, antes de que me institucionalizaran, era capaz de platicar con cualquiera.
Ahí estuve un rato escuchando las penas del pobre hombre. En aquellos días estaba de moda el escándalo del Olympique de Marsella que finalmente sería sancionado por adulterar la competencia con sobornos. Sin embargo, el presidente del club había interpuesto un auto ante el juzgado y la FIFA, con sus técnicas mafiosas, había amenazado de eliminar a Francia del mundial sino se retiraba la demanda. Finalmente el dueño  decidió no pelear en los tribunales para dárselas de héroe sacrificándose así por la patria. Su “gesto heroico” resultó intrascendente, pues  ese año Francia no calificó.
-Y ahora ese hijo de puta pretende hacerse pasar por una víctima cuando es un desgraciado ladrón sin moral. Pero ya verás –me decía el mendigo-, como finalmente no le hacen nada y a mí por robarme una barra de pan me jodieron más de un mes.
Al ver que a mí me daba igual las cuitas del presidente del OM , el clochard decidió emprender la retirada. No obstante me invitó generosamente a pasar la noche con él en el sitio donde “scuateaba”. Rechacé la invitación y me dirigí nuevamente al edificio de mi amiga sin saber si ya habría vuelto o qué pedo. Toqué a su puerta y una voz agria me contestó desde dentro.
-C’est qui?
-¿Frida?
Finalmente entreabrió la puerta.
-Patricio, ¿qué haces aquí?
-¿No te dijo Andrés que venía?
- Si, algo me mencionó, pero nunca me dijo cuándo. Pasa.
Jalé mi petate pa’ dentro y después de un ratito de plática en el que me comentó  lo del trabajo en la discoteca y repasamos a modo de curriculum nuestras vidas, nos retiramos a dormir. Yo estaba molido del viaje desde Burgos y Frida acababa de terminar su jornada laboral. Durante los siguientes días, ella, en función de su horario me acompañó a visitar la ciudad donde la vida es en rosa dado el color de las piedras con las que hicieron en su día sus impresionantes catedrales y basílicas. En cualquier caso, esta visita no programada –desde el punto de vista de Frida-, me sirvió para corroborar que en efecto no había ninguna mala predisposición de la parte de ella hacia mí. Finalmente volví a París para de ahí volver a México. Nuevamente mi compadre me recibió en la estación. Cuando el taxista me quiso cobrar un suplemento por las maletas, él se pudo a discutir a viva voz y me consiguió un buen descuento. 
-No veas la regañiza que me echaron mis jefes cuando vieron la puerta. Y lo peor es que lo hicieron frente al chavito con lo que ahora cada vez que quiere joderme me llama machacapuertas.
-En todo caso supongo que no pensarás pasarte el resto de tu vida cuidando a mocosos impertinentes.
-No claro, pero la neta es que no está fácil conseguir empleo. De hecho mi primera chamba fue en la calle.
-¡No manches!  A poco estuviste vendiendo tu cuerpo.
-No seas pendejo. Me habría muerto de hambre de haber seguido esa estrategia. Mi primer trabajo consistió en pedir en la calle. Me presentaron a Ernesto y me dijo que lo siguiera si quería trabajar. Entonces lo acompañé y, cuando llegamos a la rue Saint Honoré, a la altura del Louvre, me dijo: “Aquí vas a trabajar. Extiende la mano y ponte a pedir. ”
-¿No pensaste en volver a tu casa?
-No. Intenté vender el boleto de regreso que estaba abierto pero no se podía. Me daba vergüenza pedir, pero más vergüenza me daba tornar derrotado y divorciado, que mi familia me pudiese decir el consabido “te lo dije”. Como me estaba muriendo de hambre no tardé en cambiar de opinión.  Y no te creas se saca una buena lana, hasta unos 8000 francos si te dedicas de tiempo completo. Claro que como a mí me ven joven no tenían muchas ganas de ayudarme por lo que, cuando supe suficiente francés me busqué esta chamba de niñera. En todo caso, si veo que no me sale nada me voy a ir a gringolandia.
Esa fue la última vez que lo vi en siete años. Al poco tiempo de volver a México dejé de recibir misivas suyas. Durante un tiempo tuve algunas noticias por Frida. Así supe  que se había ido a vivir a un edificio abandonado con muchos árabes y, como éste se encontraba en un barrio comunista el “maire” no sólo no los había echado, sino que les había legalizado su situación a cambio de una renta ridícula. También supe que había tenido una hija con una muchacha dominicana que le había acabado echando un macetazo a la cabeza tras un ataque de celos, después de que Andrés recibiese una visita de su ex esposa.
-Según me comentó Andrés se puso como una tigresa en celo y no conforme con abrirle una brecha, le dio un par de patadas cuando ya estaba en el suelo.
-Eso le pasa por andar jugando con fuego.
-Pero si no hicimos nada. Tan sólo le pedí posada para no gastar en alojamiento.
-Seguro y tú limonada de qué la quieres.
-Qué tonto eres cuando quieres. 
Pasaron los años  y ya me había hecho a la idea de no volver a verlo cuando una mañana sonó el timbre de mi casa. Abrí y casi me desmayo cuando lo ví con su macuto marinero. Estaba más delgado que nunca. Llevaba una barba de profeta recién salido del desierto y su tez  lucía un color blanco verdoso que a primera vista creaba repulsión. Para completar el cuadro, llevaba tenía cicatrices tanto en los brazos como en la cara. Por primera vez lo vi derrotado y cansado. Tenía un ligero temblor de dedos y fumaba como chino en quiebra. Apestaba. Aunque luego me explico que eso se debía que acababa de hacer todo el viaje en camión desde Portland a México.
-¿Cómo supiste dónde vivo?
-Conservo el teléfono de tú mama.
-Debe ser bastante bonito recorrerte todos los Estados Unidos en autobús.
-Síii pues, pero al final te acabas sintiendo culeado, como si te fusionaras con el pinche asiento. Y es entonces cuando valoras en su justa medida las palabras del filósofo de Huemes: “Ese camino no va ni viene. Ahí está nomás.” Pero es cierto, es bonito ver cómo va cambiando la cosa conforme pasan las horas y los días desde los paisajes verdes y frescos del norte hasta llegar al ardiente desierto por la parte de Arizona.
Mantenía el tono de voz sosegado e incluso jovial que siempre le había conocido. Le ofrecí que se quedara unos días en la casa.
-Te lo agradezco mucho tengo que ver algunas personas en la capital.
No quise emprender en ese momento el recuento de nuestras vidas desde el momento en que nos habíamos dejado porque, pese a las ganas de conversar, era evidente que Andrés estaba para el arrastre. Por lo que lo invité a ducharse y tras una cena opípara –de las que él ya no conocía-, dejé que se durmiera. No fue sino hasta el día siguiente en que empezamos a recapitular nuestras historias de los últimos quince años.  
Por mi parte, no había gran cosa que contar. Me había graduado en la Universidad, había empezado a trabajar con mi padrino en su editorial como abogado del sello y, finalmente estaba en vísperas de casarme con una muchacha perteneciente a una familia de clase alta. En 5 minutos había resumido mi vida. 
-Después de que nos despedimos en París, estuve dando tumbos. Cómo sabrás por Frida, conseguí meterme en un edificio abandonado con otros inmigrantes árabes y así conseguí un domicilio fijo. Pa’ colmo de suerte, un francés hijo de gachupines al que le caían bien los mexicanos, me contrató en su agencia de viajes. Con eso completaba la cuadratura del círculo en mi integración con los gabachos. El único pedo, por aquella época, fue que conocí a Marian. Una dominicana mulata que estaba buenísima, pero también loquísima. No me dejaba respirar. Controlaba todos mis movimientos en la medida de lo posible, ya que no vivíamos juntos. Para cuando recibí a Frida, ya sabía que eso ocasionaría el final de nuestra relación –aunque Frida y yo no llegamos a hacer nada. De hecho no la desmentí en su creencia de que le había puesto los cuernos.
-Y así te fue que para obtener tu libertad tuviste que contribuir con tu propia sangre.
-Así es, pero eso no hizo más que hacer inevitable cualquier retorno. Ya tenía un pretexto para mandarla a la verga.
-Lo malo y bueno fue que al mes me vino con que estaba embarazada. Digo malo porque eso no impide que tengamos que tener cierto nivel de contacto. Pero, por la otra parte, Victoria, mi hija de 5 años, ha sido un sostén a lo largo de todos estos años. He cometido muchas locuras, pero nunca acabé de caer porque sabía que ella existía y necesitaba mi ayuda primero económica y, más tarde, también la ayudé cuando su madre se relacionó con un militar que quería imponer la disciplina castrense. Tuve que calmar al pendejo ese haciéndole ver hasta dónde podía llegar.
-No te veo agarrándote a putazos.
-Nada de eso. Contraté un detective que consiguió sacarle unas fotos comprometidas y luego lo chantajee. Ya ves qué sencillo. No es que esté orgulloso de mi proceder, pero por mi hija lo que haga falta.
-¿Qué tipo de locuras hiciste? Digo, aparte de contratar al detective.
-Pues por ejemplo irme a Alaska a trabajar  y de ahí a una plataforma petrolera. Ganaba un chingo de dinero y eso que mi trabajo era de camarero, pero lo malo es que son tan duras las condiciones que, a poco que tengas un tiempo para divertirte te lo fundes todo en viejas y drogas. 
-Y, ¿cuál es la siguiente locura que tienes proyectada?
-Se me acabaron las ganas….
-No mames, a poco.
-Mejor dicho me quitaron las ganas de un plumazo. Cuando me echaron  de mi trabajo en Alaska porque me sorprendieron fumando un toque, me fui a Portland donde vivía mi primo. El caso es que no llevaba ni una semana ahí que ya había conseguido una modesta chamba en un Burger King. Ya sabes mi modus operandi, primero me establezclo y luego amplío mi capital. Pasaron unos cuantos meses en que me fui asentando y si bien era consciente del aumento de ataques racistas de skinheads en los estados unidos a establecimientos controlados por trabajadores inmigrantes, me sentía seguro en Portland donde los mexicanos éramos una minoría y se puede decir que había una sana convivencia con los demás. Pero pronto pude comprobar que me equivocaba. Un día, cuando ya estábamos a punto de cerrar el changarro, oímos unos disparos que impactaron en la cristalera frontal del antro. Afortunadamente, yo me encontraba en la cocina y, en vez de hacerme el machín, decidí que patas para que las quería. Me eché a correr hacía la puerta trasera y logré salir justo antes de que los skins me cortaran la escapatoria. Sin embargo uno de los hijoputas me siguió. Iba armado y empezó a tirar hacía mí mientras corría. Yo creo que estaba colocado porque la neta tiraba más bien a lo loco. Pero en un momento dado, se paró, apuntó y me metió un tiro en la pierna. Afortunadamente fue una herida limpia y no tocó la femoral. Pero aún así trastabillé y me vine abajo. Esta vez si estaba jodido. Lo veía cómo se acercaba para rematarme sin poder huir. Cuando estuvo encima de mí movió su brazo hacia delante apuntándome a la cara y yo, como mero reflejo me tapé la cara con mis dos brazos. Para no hacerte el cuento largo, el pendejo disparó los dos tiros que le quedaban. Uno de ellos me dio en el codo y el otro me rozó la sien dejándome esta cicatriz que me ves. Sin embargo lo más milagroso fue que, cuando estaba recargando el arma para rematarme sonaron las alarmas de una patrulla de la policía. El skin se fue corriendo mientras gritaba: “!Fuck¡ I’ve missed him”. Fui el único que la libró
-Como no podía ser de otra manera.
-¿Qué quieres decir?
-Que estés como estés, siempre acabas librándola.
-Sí, supongo que mala hierba nunca muere. Lo bueno del asunto es que conseguí una muy buena indemnización y también conseguí una terapia totalmente gratuita que me ayudó quesque a superar el trauma y sobre todo, a desengancharme de las drogas. No quiero dármelas de valiente, pero te juro que no me han quedado secuelas del incidente. Simple y llanamente porque yo ya había vislumbrado mi muerte y esto es cómo si alguien me hubiese dado una segunda oportunidad. Estoy eufórico y voy a aprovechar cada momento que me queda. Voy a volver a mis orígenes. Regresaré a casa de mis padres y volveré a organizar viajes para los turistas. Sólo que esta vez pretendo hacerlo a lo grande.
-Igual a tus padres no les hace mucha gracia la idea. Igual quieren llevar wsu negocio tranquilamente como lo han hecho los últimos 20 años.
-Si ellos fueron los primeros que me lo sugirieron cuando aún estaba en París. No veas cómo ha crecido mi estado a raíz del alzamiento guerrillero. De hecho la posada ya no es una sola sino dos y las han reformado para que tengan todos los servicios de un hotel. Por otra parte, ahora sé cómo se desenvuelve ese negocio. Ya ves que estuve trabajando en eso y, a pesar de todo, la ciudad sigue careciendo de servicios para los turistas. Visitas guíadas y esas cosas. Y ahí es donde entro yo. Por una parte, voy a aprovechar mis relaciones con mi antiguo jefe para intercambiar turistas y que me promocioné allá 
-¿Te hace falta algo?
-No, sólo quería verte antes de volver a mi tierra. Sabes la primera vez que te vi en el ejército, pensé que tú ibas a ser el hijo de puta que me iba a delatar con el sargento Gattica de que me escapaba del servicio. 
 -Alguna vez estuve tentado. Con tanta pinche preguntita que me hacías  me desconcentrabas, pero al final siempre me contabas un chiste y se me pasaba el enojo.
-Eso sí, si algún día tengo un pedo jurídico, si me demandan por ejemplo porque un turista fue devorado por un jaguar, supongo que puedo contar con tu ayuda.
-Si lo que quieres es acabar en la cárcel, desde luego.
A los pocos días nos separamos, pero esta vez con la convicción de que seguiríamos hablándonos y viéndonos a lo largo del tiempo. Suspuse que con sus cicatrices ya no volvería a tener éxito con las mujeres, pero me equivoqué de lleno una vez más.
-Tranquilo compadre, no veas como las atrae el que tengas un par de rayas en el cuerpo. Ya sea que les despierta su instinto maternal o porque les parece que eres un ser misterioso, el caso es que caen como moscas. En un mes ya me he ligado a una gringa y  a una canadiense.
LOMBERA’ 2010




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