Friday, April 10, 2020

LA LLUVIA Y LAS TORRIJAS EN SEMANA SANTA



     Tenemos que estar agradecidos porque llueva en estos primeros días de abril, no sólo porque se nos quitan las ganas de salir a la calle en estos tiempos de confinamiento. Además se llenan los pantanos siempre tan necesitados de agua en algunas regiones del país. Más aun estando en semana santa que es sinónimo de calles abarrotadas de gente siguiendo las procesiones o en las playas empezando a gozar los primeros días. Lo que si no ha desaparecido con el coronavirus son las torrijas tan propias de esta época. El último día que fui al supermercado, uno de los productos indispensables de la lista era una barra de pan tipo chapata o lo que hubiera. Traje dos, pero mi esposa tuvo el buen gusto de solo emplear una, habida cuenta de que yo no iba a tomar torrijas esta semana santa, pues continuo con mi lucha incansable contra la báscula.
      En las últimas semanas, el combate se ha convertido en una desgastante guerra de trincheras en la que ninguno de los dos bandos consigue  avanzar un centímetro de la cintura. Por supuesto, no consigo que la maldita báscula cambie de posición al principio de la jornada. Mi único consuelo radica en el hecho de que tampoco sube, pero debo reconocer que el tema de las torrijas viene a ser como un campo minado y no solo porque me gustan mucho. Cuando era pequeño, mi madre solía hacernos tostadas francesas que vienen a ser muy similares a las torrijas, salvo que se emplea mantequilla en lugar de aceite en su preparación. Y, por supuesto, con su gran talento culinario, mi madre hizo un sincretismo gastronómico empleando un mollete para su elaboración. “Manjar de dioses”, según Rubén dijo tras desayunar en casa. La noche anterior seguramente nos corrimos una buena borrachera o, como decía él, tuvimos una fructífera pesca de ballenas (cervezas de litro y medio en el argot sudcaliforniano).
     El caso es que, como pueden ver mis queridos y escasos lectores, las torrijas no son un simple alimento que me gusta. Conllevan  una carga de recuerdos imborrables  que van desde los años de mi infancia pasados en Suiza hasta mi edad adulta, en los barrios bajos de la Ciudad de México, si tenemos en cuenta de que mi universidad se encontraba en Iztapalapa. Por ello me resulta verdaderamente difícil sustraerme a su encanto. Tendré que practicar meditación  o instalar un cerco electrificado en torno a su recipiente para que cada vez que quiera meter mano un chispazo aplaque mi afán. No obstante, para que vean que no soy envidioso, espero que ustedes puedan disfrutar de sus torrijas en casita mientras ven llover por la ventana.     

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