Tuesday, January 10, 2017

VIAJE POR EL MAR AMARGO

Encendí un cigarro mientras oía los pasos de Cristina alejarse. Lo había dejado años atrás, pero qué coño, si iba a morir porque no disfrutar de la vida el tiempo que me quedaba. Empecé a oír otros pasos, firmes y fuertes, sobre la crujiente tarima. Me senté en la cama de espaldas a la puerta. Cuando ya estaban muy cerca se detuvieron y sentí entonces el escalofrío de la pistola fría en mi nuca.
-Aquí estás. Acabas de follarte a la tía más rica y viciosa del mundo en todas las posiciones durante los últimos dos días y ahora, siguiendo tus deseos por los cuales pagaste por adelantado, te voy a matar. Por eso te encuentras ahora con mi pistola en la nuca. Claro está que si has cambiado de opinión, no sigo adelante, pero sólo te devuelvo la mitad del pago. Tú verás.
        -Aguántame un rato.
        -De acuerdo, estaré en la cocina.
        ¿Cómo he llegado a este punto? En qué momento decidí contratar a un asesino a sueldo y una supermodelo para alegrar mis últimos días. Pensar que unos meses atrás, pese a mis problemas, me sentía el rey en China. No es que Shanghái sea una ciudad alegre, pero sí resulta una de las más estimulantes. Me recuerda el DF en donde vivía a tope; me sentía capaz de cualquier cosa. No como en estas pinches ciudades europeas en las que pareciera que toda tu trayectoria está ya definida y nunca vas a poder aspirar a nada; sobre todo si se trata de algo nuevo. Es cierto que los pinches olores de la ciudad china no son los más agradables que digamos. Cualquier parte a la que iba, durante la primera semana, me parecía percibir una mezcla de mierda y comida. En mi departamento era peor aún la cosa. El suelo de los pasillos y de las zonas de los ascensores variaban según el piso en el que te encontraras. Una vez, por despiste, me fui al penúltimo piso y me encontré con un más que decente suelo de loseta roja acompañado de unas plantas, a diferencia del de mi piso que era de vil cemento y cuya decoración se reducía a los basureros comunales. Por la parte del ascensor teníamos toda la mierda del edificio, sin embargo, por la parte de las escaleras, estaba la mierda que generaban por si solos mis queridísimos vecinos.  No sé qué era peor. La primera vez que llegué ahí pensé en lo caro que sale lo barato como dice el refrán. Sin embargo, el departamento sí tenía todo lo que quería. Tele y video, lavadora y maquina de secar, cocina y sobre todo una cinta de correr, además de los muebles necesarios. Tuve que pasar todo el fin de semana limpiándolo, pero al final no me resultó desagradable. Al principio intenté darle un repaso cada fin de semana, pero cuando ya me quedaban quince días y me faltaba una visita a Hong Kong de varios días, decidí dar rienda suelta al alien para que se volviera a apoderar del lugar.
        El viaje a la isla fue lo que más disfruté de todo el viaje. En apariencia era como estar en un Londres tropical, pero lo que me hacía sentir vivo era el simple hecho de poder comunicarme con quien quisiera en inglés. No todos lo hablaban, claro está, pero sí lo chapurreaban en el peor de los casos. De lo único que sí me arrepentí en ese viaje fue de la visita al monasterio budista situado cerca del aeropuerto. Tenía una reunión muy cerca de China continental y luego tendría que desplazarme otra hora en transporte público para llegar a la estación donde se tomaba el teleférico que, finalmente, me llevaría al templo. En el camino de ida me puse a platicar con una muchacha que se encontraba a mis espaldas y, puesto que había recuperado la posibilidad de comunicarme fluidamente con el resto de la humanidad, quise hacer uso del habla. Apoyé mi espalda a la ventana y me puse mis piernas encima del banco; solo los pies sobresalían. El pretexto sobraba, pero como en un momento dado había una bifurcación en el camino, le pregunté si había tomado el tren correcto. Ella me dijo que sí y aprovecho para preguntarme que de donde era. Jugué a las adivinanzas un rato y, finalmente, le dije que era mexicano. Podría haberle dicho que provenía de cualquier país europeo, pero pensé que para una china sería más exótico decirle mi verdadero lugar de proveniencia. Al mismo tiempo, pase mi brazo por encima del respaldo del banco, le puse la mano en el hombro y le dije, en tono tranquilizador, que no se preocupase porque no había estado en mi país desde hacía dos años. Eran los días de la influenza y los chinos y los hongkonitas estaban histéricos con el tema de la plaga apocalíptica. Se pensaban que todos actuarían igual que ellos con la crisis aviar, escondiendo las cifras a los organismos sanitarios. De hecho, estoy seguro que no me habrían dejado entrar si hubiese presentado mi pasaporte mexicano en la aduana. Una noche, durante los primeros días en Shanghái, me intoxiqué con una lata de atún en mal estado. Mi primera reacción fue ir al médico y, de hecho estaba muy cerca, de un hospital en el que hablaban inglés. Pero después de reflexionar un poquito cambié de opinión. Acabarían pidiendo mis papeles y viendo que nací en chilangolandia, y eso acompañado de la fiebre que tenía, sería motivo suficiente para aislarme una semana. Cómo sabía la causa de mi enfermedad o al menos me latía que se trataba de una gastroenteritis, decidí aguantarme toda la noche a ver qué pasaba. Poco a poco fue cediendo la fiebre y, al día siguiente ya estaba bien, aunque cansado. A la vuelta de Hong Kong, me hicieron pasar 3 controles. Uno con el termómetro laser antes de subir en el avión. Otro al llegar a Shanghái en el avión y nuevamente con el mismo termómetro. La peculiaridad de este segundo control era que los que lo hacían iban preparados para una guerra bacteriológica con todo y escafandra. Si un solo pasajero daba positivo, se empleaba entonces el termómetro de mercurio tradicional. En caso de persistir la fiebre del susodicho, todos los pasajeros eran debidamente puestos en cuarentena. Pero, por si no fueran pocas estas medidas, todavía faltaba, al llegar a la aduana, pasar por debajo del arco térmico. Como si en 5 minutos fueran a mostrarse los síntomas de la enfermedad. Tras tranquilizar a la muchacha iba a retirar mi mano de su hombro, pero ella la cogió con sus dos manitas y me dijo que me iba a leer la mano.

Empezó con las típicas frases de si había roto muchos corazones, que si estaba muy solo, que me encontraba en una encrucijada de la que saldría adelante muy exitosamente, que si conocería pronto a alguien especial. Al mismo tiempo que me iba diciendo esto, apuntaba cada una de las líneas de mi mano oprimiéndolas, realizaba un masaje sensorial que poco a poco, me fue provocando una erección. Pese a no poder ver mi miembro por el banco que nos separaba ella sabía que me estaba empalmando. Tenía esa risa traviesa que tanto me gusta en las mujeres o quizá me estaba poniendo colorado como sucede cada vez que me pongo nervioso. Pero no recuerdo sentir ningún calentón en la cara. No, ella sabía los resultados de su masaje. Ni siquiera los placenteros foot massaje habían resultado tan estimulantes. Finalmente acabó su terapia y me pidió la otra mano, pero yo me hice el pendejo y seguí platicando como si no le hubiera entendido.
-You know the best thing that has happened to me in this trip was…
-To meet me –dijo ella completando la frase.
 Soltamos una carcajada al mismo tiempo, pero yo sabía que no era un chiste. Habíamos llegado a nuestra estación. Ella se dirigía a su examen de admisión en la Universidad para cursar diseño gráfico y yo tenía que subirme para reunirme con una importante empresa constructora británica con la que quería hacer una alianza estratégica para mandarles clientes del país. Podía haber mandado a la verga a los de MIKO o incluso, sin desatender la chamba, quedar con ella para tomar algo después de su examen y celebrar su ingreso en la Universidad. Y por supuesto, de ahí nos podríamos haber ido a cenar para acabar en la cama de mi hotel follando salvajemente frente a la bahía. Pero no, mi reciente divorcio me tenía jodido. Mis numerosas ausencias por viajes de trabajo alrededor del mundo habían minado el cariño de mi esposa hasta que conoció a otro y decidió divorciarse sin mediar terapia ni nada. Acabé hartando a mis amigos contándoles siempre las mismas cuitas y antes de mi viaje a China, procuraban darme la vuelta cuando les hablaba de quedar. Estaba todavía en la fase de relamerme las heridas en lugar de la de divertirme para olvidar y la dejé escapar. Todavía ella hizo un intentó preguntándome qué era lo que realmente me gustaba hacer, a lo que le respondí pintar.
-Oh, really, painting is a passion for me. It’s a real pleasure to meet you.
Intercambiamos tarjetas, pero sabía desde ese mismo instante que nunca la volvería a ver. O al menos no haría nada por reencontrarla. Así es. Como un boludo dejé que se me escapara la trucha de entre las manos. Peor aún, simplemente no quise tirar el anzuelo. Y en cambio, después de la reunión, sí cometí la cagada de ir, con todo y el maletín del ordenador  desde el norte de Kowloon hasta Lantau para ver un buda hecho en los años ochentas. Por supuesto pensaba que era un templo antiguo, pero naranjas de la china. Nunca mejor dicho. Al final, después de subir los cientos de escalones, con traje y corbata y cargando el portátil acabé tan cansado y decepcionado de mi propio proceder que decidí volver al hotel sin siquiera visitar el interior del templo. Me prometí que nunca más dejaría escapar a una tía de esa manera. De hecho, ahí fue donde pasé a la segunda fase en el proceso de olvido de una ex que debe sufrir un divorciado. Empecé a divertirme sin pensar en el antes y el después sólo el momento presente.
Había otra razón por la cual quería estar solo en la habitación y era para poder hablar, como todos los días desde mi llegada, tranquilamente con mi hijo. Como vivíamos cerca de la casa de mi suegra, ella recogía todos los días a Martín para llevarlo a tomar la merienda y, posteriormente, devolverlo al colegio donde lo recogía su madre en la tarde o, ocasionalmente, yo.
Por supuesto que en innumerables ocasiones le habíamos dicho a la abuela que no hacía falta que recogiera al enano, pero ella siempre respondía con la misma frase:
-A saber qué porquerías les darán en el instituto. ¿Con quién va a estar mejor que con su abuela?
Había perdido a su marido no hacía mucho tiempo. En el fondo, su nieto era un consuelo; una fase de transición que le ayudaba a superar la reciente pérdida. En la tarde su madre, después de recogerlo, lo solía llevar al parque y ahí fue donde conoció a Rubén, ya que él era quien solía pasar mayor cantidad de tiempo con su hijo. Yo pasaba mucho tiempo viajando por mi trabajo y Rubén era divorciado. Una cosa llevó a la otra; el roce generó el cariño y finalmente, Alejandra procedió a notificarme mi orden de desahucio. En realidad, él sólo vino a ser una especie de catalizador de nuestra ruptura. Nos habíamos instalado en la rutina y si bien siempre se guardaron las formas entre ambos, ya no había nada.
Las formas siempre fueron la obsesión de mi esposa. No había que alzar la voz, no se podía comer si la mesa no estaba debidamente puesta con tendedores, copas y cucharas por más que lo que se fuera a tomar fuera una pizza. No se podía expresar ningún signo de pasión, ni siquiera un beso en público. Era una vida de plástico, como diría Rubén Blades. Aparentemente todo nos iba bien. Ambos teníamos trabajos muy bien remunerados, vivíamos a todo tren y, por si fuera poco, la vida nos había bendecido con un hijo precioso; más bueno que el pan, una sirvienta de planta etc... Pero esa apariencia de oropeles escondía un ambiente maniqueo en el que costaba respirar. Lo peor no era siquiera mi relación conyugal porque, a pesar de todo, siempre nos quisimos. Otra cosa es que no supiésemos avivar o encauzar nuestra relación y que dejásemos que se fuera apagando poco a poco. Lo peor era el ambiente en el que nos movíamos, sobre todo para mí. Siempre estaban ahí esos hijos de puta haciéndome ver que no pertenecía a su casta divina. El hecho de que procediera de la una clase media acomodada y que, cuando me casé ya tenía un alto cargo con una buena remuneración no bastaba. Parecía que me hubiese colado en una corte aristocrática. Como si todos ellos fueran mejores que yo por ser ricos. Además, todos sabemos de dónde proceden algunas de esas inmensas fortunas. Tráfico de armas, negocios de diamantes con los sudafricanos en los años del apartheid y, de hecho, no me extrañaría que alguno estuviese metido en drogas. Como decía, mis meritos no bastaron. Ni siquiera guardaron el recato en la boda y entre ellos comentaban que yo había dado un braguetazo. Me recordaban a los ricos de México que, como decía un amigo, se sentían orgullosos de pertenecer a una “aristocracia pulquera”, como él la llamaba. Tarde o temprano uno de los dos habría tomado la decisión. En cierta forma fue un alivio el divorcio. Ya no tuve que volver a ver a ninguno de esos hijos de puta.
Algunas veces, ante ciertas insinuaciones me daban ganas de repetir lo que había hecho la noche de mi primera gran borrachera; la primera vez que perdí el sentido. Darles una gran patada en los huevos así como había destruido ese escaparate del centro. Resulta curioso que haya acabado levantando escaparates cuando antes los rompía. Supongo que eso es lo que llaman karma. Acabábamos de empezar en la carrera y nos reunimos para celebrar el cumpleaños de uno de nuestros compañeros.
El caso es que empezamos pisteando unas cervezas inocentemente, hasta que vimos a Xochitl entrándole solita a una botella de tequila. Nuestro orgullo de machos bebedores estaba tocado, por lo que tuvimos que subir el listón y nos pasamos al ron, mientras Xochitl ya llevaba a, su ritmo lento pero seguro, media botella de sauza blanco. Empezamos con las cubas y cuando la cosa empezó a desvariar cambiamos a unos mojitos hecho sin azúcar y con cilantro a modo de adorno. Para esas alturas, ella ya casi se había acabado la botella. Finalmente, decidimos que si no podíamos vencerla lo mejor era pasarse a su lado. Abrimos otro tequila, pero no sé quién fue el pendejo que todavía quiso retarla una vez más a un concurso de hidalgos. Y eso sí ya fue el acabose.
Después de tres rondas salvajes en el que, en el espacio de servir la bebida, tan sólo repetíamos como idiotas: “De hidalgo, de hidalgo”, no sé por qué me dio por gritar que nosotros éramos los neo goliardos; comentario que cayó en gracia y fue repetido varias veces. De lo demás, no me acuerdo, sólo sé que desperté a las 4 de la mañana en un coche rodeado de extraños, que me habían quitado mi dinero –ellos decían que se los había dado para ir de putas, igual da-. En un principio la idea me animó, pero al ver las técnicas de acercamiento de mis compañeros, me convencí de que esa noche no conseguiríamos nada:
-Hola guapa, ¿quieres venir con nosotros?
- Cuanto traes.
-Esto –decía mostrando el dinero.
-Va. ¿Quién va a ser el afortunado?
-Venimos con el equipo completo.
Al ver que éramos cuatro las putas se alejaban con toda la razón del mundo. Fue en ese momento que tuve una iluminación y me di cuenta que lo mejor sería que me largara. Les agradecí mucho que me recogieran de la calle. Ellos me ofrecieron darme parte de lo que ya les había dado para poder tomar un taxi, pero solidariamente con la causa, dejé que se lo quedaran todo.
Cuando me vio bajar del coche, la prostituta se me acercó y me dijo:
-Si quieres a ti te hago un descuento especial, papacito.
-Lo siento, pero no tengo nada.
-¡Qué pena!
Me subí en el taxi sabiendo que al llegar a casa me iba caer un buen regaño. A fin de cuentas tenía que pedirles a mis padres dinero para pagar el taxi y verían lo ebrio que estaba. Días después, me encontré con mi compadre que estaba bastante enojado conmigo.
-No mames güey, te pasas de verga.
- ¿Por?
- ¿No te acuerdas de cómo te chingaste la vitrina de la farmacia?
Ante mi cara de asombro insistió:
-¿Y del poli que nos atrapó y al que le tuve que dar una mordida?
- Ni madres.
-Tuvimos suerte, porque la dueña del establecimiento le caía mal, sino habríamos acabado en la comisaría.
-Y del resto, ¿qué pasó?
-Cuando nos fuimos Jacinto y hermano se estaban agarrando a golpes, también por tu culpa. Bueno. Es un decir. Cuando acabaron de beber sus hidalgos, te tropezaste y manchaste al abuelo de Jacinto con lo que quedaba en tu copa. No sé porqué su hermano se empezó a rayar con lo de que le habías faltado al respeto al viejo y tanto chingó que, cuando creí que Jacinto te iba a partir la madre, se empezó a agarrar de guamazos con Federico. Fue entonces cuando Xochitl dijo “quién me mandaría venir a fiestas de chavitos que no saben beber”. Después nos bajamos a la calle y cada quien tomó su rumbo. Parecía que ya te habías calmado cuando no sé qué locura te entró y empezaste a farfullar no sé qué imprecaciones diabólicas dijiste en contra del “capitalismo asesino” y algo de que si valuaban en más las patentes que la vida, para, después de eso, arrancarte a correr contra la vitrina y, cuando ya estabas a medio metro de distancia le soltaste un patadón al cristal y con tan buena puntería, que se vino abajo gran parte de él y no te hiciste daño. Luego echamos a correr hasta que te tropezaste y nos atrapó el policía. Le querías pegar, pero me interpuse y me llevé el putazo.
-Pus quien te manda.
- Si no llega a ser por mí habríamos acabado en la comisaría –respondió con una mirada de pistola. Y encima yo puse el dinero de la mordida. En fin, si quieres regodearte en tu obra aquí tienes este periódico de barrio en el que aparece el escaparate de la farmacia.
Ahí estaba la foto bajo el titular : “Unos jóvenes drogadictos intentan asaltar la farmacia”. Más adelante se especificaba cómo la rápida intervención del agente Facundo Quiroga había impedido el asalto y cómo los jóvenes habían huido con un coche en marcha para la ocasión. A mi compadre lo acabé invitando a comer a un buen restaurante para que se le pasara el enojo Lo que nunca supe de aquella noche, es porque luego me quedé varado en el metro Tacuba que fue donde me recogieron mis improvisados amigos juerguistas del coche en el que me desperté a las 4 de la mañana
Esa noche, no pude llamarle a Martín. Iba pasando uno de los tantos puentes cubiertos hechos con el fin de evitar las tormentas tropicales y que sirven para atravesar avenidas enteras sin mojarse. Al principio, me parecieron unas construcciones burdas que afeaban el paisaje, pero cuando sentí en mis huesos el primer chubasco tropical –tan frecuentes en esa zona-, me di cuenta de su utilidad y pase a alabarlo. Se trata de ingenioso entramado de puentes, a tres metros de altura, que comunican a los edificios entre sí. De esta forma al llegar al final de la calle, se entra en el edificio correspondiente, se atraviesa, y se sale por el otro extremo a otro puente.
Aquella tarde-noche no llovía, pero ya le había cogido el gusto a andar por entre los puentes. Casualmente, a esas horas había poca gente en él. Ya estaba cerca de Gloucester Road; la calle donde se encontraba mi hotel. De pronto sentí el empujón de un joven que me rebasaba.
-Don’t push -le grité.
El, lejos de inmutarse, avanzó unos metros, se acercó al borde de la barandilla y echó unas bolsas de plástico. Luego, se volteó hacía mí me dijo:
-¡Son of a bitch!
Para completar nuestra conversación y pasando al idioma de los gestos, el joven me mostró el dedo corazón en posición vertical. En otra época, me hubiera partido la madre con ese güey, pero los gritos que llegaban desde abajo me llamaron la atención y cometí la pendejada de acercarme a la barandilla. Lo primero que vi fue una niebla blanca que emanaba de la calle y toda la gente cercana a la niebla corría gritando. Cuando puse más atención, me di cuenta de que los transeúntes estaban quemados. Deduje que se trataba de uno más de los ataques con ácido que se venían efectuando al cabo del año, según me habían mencionado en la delegación comercial. En el mientras, el puente se había quedado vacío. Lo que no sé es cómo a los hongkonitas que me vieron asomado, se les ocurrió la idea de que yo era el agresor y la cosa se hubiera puesto muy fea –algunos exaltados ya se acercaban hacia mí para impartirme la justicia popular-, cuando afortunadamente llegó la policía para arrestarme como sospechoso de la agresión. Sabía que de nada iban a servir explicaciones ante esa masa enfurecida y por otra parte no tenía ningún miedo, ya que los anteriores ataques se habían producido en fechas anteriores a mi llegada lo cual probaría sobradamente mi inocencia. Así fue. Nada más llegar a comisaría, me liberaron las manos y cuando vieron los datos de mi pasaporte se convencieron de que no tenía nada que ver. Sin embargo, el taimado capitán intuyó que podría serle de utilidad. A fin de cuentas, según mi propio testimonio, había visto al agresor. Quería salir lo más rápido de ahí por lo que me enrollé un poco. Sin embargo, como a mí todos los orientales me parecen iguales, como de hecho le ocurre a la mayor parte de los occidentales, no pude reconocer al agresor entre las cientos de fotos que tuve que consultar. Al final hicieron un retrato basándose en la pobre descripción que les proporcioné donde la única seña llamativa era una gorra de los yankees de nueva york. Lo malo es que para cuando me liberaron, ya eran las 2 de la madrugada y ya no conseguiría hablar con Martín. Lo que es peor ya no volvería a hablar con él hasta mi vuelta a Madrid porque su madre se lo llevaba unos días a la sierra aprovechando el puente y ahí no había comunicación alguna. De todas formas, sí hablé con mi suegra para contarle lo que me había pasado y que no se preocupara. En el fondo siempre supe que me quería y nuestro divorcio no alteró en nada ese sentimiento.
-Ya le diré a Martín que tuviste una reunión y por eso no pudiste llamarle. De todas formas, y esto que quede entre nosotros, te van a recoger el próximo miércoles en el aeropuerto. Es una sorpresa que te están preparando mi hija y Martín.
-No sé preocupe, doña Leonor, yo simularé la sorpresa.
Después de este hecho decidí ya no volver a China o Hong Kong en mi vida. Así se lo haría saber a mis socios. Que se buscaran a otro. Semanas atrás, en Shanghai, ya había presenciado un asesinato estúpido, como podría haber ocurrido en cualquier país latinoamericano, salvo por el desproporcionado número de peleadores. Ocurrió a la entrada de mi casa. De hecho pude verlo todo desde mi ventana como si estuviese en el primer anfiteatro de un coso.
Un coche iba a entrar en el estacionamiento de la urbanización sin fijarse, al invadir el carril bici-bus, que estaba pasando frente a él un motorista. El caso es que le rozó con su coche y casi lo tira. El otro estacionó su moto y fue a reclamarle. En el mientras se empezó a formar un conglomerado de gente. Yo pensé que la cosa no iba a pasar de unos cuantos insultos, pero de repente, en pleno alegato, el motorista le dio un codazo a la ventana trasera, provocando así la furia no sólo del conductor sino de todos los curiosos que lo tumbaron al suelo y patearon durante un buen rato.  Cuando llegó la policía, la gente se dispersó, pero el daño ya estaba hecho. Al día siguiente me enteré en el Shanghai Daily, el órgano gubernamental, que el susodicho había fallecido dejando una esposa y dos hijos.
-Es normal, nunca debió golpear el coche –me dijo por toda explicación el traductor cuando le comenté el caso.
-Te parece normal que por un cristal roto lo hayan matado.
-No, por supuesto que no. Sin embargo, ten en cuenta que para nosotros el coche es todavía un juguete bastante novedoso. Si tú te fijas, nadie corre en las calles porque no quieren que se le haga daño a su coche. Otra cosa es que se conduzca caóticamente. En este caso, atentó a una de las propiedades que más cuesta conseguir. Si se hubiera limitado a golpearse con el dueño nadie habría intervenido, pero se pasó de la raya.
No quise continuar con la discusión y él se dio cuenta.
-Quizá te parezca exagerado, pero en este caso por lo menos hubo un motivo. No como cuando me asaltaron en argentina, pistola en mano, y a punto estuvieron de matarme porque no traía casi plata. Menos mal que me acababan de dar una tarjeta de crédito en la empresa para la que trabajaba y así pude contentarlos. Aún así, dispararon al lado de mi cabeza porque creyeron que me estaba haciendo el lento en sacar el dinero.
- Y ¿no era así?
- No, lo que pasa es que era la primera vez que la usaba y me costó recordar el código secreto con los nervios.
-En todo caso, que tus asaltantes fueran unas bestias no implica que los de ayer tampoco lo sean -concluí.
Mi trabajo en Hong Kong finalmente terminó y volví el lunes a Shanghái para hacer mis maletas y regresar vía Helsinki a Madrid. Antes me di el lujo de pasar por el Magpie a que me hicieran un último masaje de cuerpo entero y pies. Es completamente diferente al masaje occidental. Al principio es muy cañero, pero una vez que se le coge el gusto se vuelve un vicio. Una amiga masajista me explicó que los movimientos eran totalmente diferentes.
-Cuando nosotros vamos de abajo hacia arriba ellos bajan y así sucesivamente.
Estando ahí se me ocurrió la idea de que, me podía dar un último homenaje antes de irme. Ya un amigo de la familia me había hablado de los masajes personalizados que acaban ya sea en masturbación o coito según lo que se pagara. Se suelen conseguir con bastante facilidad. De hecho, aun conservaba la tarjeta que me habían “dado” cerca del International Exhibition Center. Conforme se iba acercando el coche a la feria vi que unos niños se aproximaban a la ventanilla. Creí que me iban a pedir dinero, por lo que empecé a cerrar la ventanilla, pero no fui lo suficientemente rápido en subir la manivela. Cuando creía que extenderían sus bracitos para pedir, una lluvia de tarjetas con fotos de mujeres desnudas bañó mi cara.
Elegí la más apetecible y pasé mi última noche en Shanghai con ella. Al día siguiente, me presenté agotado en el aeropuerto con mis 2 maletas y mi laptop, pero no me presenté inmediatamente en la cola de facturación. Esto fue debido a que las aerolíneas de los países nórdicos, en su afán por hacerle placentero el viaje al cliente prácticamente le prohíben llevar un equipaje de mano en condiciones. Tan sólo se pueden subir a la cabina bultos “ornamentales”. Le di a un amigo, que tuvo la gentileza de acompañarme, una bolsa llena de catálogos feriales que introduje nuevamente en el equipaje de mano una vez que la azafata hubiera dado el visto bueno a lo que llevaba. Obviamente lo hice en la cafetería en la que él me esperaba, no en frente de la aeromoza.
El vuelo a Finlandia fue lo de lo más tranquilo. En él pude ver la más surrealista de todas las películas de James Bond, en la que el famoso espía sale al recate, ni más ni menos, que de Evo Morales al cual los gringos y una perversa organización clandestina pretenden derrocar mediante un golpe de estado. Y todo para hacerse con unas reservas de agua con las que pretenden controlar el pulso del país. Como se trataba de una película, James Bond conseguía finalmente salvar al líder boliviano y matar a los villanos militares golpistas. El caso es que la película tuvo la virtud de ponerme de buen humor y, recordando los momentos placenteros vividos horas antes, decidí ponerle cerco a la rubia platino que tenía a mi lado. Ese día todo me estaba saliendo rodado. Ingi no solo correspondió a mis requerimientos sino que también iba a Madrid por lo que tendríamos varias horas por delante para divertirnos. A la media hora de estar platicando ya nos habíamos empezado a morrear y a la hora, la azafata nos dijo en inglés que hiciéramos el favor de mantener el recato porque ya algunos pasajeros mojigatos, seguramente gringos, ya les habían transmitido su malestar.
Nomás llegar a Helsinki tuvimos que pasar dos controles de seguridad. Si los chinos estaban histéricos con la gripe A, los europeos no se quedaban atrás con todo lo referente a la seguridad de Estado. Pero a pesar de todo pudimos colarnos en un baño de mujeres y ahí nos quedamos follando durante una hora para luego salir corriendo por los pasillos hacia nuestra sala de espera. Con las prisas ya no pude llamar a Madrid ni comprarle nada a Martin. Ni modo, se tendría que conformar con el juego de Mahjong que le había comprado en el mercado de la copia, en un establecimiento que se encontraba al lado de un cartel gigante en el que se decía que la piratería estaba prohibida. El cartel había sido escrito en chino y en inglés.
En esta ocasión tuvimos la suerte de que el vuelo estaba casi vació por lo que pudimos instalarnos hasta atrás y continuar con las calentoñas. Por un momento se nos pasó la idea de meternos en el baño y continuar con lo que habíamos empezado en Helsinki, pero a esas alturas del partido yo ya estaba molido y argumenté los potenciales problemas a los que nos exponíamos en caso de que nos descubriesen.
Antes de llegar empecé a platicar un poco más y aproveché la ocasión para comentarle que en el aeropuerto me estarían esperando mi ex esposa e hijo por lo que, aunque tenía derecho a hacer lo que me viniera en gana en mi vida privada -más aún teniendo en cuenta que yo era el abandonado-, lo mejor sería separarnos ahí y quedar en el fin de semana para que yo le mostrase los encantos de Madrid y ella me mostrase, como intercambio cultural, los suyos que apenas había vislumbrado.
Como la maleta de Ingi salió primero, ella se despidió con un beso y se dirigió a la salida. Un cuarto de hora después llegaba la mía. Al cruzar las puertas, vi a esa conglomeración permanente de gente que se agolpa a la espera del ser querido, pero no distinguí a los míos. Pensé que sería más fácil que ellos me vieran ya que, estuviesen donde estuviesen, estarían viendo a la puerta mecánica, por lo que decidí avanzar unos pasos hacia la salida, esperando a cada momento que Martin surgiera de la nada y me diese un fuerte abrazo.
-Martín -me dijo entonces una voz familiar.
Me volteé y vi a mi cuñado Rafael.
-¿Y tú, que estás haciendo aquí? ¿Te vas de viaje?
-No, vine a por ti.
-Pero sí me había dicho tu madre que Elena vendría a recogerme con mi hijo.
En ese momento, Rafael se tapó la cara y empezó a llorar.
-Ella tuvo un accidente en la carretera viniendo hacia acá con Martín. Ambos están muertos. Lo siento.
En un primer instante sentí como si estuviera soñando. Había oído perfectamente las palabras de Rafael, pero no alcanzaba a visualizar el significado. No lo quería comprender. De pronto, se vino a mi cabeza la imagen de Martín. Ya no habría abrazo de reencuentro, ya no habría fines de semana ni vacaciones juntos. Ya no habría…Fue entonces cuando lo comprendí. Lancé un alarido salvaje como si me estuvieran soltando descargas eléctricas en los testículos. En ese momento algo se rompió en mi interior. Cogí mi laptop, lo alcé por encima de mi cuerpo y lo arrojé con todas mis fuerzas sobre el muro de cristal de la terminal rasgándolo. No conforme me dirigí a uno de los cajeros automáticos y estrellé con todas mis fuerzas mi puño sobre la pantalla para, posteriormente, jalarlo hacia mí y tirarlo al suelo. En ese momento mi cuñado me rodeo con los brazos pidiéndome que parara, pero yo le di un pisotón y luego un codazo en la cara. Un guardia se acercó porra en mano, pero antes de que pudiera golpearme yo le metí un cabezazo en la nariz que empezó a regar sangre a todas partes. Toda mi cara quedó manchada. Se cayó al suelo. Yo iba patearlo sin contemplación cuando otro guardia me dio un chispazo que me dejó tieso. Al cabo de un par de horas me desperté adolorido en la casa de mis suegros que habían movido sus influencias para que no me metieran a la cárcel y pudiera estar en el velorio. Me dejaron lavarme y me prestaron un traje. Cuando estuve listo a las once de la noche, me fui al tanatorio para pasar ahí la noche.
Aquella noche y los siguientes días me comporté como un autómata. Era como si no estuviera en mi propio cuerpo. Recibía los abrazos y los besos de mis amigos y familiares, pero no sentía nada cuando me rodeaban el cuerpo. Oía las palabras, pero no escuchaba las frases. En los peores momentos de nuestra separación había odiado con todo a Elena y claro, en mi interior, le había deseado la muerte. Ella me había traicionado pensaba en esas ocasiones. Era una puta asquerosa me decía para reforzar mi odio. Cualquier ofensa mínima, la magnificaba porque siempre quería estar cabreado con ella y no me podía permitir tener recuerdos dulces de los tiempos felices. Sin embargo, ante su cadáver desnudo sólo podía llorar. En realidad, todo ese supuesto odio no era más que una forma de enmascarar mi dolor. Nunca la había dejado de amar. Ni siquiera cuando ella me había confesado que se tiraba al portero del edificio de en frente.  
Y qué decir de Martín. Espero que atrapen a los hijos de puta del ácido y se los fusilen como hicieron los chinos a los pendejos que quemaron un edificio de 700 millones de euros en Beijing por andar echando cohetes desde el edificio de al lado y que causó la muerte de un bombero. Aunque dudo que se carguen a los de las bolsitas de acido. Estos pendejos de los hongkonitas tienen un sistema más parecido al británico que a la expeditiva forma de justicia china. Por culpa de los del ácido ya no pude hablar con mi Martin una última vez. Al perder a un hijo, un padre se convierte en un Prometeo encadenado. Todos los días el buitre del recuerdo introduce su asqueroso pico para arrancarle un trozo del corazón.
Durante el velatorio, me acerqué un momento a Rafael para pedirle disculpas, pero el pendejo se hizo el ofendidote y no quiso hablar conmigo a solas. ¡Que se joda! No haberse metido de pacificador. Durante un mes estuve viviendo como un zombi. Me levantaba a las 11, desayunaba, jugaba un rato en el ordenador veía otro rato la tele y después de comer me iba a la cama a dormir una larga siesta. Para inducirme el sueño acompañaba mi comida con un par de copazos. En otras ocasiones hacía un porro, pero no me gustaba mucho este remedio porque, en muchas ocasiones, me hacía reflexionar en cualquier cosa sin aportarme el reposo. Decidí no volver a mi trabajo, pero no les dije nada. Explotaría todo lo posible el dolor. Tampoco pensaba estafarlos. Visualizaba claramente que me acabaría suicidando.
Mis únicas salidas fuera de casa eran para surtirme de alimentos. En una de ellas, cuando estaba haciendo cola para comprar el pescado, sentí como tocaban mi espalda y cuando me volteé me encontré con la cara de Ingi.
-¿Por qué no me llamaste? Podíamos haber seguido divirtiéndonos.
La miré a la cara y volví a recordar con más intensidad. Ella representaba el paraíso perdido; el último momento de felicidad del que había gozado en esta vida. No pude hablar. Empecé a llorar y abandoné mi carrito y la cola de la pescadería para salir a grandes pasos del supermercado. Tras un momento de desconcierto ella me siguió y consiguió alcanzarme justo antes de que cerrara el portal de mi casa. No quise luchar contra ella. La hice pasar a mi casa y le conté todo lo que había ocurrido desde el momento en que nos separáramos en el aeropuerto. Cuando acabé mi relato, empezó a abrazarme y besarme. Ahora era ella la que se había quedado sin palabras. Fue entonces cuando ocurrió el milagro. Empecé a sentir una sensación antigua y placentera que añoraba. A mayores besos y abrazos más excitado me encontraba. Finalmente, la levanté entre mis brazos y la llevé a mi cama donde pasamos la noche juntos. Después de hacer el amor pude dormir plácidamente como no lo había hecho en esos 32 días. Por un rato, había olvidado el dolor.
Los siguientes días seguimos juntos. De hecho, no sé porque Ingi se propuso ayudarme si no me conocía de nada, a fin de cuentas. Supongo que ella es una muestra viva de que los ángeles existen. Pero a pesar de todo el dolor continuaba. El sexo sólo era un analgésico temporal y pa’ colmo de males, llegó el día en que mi dulce amiga tuvo que dejarme. Ella me ofreció que la acompañase a su gélido país, pero argumenté que tenía que volver al trabajo. Creo que no logré engañarla, ya que insistió. Me dijo que si era por dinero, ella me podía ayudar, que seguro con mi conocimiento del mundo y de los idiomas conseguiría una chamba allá y, finalmente, con lágrimas en la cara, me dijo que me quería volver a ver. Le prometí que a la mínima oportunidad cogería un avión a Reikiavik y la iría a visitar.
Aquí tengo ahora su dirección en la mano y si me lo propongo puedo salir mañana hacia allá mañana mismo. Durante el mes que ha pasado desde su marcha, he vuelto a caer en la somnolencia. Creí que habría mejorado un poco, pero el dolor volvió con la misma intensidad. No aguanto estar sólo. Fue entonces cuando me decidí a llamar a la organización que contratamos para los casos de impagos severos. La verdad es que, hasta ahora, sólo en dos ocasiones he recurrido a sus servicios y siempre han sido discretos. Ellos me conectaron con Gustavo y él se ocupó de encontrar a Cristina para pasar estos dos últimos días. Ella sola valía los 5000 euros. Ahora me toca pagar. Lo que no sé es si pagar todo el servicio o aprovechar la oferta e irme con el resto a Islandia.
-Gustavo.
-¿Sí? –respondió el asesino a sueldo desde la cocina.

-Ven. Quiero hablar contigo.

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